Si sucede, serán impulsores del triunfo el poderoso relato convincente de los evangélicos, la alta penetración y agresiva campaña bolsonarista en las redes sociales, y el desempeño de la economía, con la inflación controlada. Además, la activa represión de la delincuencia que instaló la sensación de seguridad entre los brasileños de clase media.
El próximo 30 de octubre, Bolsonaro y Lula definirán gobernar Brasil, en una brutal competencia. Es un hecho que Lula ganó la primera contienda, pero ¿por qué el presidente consiguió el 43,4% de los votos, más de lo previsto (a cinco puntos de Lula), caminando a contramano de los resultados de las encuestas? Las principales encuestadoras ubicaron a Bolsonaro en un nivel bajo de intención de voto, pero la subida en la votación estaría indicando un patrón de crecimiento que puede continuar en la segunda vuelta.
Asumamos que Jair Bolsonaro pierde la presidencia. El poder que acumuló, después de la primera vuelta, complicará la gobernabilidad de Lula porque el bolsonarismo obtuvo ventajas en 13 gobernaciones y en estados claves como San Pablo, Rio Grande do Sur, Paraná y Rio de Janeiro. Ganó en 9 del total de 26 estados y el Distrito Federal. También controlará el Senado y el Congreso con personajes agresivos, ultraconservadores, que tienen en mente el fin de dominar la Suprema Corte para una nueva Constitución, con favoritismo para los religiosos y terminar con el Estado laico, reforzando la consigna de “Dios, Patria, Familia y Libertad”. Detrás de Bolsonaro hay mentes ambiciosas y preparadas, que no dicen barbaridades y no son ignorantes como él. Su ahora exvicepresidente, el general Hamilton Mourao, que fue electo senador, liderará la perpetuación del proyecto en los próximos años.
Lula no pudo tapar su historia de corrupción, y todavía no definió el plan económico en un país con una política económica estable y predecible del ministro Paulo Guedes que, en la etapa de campaña, se permitió romper su propia regla y expandió el gasto con subsidios y ayudas sociales para comprar votantes entre los pobres. Brasil es un país extremadamente desigual donde se estima que la mitad de la población es pobre, mientras los millonarios se pasean en helicóptero por los cielos de San Pablo. Lula pierde en terrenos claves: tiene una cantidad significativa más baja que Bolsonaro de seguidores en las redes sociales, enfrenta sin éxito a los evangélicos que penetran en lugares recónditos del Brasil profundo, y no termina de convencer a los omnipotentes grupos económicos que desconfían de su política económica.
El crecimiento de las iglesias evangélicas es un fenómeno sustentado por una numerosa población permeable a las creencias y a los ritos, especialmente entre la gente pobre y negra donde el catolicismo pierde adeptos. La afectividad de las redes sociales y las acciones atractivas de los evangélicos, explicarían la última ganancia de votos de Bolsonaro que lo acercó a Lula en la primera vuelta, superando pronósticos de encuestadores con historia de aciertos, como la prestigiosa Datafolha.
En 2018, ¿no habrá sido programado el ataque con cuchillo para dramatizar la campaña por la presidencia? Analizando lo que el bolsonarismo es ideológicamente, es posible que fuera una acción extrema para atraer votantes con el “efecto víctima”, convincente y fríamente calculada. Si no fue así, resultó. La manera de ser de Bolsonaro persuade a no votarlo. Por esa imagen que refleja de militar agresivo y machista. Inoportuno en el lenguaje. Pero sucede todo lo contrario, acumula seguidores y el último crecimiento en votos lo demuestra. Este es un hecho que se repite en países con partidos populistas de derecha. Mientras más agresivo es el candidato, aumenta el “índice de cariño” y la posibilidad de ser votado: Milei y la italiana Meloni, son ejemplos.
Diversos expertos en análisis político pronostican una ola de candidatos conservadores de ultraderecha, con un discurso provocador que buscará superar al progresismo de izquierda, anunciando el resurgimiento del fascismo.
Aun hoy, el periodismo sigue preguntándose porqué fallan las encuestas. La respuesta está en que el mundo, con diferentes sacudidas, dejó de ser como lo conocíamos. Despertó una nueva realidad que no se termina de formar. Esta mutación global se apuró con la pandemia y la guerra de Ucrania; más la crisis económica y el cambio climático, acompañados por una geopolítica de amenazas y de toma de poder, como recientemente lo insinuara Xi Jinping en China. Ahora la política se mueve en la «vida líquida» del filósofo Zigmunt Bauman, que describe esta modernidad como esa manera habitual de vivir que no mantiene ningún rumbo determinado, y una sociedad que no sostiene, por mucho tiempo, una misma forma. Ciudadanos disconformes con la clase política que se manifiestan, en los momentos electorales, con la abstinencia o con el voto indiferente. Si las predicciones no se dan, las encuestas no mienten. Es la “realidad líquida” la culpable que produce alteraciones desconocidas y misteriosas. Las técnicas de encuestas se quedaron en ese pasado predecible y menos conectado, y por esto hay que replantear la manera de hacerlas. No sirven para pronosticar la intención de voto, o el comportamiento de la gente en temas sensibles donde la opinión certera tiende a taparse. El Brexit, en el Reino Unido, o, últimamente, el plebiscito sobre la nueva constitución en Chile, son algunos de los muchos casos donde los encuestadores fallaron.
* El autor es Experto en información inteligente y estrategia competitiva.