El ejército azerí continúa bombardeando aldeas y ciudades de Nagorno Karabaj, sin que el mundo intente detener la implacable ofensiva sobre el enclave armenio. El silencio de Occidente allana el camino a la embestida reforzada con armas y combatientes enviados por Turquía, que posiblemente hará una limpieza étnica expulsando a los armenios si reconquista el territorio que Stalin había entregado a Azerbaiján.
Detrás de esa guerra en Transcaucasia asoman las ínfulas otomanas del presidente turco. Y la tensión que está creando con su cruzada islamista contra la cultura europea de libertades públicas e individuales, es el marco de la ola de brutales atentados contra Francia.
En Niza, un fanático mató tres personas a puñaladas, decapitando a una de ellas. En Avignon, policías abatieron al islamista que intentó acuchillarlos. Paralelamente hubo un ataque contra el consulado francés en Yeda, Arabia Saudita. Tres atentados con un mismo blanco: Francia. Por eso es difícil desvincularlos de la escalada que impulsa Recep Erdogán contra el país europeo, aunque lo centre en la persona de Emmanuel Macron.
Por cierto, no ordenó los ataques, pero su furibunda embestida contra el mayor baluarte europeo del laicismo alienta a los fanáticos violentos.
El presidente de Turquía busca el liderazgo del islamismo radical y lanza su “jihad” proclamando un boicot a los productos franceses por la defensa que Macron hizo de la libertad de expresión al repudiar el asesinato del profesor que había mostrado dibujos de Mahoma a sus alumnos.
Irán, que debiera estar instando a Turquía a detener la ofensiva azerí contra los armenios, avaló el repudio del líder turco a Macron mientras Kuwait, Jordania, Libia y Qatar se sumaban al boicot contra los productos franceses. Y llevando la escalada a niveles delirantes, el ex primer ministro de Malasia Mahatir bin Mohamad, aunque dijo no avalar los atentados, afirmó que “los musulmanes tienen derecho a matar a millones de franceses por las masacres del pasado”.
Ni el ayatola Jamenei ni Erdogán ni el ex gobernante malayo repudiaron la sanguinaria ejecución del docente que mostró un dibujo del profeta en una clase sobre libertad de expresión. Que se repudie a un mandatario que defendió el pensamiento libre y no al autor de un crimen atroz, es una señal inquietante.
La ofensiva religiosa de Erdogán incluye la conversión en mezquita de emblemáticos templos cristianos como las basílicas de Nicea y de Santa Sofía, entre otros, proclamando la “restauración del Islam desde Bujará hasta Al Andaluz”. Esa retórica propia de ideólogos del jihadismo como Mustafá Setmarián, así como el delirio geopolítico con raíz otomana de un califato que se extienda desde Uzbekistán hasta España, no pueden separarse de los insultos al presidente galo y el boicot a la industria francesa.
No es la primera vez. La policía tuvo que proteger el diario danés Jyllands Posten y un fanático quiso matar a hachazos al dibujante Kurt Wastergaard, por una viñeta de Mahoma. Y hubo otros casos en los que dibujos del profeta causaron olas de ira y muerte. El último de esos casos fue justo en Francia: la masacre en el semanario satírico Charlie Hebdo.
El Estado francés y sus leyes no son hijos de las monarquías absolutistas que se justificaban con argumentos teológicos como los de Bossuet, sino del enciclopedismo, el iluminismo y la revolución que crearon la república. Por eso la Constitución proclama la laicidad. La contracara de esa secularidad son las teocracias islamistas y el modelo que construye Erdogán en Turquía. Por eso buscó la oportunidad de confrontar con Francia, la antítesis de los Estados religiosos.
La prohibición de retratar a Mahoma que los islamistas extienden más allá de los musulmanes, tiene su raíz en la iconoclasia del judaísmo antiguo, religión de la cual el profeta del Islam tomó la unicidad de Dios y el rechazo a esa expresión del politeísmo que era la idolatría. Por eso Mahoma inició su rebelión contra el poder politeísta que imperaba en La Meca, destruyendo los ídolos del templo de la Kaaba. Aquel acto determinó la “héjira” que lo llevó a Medina, donde gobernó, formó un ejército y regresó a La Meca, imponiéndose. Entre sus primeros actos tras la conquista de su ciudad estuvo la destrucción de los 360 íconos que rodeaban la Kaaba.
Que la lucha contra la idolatría sea hoy la justificación de crímenes por dibujar a Mahoma, constituye una deformación delirante que las doctrinas más oscurantistas hacen de la historia y de la creencia.
Tras atravesar el siglo XX abrazada a la secularidad impuesta por Atatürk, la Turquía de Erdogán busca liderar el panislamismo radical azuzando, por un lado, una guerra contra cristianos en Transcaucasia y, por otro, el boicot al país abanderado del laicismo occidental: Francia.
*El autor es Politólogo y Escritor.