En el florido Tucumán de 1785, colonial y apacible, de claros patios españoles y ventanas enrejadas, nació Bernardo de Monteagudo, exactamente un 20 de agosto.
San Martín, tan profundo conocedor de los seres humanos, lo tuvo a su lado como colaborador, en la acción americanista.
Como hombre, fue sin duda, un individuo extraño, de familia muy humilde. Se doctoró de abogado, pero por su origen sin linaje y por el oscuro color de su piel, más de un adversario lo calificó de “Mulato”. Era un espíritu realmente fogoso y un habilísimo orador. No llegó a vivir 40 años.
Bernardo de Monteagudo inició su actuación pública recién recibido de abogado, acompañando a Juan José Castelli como su secretario, en el Ejército del Alto Perú.
Ya en Buenos Aires, fue uno de los redactores de “La Gaceta”, el periódico fundado por Mariano Moreno. Era por ese entonces un mozo de algo más de veinticinco años, pero era espiritualmente una especie de volcán. Desterrado por cuestiones políticas se marchó a Europa, de donde recién regresó seis años más tarde. Sabiéndolo en Buenos Aires, San Martín lo mandó llamar y lo designó auditor de guerra del Ejercito de los Andes.
Fue uno de los patriotas que se desangraron espiritualmente al conocer la derrota de Cancha Rayada. Sin embargo, Monteagudo fue un hombre a quien jamás vencería el desaliento.
Integrante del Ejército de los Andes, en Perú, durante el protectorado de José de San Martín, ocupó sucesivamente los Ministerios de Guerra, Marina y Relaciones Exteriores.
Pero no a todos convenía un hombre insobornable y correcto como él, en cualquiera de esos cargos. Al partir el Libertador para su trascendental encuentro con Simón Bolívar, Monteagudo fue derrocado por un golpe palaciego y obligado a dejar el país.
En Ecuador, logró entrevistarse con Bolívar, quien no vaciló en incorporarlo al equipo de sus más cercanos colaboradores. Sin embargo, desde un principio, por su vehemencia, por el fuego de sus ideas, por su apasionado culto por la libertad, habría de chocar necesariamente con el pensamiento de los muchos caballeros que hoy llamaríamos “amigos del privilegio y de la prebenda”.
Eran no pocos los que lo defendían y apoyaban, comenzando por San Martín, Juan José Castelli, Juan José Paso; pero otros, en cambio, supieron tejer en torno a él, una leyenda que duró mucho más allá de su muerte.
Esta, acaecida el 28 de enero de 1825 asesinado por la espalda mientras caminaba por una calle de Lima, se dijo que había sido obra de un esposo traicionado. La historia, posteriormente, demostró, que los culpables de esta muerte, fueron un núcleo de políticos peruanos que, ansiosos de librarse de él, habían pagado la mano del asesino.
La verdad se registra en su libro “Memoria”, escrito en 1823, en el que se explican muchas cosas, especialmente las razones que lo impulsaron a actuar en la forma enérgica en que lo hizo como Ministro de Guerra del gabinete peruano. En este libro, auténtica confesión se advierte el dolor de las mal cicatrizadas heridas causadas por la difamación y la calumnia. En esas páginas se encuentra al hombre, apasionado de la libertad, que no ignoraba el riesgoso terreno que pisaba, pero entre la marea de ese presente difuso, él intuía el porvenir.
Fue uno de los hombres más lúcidos que tuvo la causa de la independencia americana. Se asegura que algunas de las normas que San Martín estableció en Perú, se deben a la inspiración e ideales de Monteagudo.
¿Algunos ejemplos? La prohibición de la inquisición en Lima, la declaración de no infame la profesión de actor. Muy elogiable era su pensamiento, que las mujeres debían tomar parte en la lucha por la independencia. ¡Pensemos que transcurrían las primeras décadas del siglo XIX!.
Pero su idea más importante, fue la de formar una liga de todos los nacientes países americanos. Sabía que tenía el respaldo de San Martín y de Bolívar, que valoraban sus aptitudes.
También escribió ensayos, sátiras y obras de teatro.
El 25 de mayo de 1809 fue uno de los promotores de la Revolución de Chuquisaca, contra los abusos de la administración virreynal y a favor de un gobierno propio. Fue en el diario “La Gaceta”, fundado por Moreno, uno de los más férreos defensores de la Revolución de Mayo.
Y un aforismo final para este hombre héroe de la acción y del pensamiento: “Las acciones más valiosas, no se cotizan en bolsa”.
* El autor es un escritor argentino.