El hombre que se agarraba la cabeza observando el auto en llamas, entendía en ese instante dos cosas: quien murió en esa explosión era su hija y el verdadero blanco de la bomba era él.
A él debió matar ese brutal atentado. Si estaba con las manos en cabeza viviendo ese dolor, es porque la víctima era Daria Dugina, la joven que lo admiraba y creía con devoción en sus teorías ideológicas, históricas y geopolíticas. Leyendo y escuchando a su padre, Dugina se convenció de que Ucrania no debe existir como país porque no existe como nación, por tratarse de una invención de los enemigos de Rusia, las potencias de Occidente que siempre quisieron debilitar y achicar al gigante euroasiático.
Dugina militaba las ideas y visiones de ese filósofo ultranacionalista que predica la reconquista de los territorios que integraron el Imperio Ruso y cree justa la invasión a Ucrania.
Seguramente, a Putin le hirvió la sangre al enterarse del atentado contra su ideólogo de cabecera. Este acto terrorista apuntó a la esencia ideológica de su proyecto. “La Cuarta Teoría Política” de Dugin parece la guía del jefe del Kremlin. En esa teoría, a Rusia la habita un espíritu cultural y religioso basado en tradiciones y en el cristianismo ortodoxo.
El supremacismo ruso de Dugin se resume en el concepto “Mundo Rusia”, un paneslavismo que tiene a los rusos como cabeza natural de todos los pueblos eslavos. En síntesis, una nación predestinada a la grandeza.
A esa idea de Nación predestinada, Dugin suma la doctrina del “euroasianismo” que se convirtió en el proyecto geopolítico del Kremlin. El filósofo ultraconservador rusificó la teoría del geógrafo británico Halford MacKinder, quien dejó de lado al norteamericano Alfred Mahan y su idea del dominio de los mares como clave de dominación del mundo, para sostener que el espacio a conquistar para dominar el mundo es el “hertland”, la mayor masa continental del planeta.
Ese “corazón” geográfico que señaló MacKinder es Eurasia. Dugin adoptó esta convicción y la convirtió en credo geopolítico del nacionalismo ruso. Desde entonces predica la necesidad de recuperar los territorios del Imperio Ruso y sacar a la OTAN de Europa para establecer una alianza económica y militar que abarque “desde Lisboa hasta Vladivostok”, como repite Dmitri Medvedev.
Putin es un poderoso discípulo del Filósofo que, para recuperar las fronteras alcanzadas por las conquistas de Pedro el Grande y Catalina II, creó el Partido Nacional Bolchevique y el Partido Eurasia. Ninguno logró ser partido de masas, pero la prédica llegó a la cumbre del poder porque conquistó al zar de la era postsoviética.
Esa gravitación incluye el desprecio a la democracia liberal, resaltando la supremacía del ser colectivo por sobre el individuo; la valoración del cristianismo ortodoxo como elemento trascendental del espíritu y la cultura rusos, y la idea de hacer desaparecer a Ucrania. También Bielorrusia debe regresar al seno de Rusia, pero teniendo en el poder a Lukashenko, un títere de Moscú, Putin impulsa una anexión por absorción, como el Anschluss, proceso por el cual Austria fue anexada a la Alemania nazi.
Tales visiones influyeron en la invasión de Ucrania. También la convicción de Dugin de que Rusia debe reemplazar a la OTAN como proveedor de seguridad a toda Europa, a la que ya provee los combustibles que la hacen funcionar.
Tendría lógica sospechar que, como parte del viraje hacia la guerra irregular que aplica Ucrania, alguna célula se haya infiltrado en Rusia para matar al ideólogo del expansionismo belicista que atacó a Georgia en el 2008 y que ahora ataca a los ucranianos. Pero más allá de los motivos de Ucrania para aborrecer a Dugin, es difícil pensar que tome semejante riesgo cometiendo un crimen tan brutal dentro de Rusia y contra la neurona ideológica de Putin. No tiene más lógica que sospechar que el propio Putin ordenó el atentado, para que crezca en la población rusa un aborrecimiento a Ucrania.
Pero la pregunta inquietante es qué hará Putin, además de azuzar el odio ruso a los ucranianos. ¿Lo usará para justificar bombardeos masivos sobre Kiev y otras ciudades de Ucrania?
Cuando en 1999 una ola de atentados causó casi 300 muertes en Moscú, Volgodonsk y Buynaksk, Putin era primer ministro y su reacción fue darle al ejército ruso la orden de arrasar Chechenia sin contemplaciones. La segunda guerra contra el independentismo caucásico había comenzado poco antes por la invasión de Daguestán lanzada por la milicia de Shamil Basayev. Pero las bombas fueron la excusa para la guerra de tierra arrasada. Es probable que la explosión que mató a la hija de Dugin sea la excusa para más crímenes de guerra, como los que cometió en el Cáucaso tras las bombas del terrorismo islamista en 1999.
* El autor es politólogo y periodista