Autopsia patria

Rosas se mostró como un federal convencido y continuador de Dorrego ante una sociedad aún conmocionada por el fusilamiento. Se inauguró así una constante de nuestra clase política donde los homenajes póstumos sirven como un modo de construir poder, vinculándose con el líder extinto.

Autopsia patria
Fusilamiento de Dorrego. / Foto: Gentileza

Eran las dos de la tarde cuando un carro se detuvo en la puerta del viejo caserío. Juan Elías descendió de mismo, ingresó al inmueble y encontró al General Lavalle nervioso, pensativo. En el vehículo y custodiado esperaba Manuel Dorrego.

“¡Vaya Vd. -ordenó Lavalle a Elías- e intímele que dentro de una hora será fusilado!”. La orden se ejecutó lacónicamente.

Sarmiento reflexionó al respecto, señalando que “Lavalle no sabía, por entonces, que matando el cuerpo no se mata el alma, y que los personajes políticos traen su carácter y existencia del fondo de ideas, intereses y fines del partido que representan”. Pero si Lavalle no estaba al tanto de esto, Juan Manuel de Rosas sí y un año más tarde hizo uso de su cuerpo para “empoderarse”.

Dorrego fue sepultado en Navarro. Un año más tarde Rosas envió una comisión a cargo del médico Cosme Argerich para exhumarlo. Sobre la autopsia que el galeno realizó y documentó al cadáver rescatamos algunos fragmentos: “informado por muchos de los circunstantes que habían presenciado la ejecución y enterramiento del dicho finado Sr. gobernador, que las ropas exteriores que vestía en estas dos situaciones consistían en una sabanilla de algodón color obscuro, una corbata negra, una chaqueta de lanilla escocesa, un pantalón de paño azul, botas fuertes, y una venda de pañuelo amarillo con que le cubrieron los ojos para ser fusilado, con estos conocimientos (…) habiéndose llegado a dar con el cuerpo a las doce y veinte y cinco minutos, todo en este propio día; fue aquí entonces, que se presentó el cadáver entero a excepción de la cabeza, que estaba separada del cuerpo en parte, y dividida en varios pedazos, con un golpe de fusil (…) Como estaba aún articulado completamente [el cuerpo] creí de necesidad, para que cupiese en ella [en la urna], desarticular los extremos inferiores (…) sumergí todo el cadáver en una solución de sublimado corrosivo, donde permaneció hasta las diez de la mañana del día de ayer, en que, después de puesto por un rato al sol, y barnizado todo por aceite de trementina, fue colocado en la urna, después de bien perfumado, a las doce y veinte y cinco minutos del día, a la presencia del Sr. camarista, el escribano mayor de gobierno, y muchos vecinos; cerré la urna, poniéndole dos candados, cuyas llaves fueron entregadas por mí al Sr. camarista Dr. D. Miguel Villegas.”

Los restos de Dorrego fueron conducidos de inmediato a Buenos Aires, donde se llevó a cabo un homenaje sin igual.

Rosas se mostró como un federal convencido y continuador de Dorrego, ante una sociedad aún conmocionada por el fusilamiento.

Durante el entierro, en la Recoleta, el restaurador pronunció palabras convenientemente sentidas, concluyendo que “la mancha más negra de la historia de los argentinos ha sido ya lavada con las lágrimas de un pueblo justo, agradecido y sensible”.

Se inauguró así una constante en nuestra clase política, dónde los homenajes y traslados póstumos sirven como un modo de construir poder, vinculándose con el líder extinto.

Llamativamente, los restos del mismísimo Rosas fueron útiles al menemismo en ese aspecto.

*La autora es Historiadora.

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