Nuestra vida se llena, a diario, de sensaciones varias. Ante ellas, expresamos nuestro sentir con palabras que la gramática define como “interjecciones”. La palabra “interjección” proviene del latín “interjectio”, vocablo que servía para señalar una intercalación o paréntesis de algo en el discurso. Se trata de palabras invariables y constituyen exclamaciones con las que se manifiestan impresiones, se verbalizan sentimientos o se realizan actos de habla de carácter apelativo. No es el propósito de esta nota detenernos en estudiar sus clases, sino mostrar el significado que tienen algunas de ellas, no tan conocidas.
Por ejemplo, escuchamos en una serie televisiva de dibujos animados, en boca de uno de sus personajes, “¡Ay, caramba!”: separadamente, “¡ay!” puede indicar dolor o sorpresa, mientras que “caramba” connota esta misma sensación, pero también enfado: “¡Ay, caramba, entre los precios que suben y el aumento en los sueldos que no se acredita, no hay dinero que alcance!”. El uso conjunto de las dos refuerza ese estado anímico y demuestra el fastidio y la impotencia del que habla.
Leemos en comunicaciones no argentinas el uso de “¡córcholis!”: ¿cuál es su valor? Nuevamente, nos enfrentamos a una interjección con la que se indica sorpresa, admiración o disgusto ante un hecho. Puede también decirse “¡recórcholis!” y “¡repámpanos!”: “¡Córcholis, qué día tan horrible el de hoy!”; “”¡Repámpanos!, ¿qué hace usted por aquí?”; “¡Recórcholis, no oí el despertador y voy a llegar tarde!”. También es posible expresar admiración o extrañeza con el uso de la interjección “¡cáspita!”; lo advertimos en el ejemplo “¡Cáspita, cuánto han crecido tus hijos!”. El enfado, como la sorpresa o la admiración, encuentran otra interjección para expresarse; se trata de “¡caray!”, considerada un eufemismo de otra voz análoga y malsonante: “Caray, de nuevo me quedé sin combustible!”.
Una interjección usada para espantar o alejar a los gatos es “¡zape!”, aunque también ella misma puede manifestar miedo, extrañeza y hasta precaución al enterarse de un daño ocurrido o para denotar el propósito de no exponerse a un riesgo amenazante; también el diccionario académico nos dice que, en algunos juegos de naipes, se usa para negar la carta que pide el compañero: “Zape, gatito, fuera de aquí!”.
Interjección vulgar, usada sobre todo por españoles, es “¡hostia/hostias!”, con la que se desea expresar asombro o admiración. El sustantivo “caracoles” puede también usarse con valor interjectivo, como sinónimo de “caramba”, también sirve para señalar enfado y extrañeza: “Estuve allí y, ¡caracoles, qué lujo!”. Otro sustantivo usado en plural, para enfatizar el sentido de una expresión o para señalar extrañeza, incomprensión, contrariedad, desprecio, es “narices”: “¿Me puede indicar dónde narices lo has guardado?”. Asimismo, el sustantivo “cuerno/cuernos” puede señalar asombro y sorpresa: “Dígame qué cuerno quiere ahora”.
Una interjección en desuso es “oxte”, utilizada para rechazar a alguien o algo que molesta, ofende o daña. Es de origen árabe y hoy la encontramos en la locución “no decir ni oxte ni moxte”, que significa “no decir nada, sin hablar palabra, sin despegar los labios”. Por otro lado, la interjección “ox” es usada para espantar la caza y las aves domésticas.
Muchas veces, nuestro enojo, nuestro fastidio se pueden exteriorizar con el uso del sustantivo “diablo” o su plural “diablos”, con valor interjectivo: “¡Diablos, no sé cómo zafar de esto!”; también la locución “cómo demonios” que equivale a “qué diablos”; una variante eufemística la constituye la palabra “diantre” o su plural: “¿Qué diantres ha ocurrido aquí?”. En el ambiente rioplatense, tanto en nuestro país como en Uruguay, la admiración y sorpresa pueden expresarse a través de la locución interjectiva “la flauta”: “¡La flauta, nunca supuse que llegaríamos a este extremo!”. Los diccionarios de lunfardo nos señalan una frase exclamativa, que disimula, eufemísticamente, otra grosera: “¡Que lo pan con queso!”; ella es usada para señalar irritación, contrariedad ante un hecho poco grato: “No nos ayuda, que lo pan con queso”.
Y cuando algo bueno está pasando y la persona se sorprende o se admira, hay una expresión argentina de carácter interjectivo: “¡A la marosca!”; esta frase, junto a “de la marosca”, está registrada en el Diccionario de americanismos de la Academia. En las dos locuciones se exalta el valor de la sorpresa, del asombro y de lo muy grande o intenso: “¡A la marosca, qué grande el premio de la lotería!”.
Entre las interjecciones provenientes del quechua, se da “achalay”, cuyo significado original ha sido “¡qué lindo, qué bueno!”; hoy se usa en el ámbito rural, tanto en nuestro país, como en Ecuador, Perú y Uruguay, para indicar admiración, satisfacción o sorpresa; también, en Bolivia, se usa para expresar agrado.
En alguna ocasión, una onomatopeya puede transformarse en interjección; es el caso de “¡guau!”, cuya primera definición, en el diccionario académico, es “onomatopeya usada para expresar el ladrido del perro”, pero que, con valor interjectivo, se usa para expresar admiración o entusiasmo: “¡Guau, qué ropa tan elegante!”.
Existe una interjección común a varios países americanos, sobre todo en el ámbito rural: se trata de “¡malhaya!”. Ella expresa añoranza o deseo vehemente de algo; también disgusto con algo: “El amor es rosa/ del bien y del mal. / Malhaya el amor, / malhaya el rosal/ si rosa y amor/ no dejan señal” (Max Jara, “Gemía la tórtola”). Esta interjección puede escribirse también “ah malaya”.
Y, finalmente, “ahijuna” y “canejo”: la primera es una interjección originada en la expresión “¡ah hijo de una!”. Se utiliza en nuestro país, en Bolivia, Ecuador, Perú y Uruguay. Su uso expresa diversos sentimientos, especialmente admiración o ira: “¡Cómo ladran esta noche los perros, ahijuna!”. En cuanto a “¡canejo!”, es usada en ámbitos rurales, en Bolivia, Uruguay y la Argentina; connota enojo, ira, asombro o sorpresa: “¡Canejo, qué tormenta tan fuerte!”. No nos sorprende que, ante un hecho desafortunado, quien lo sufre utilice dos interjecciones para expresar su contrariedad: “¡pucha!”, “¡miércoles!” y “¡miéchica!”. Como el lector puede adivinar, son eufemismos que se usan en lugar de respectivas voces malsonantes.
* La autora es profesora consulta de la UNCuyo