Ave, Cristina, los que van a morir te saludan

Nunca como por estos días Alberto demostró que le tiene muy poquito temor a Dios y muchísimo a Cristina, a quien le sigue cediendo hombres y banderas.

Ave, Cristina, los que van a morir te saludan
Vicepresidenta Cristina Kirchner. Foto: Federico Lopez Claro

Alberto sabe que luego de que Cristina le mate a todos sus hombres, mejor dicho luego que Cristina haga que Alberto mate con sus propias manos a todos sus hombres, ella irá por él. Pero al menos trata de demorar el final cediendo uno a uno los suyos como trofeos de espera.

Así son las cosas en este gobierno delirante donde, como en el imperio romano, al César lo saludan los que van a morir por decisión del César.

En el conflicto Cristina versus Kulfas, la principal responsable fue Cristina quien inició todo con una andanada de acusaciones políticamente irresponsables y mal fundamentadas técnicamente. Pero eso no exime de culpas a Kulfas quien se dejó llevar por el ardor del enojo con que Cristina le venía chuceando desde hace ya tiempo. Y entonces, cegado por una furia debidamente provocada, contraatacó con similares errores técnicos y peor pericia política.

Como consecuencia, frente a la reacción de Cristina hacia un albertista que se había dignado contradecirla (el primero y quizá el único por siempre jamás) Alberto entregó a uno de sus hombres de más confianza como tributo o trofeo a la reconciliación que Cristina supuestamente le dio en Tecnópolis, aunque eso esté por verse.

Y entre todos armaron un caos infernal con el cual hasta se corre el riesgo, por las diatribas cruzadas, de la no prosecución o la demora indefinida de un gasoducto indispensable cuanto antes para los intereses argentinos.

La vicepresidenta Cristina Fernández De Kirchner y el presidente Alberto Fernández. Foto: Federico Lopez Claro
La vicepresidenta Cristina Fernández De Kirchner y el presidente Alberto Fernández. Foto: Federico Lopez Claro

La torpeza compartida entre los dos bandos oficialistas que -aunque se incendie el país- siguen pugnando entre sí, es la principal causa de la actual ingobernabilidad de la Argentina, o cuando menos de la absoluta ausencia de gestión. Y eso es tanto culpa de Alberto como de Cristina. Los albertistas no pueden excusarse, ya que son los que están arriba en la escala jerárquica, en que debajo de ellos hay áreas que no manejan porque están invadidas por camporistas. Y los cristinistas no pueden obstaculizar o dinamitar las decisiones de sus jerárquicos superiores solo porque tienen la protección de Cristina. Ese doble impedimento lleva al desgobierno, y en este caso a una comedia de enredos que no hay ojos para verla y que habla de la frivolidad e irresponsabilidad de la clase política argentina gobernante.

En los tres meses que vivió la soledad de Cristina por el silencio que ella le ofrendó, Alberto se dio cuenta como nunca antes que ni él ni su gobierno existían sin la vice y que sus amigos más leales estaban equivocados cuando lo inducían a romper o por lo menos a definir un gobierno propio. Por eso bajó la cabeza nuevamente y pagó el costo de su pequeñita rebelión con la entrega de uno de los suyos que más apreciaba. Y de hecho aceptó que deberá seguir entregando a todos, uno a uno, como viene haciendo desde su socia Losardo hasta su ultrafiel Kulfas, pasando en el medio por varias víctimas más, y las que vendrán.

En el microclima que Alberto vivió estos tres meses con los pocos suyos que lo acompañaron en la soledad, Kulfas fue el que más se creyó que podrían llegar a ser libres y entonces se animó a llevar a la práctica lo que tantas veces imaginaron los albertistas en sus charlas intrascendentes de nulo poder. Pero ojo, Kulfas y el resto de los albertistas son gente grande y nunca ignoraron que el gobierno era de Cristina, no de Alberto. O sea que aceptaron ser conducidos por Ella, con lo cual la responsabilidad es de ellos, no de Cristina. No tienen excusa, lo que les pasó a los idus y lo que le pasará a los que también se irán, era previsible. No se puede uno infiltrar en el cristinismo y salir indemne. Y menos cuando el entrismo está conducido por Alberto. A los amigos se los puede querer sean como sean, pero cuando menos hay que conocerlos y saber que si el amigo es Alberto, éste ante la menor brisa los dejará arrastrar por el viento de la furia de la única jefa ante quien siempre se rendirá el que creyeron su jefe. Por ende. Kulfas, como los guillotinados antes y los que lo serán después, son culpables. Cristina es Cristina y Alberto es Alberto, y si ignoran lo que es una y otro, no se metan.

Es que los kulfas, los beliz, las losardo, los guzmán, las vilmasibarra o los cafiero creen (o creían) que Alberto piensa como ellos solo porque les dice -en off, claro- que piensa como ellos. Pero Alberto, al menos desde que es presidente. no piensa nada ni nunca pensó nada, sólo busca salvarse.

Alberto se sintió revivir en Tecnópolis cuando Ella le devolvió la lapicera luego de tres meses abandonado, literalmente, por la mano de Dios. Quien ahora le da otra oportunidad para que pueda retornar al reino de los cielos y no seguir en el infierno de la soledad con un grupo de amigotes con lo que no podría llegar ni a la esquina. Así, aunque en el acto por YPF Cristina le insinuara sospechas de corrupción en la obra pública (¡nada menos que ella!), Alberto quiso no entender, decidió hacerse el tonto en pos de la reconciliación. Sin embargo, Kulfas no aguantó y al ver humillados a él y a su jefe, habló en nombre de los dos pero lo hizo con la torpeza de gente que de poder conoce poco porque a pesar de haber estado en cargos de poder, jamás lo tuvieron, apenas se lo prestaron y hasta ahí nomás. Entonces Cristina, ante el atrevimiento del osado, en unos segundos lo dio vuelta y mandó sus mastines al ataque. Allí Alberto sintió que todo se le venía abajo luego de haber podido regresar al seno materno. Y para salvarse entregó a Kulfas por un error por el cual jamás de los jamases Cristina entregaría a uno de los suyos. Kulfas se jugó al kamikaze quizá esperando, en el peor de los casos, el silencio o la neutralidad de Alberto. Pero éste se puso totalmente del lado de Cristina y Kulfas fue el chivo expiatorio. Ni siquiera basta con echarlo, exige Cristina, hay que exterminarlo, perseguirlo como lacra, no permitirle que ni sea asesor, por haberse atrevido al supremo pecado de criticar al César, a dios, a Ella.

En fin, al borde del abismo, llevando la interna hasta la insinuación de grandes corrupciones mutuas, el peronismo gobernante sigue jugando a la ruleta rusa con la esperanza que el gatillo no dispare la bala. Solamente Alberto está feliz, como el hijo pródigo que volvió a ser aceptado en el viejo hogar. Ya nunca más esbozará algún gesto de rebeldía, ni aunque Cristina lo obligue a ello. Ahora no sólo le besará los pies a Ella, sino también a Maduro si Ella se lo pide (o aunque ni siquiera se lo pida) como acaba de hacer en la Cumbre de las Américas, logrando las felicitaciones... no de Cristina sino del dictador venezolano.

Nunca un presidente tuvo tan poca estima de sí mismo, pero no es que se subestime sino que parece tener razón en su autoevaluación. Por lo que no es tan aconsejable ser su amigo. El calvario de Kulfas lo verifica. Alberto lo entregó al grito de ¡Ave Cristina, los que van a morir te saludan! Esperando así demorar su ineludible destino.

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