El primer evento político del nuevo año en la Argentina consistió en el pedido de la libertad de Amado Boudou a través de una solicitada firmada por casi cinco mil personas, entre las que se encuentran varios expresidentes latinoamericanos junto a la flor y nata del kirchnerismo vernáculo.
Si cualquier organismo nacional o internacional que certifica normas de calidad midiera a la justicia argentina, difícilmente ésta pasaría las pruebas necesarias para sacar una buena calificación. En eso coinciden en nuestro país tanto los de un lado de la grieta, como los del otro lado, y hasta los del medio. Pero no todos ven las mismas fallas en la justicia. Algunas creen que está muy alejada de los requerimientos del pueblo, pero otros creen que está muy alejada de las necesidades de los dirigentes. Estos últimos son los que hablan de lawfare, término por el cual a los ladrones de Estado se los llama presos políticos.
Continuando con nuestro ejemplo, si las normas de certificación de calidad -que no aprueba la justicia argentina en general- se aplicaran en particular al juicio que se le siguió al ex vicepresidente Amado Boudou por el caso Ciccone, allí, muy por el contrario, el total de los jueces implicados (una quincena de todas las instancias más los miembros de la Corte Suprema de Justicia) aprobarían con 10 felicitado. Acá y en cualquier lugar del mundo. Hasta para un juez K sería muy, pero muy difícil sobreseer judicialmente a Boudou frente a las contundentes e innumerables pruebas que demuestran su delito.
Sabedor de eso, es que nuestro nunca bien Amado pide una solución “política”, vale decir, que le apliquen un indulto o una amnistía, como se hizo con los militares del proceso.
Francamente, es muy difícil entender tal grado de movilización política, frente a un truhan de quinta categoría como el personaje del que hablamos, asimilable a una María Julia del kirchnerismo. Pero hete aquí que a la dama todos los menemistas la dejaron sola y la entregaron como chivo expiatorio de sus culpas, mientras que con Boudou ocurre al revés.
Precisamente allí es donde quizá pueda entenderse esta sobreactuación de gente importante que regala su prestigio a este tránsfuga, a este tahúr sin importancia: la posible explicación es que al exvicepresidente no lo quieren usar de chivo expiatorio sino de globo de ensayo, de prueba insuperable de impunidad. Vale decir, si en la Argentina se puede liberar -por las razones que fuera- a un personaje de esta entidad con las pruebas que existen, es que se puede hacer cualquier cosa. Es por eso que Boudou afirma que si no lo liberan a él, en febrero irán por Cristina. En realidad, si lo dejan libre a Boudou, tendrían que dejar de juzgar a todos los corruptos y sospechosos, porque si la culpabilidad de Boudou es discutible, indefectiblemente lo son las demás. Tan bajo hemos caído los argentinos. Si zafa él, zafan todos.
Cristina está siendo acusada de dos tipos de delito: unos que tienen que ver con la corrupción y otros relacionados con razones de Estado.
Con respecto a estos últimos, el caso superlativo es el de la firma del Tratado con Irán por el juicio de la AMIA. Sin embargo, este tipo de razones de Estado son difícilmente judiciables porque se pueden aducir causas políticas para su realización. Además este pacto no llegó a concretarse y fue aprobado -en uno de los momentos más vergonzosos de la historia legislativa- por el Congreso de la Nación.
Por lo tanto, lo más seguro es que la justicia absolverá a Cristina por este indefendible pacto, pero aunque la absuelva la justicia, no la absolverá la historia, como ella quisiera.
Los otros juicios, en cambio, son por un suma infinita de micro casos de corrupción de Estado que en conjunto conforman un paquete fabuloso expresado en una multitud de juicios, y de los cuales la causa de las cuadernos es su síntesis más acabada. El verdadero libro negro de la corrupción “nacional y popular”. Allí, en el capítulo denominado “raterismo”_se inserta el delito de Amado Boudou.
Es sugestivo que ambos delitos, el superlativo de Irán y el menesteroso de Ciccone, se hayan descubierto exactamente en el mismo momento en que se estaban cometiendo. Eso habla del nivel de sus autores.
A lo de Irán lo descubrió -justo cuando se iniciaban las tratativas entre la Argentina, el país acusador y los gobernantes de Irán, los acusados- el gran periodista José “Pepe” Eliaschev, quien por hacerlo público fue acusado de mentiroso y lo difamaron de todas las maneras en que se podía difamar, hasta que se comprobó la exacta veracidad de su denuncia. Pero nadie le pidió disculpas.
A lo de Ciccone lo descubrió en el mismo momento en que se estaba concretando la operación por parte de Boudou y sus “Isidoro boys”, el escritor y periodista Jorge Asis, quien contó con lujos de detalles de qué iba la cosa, lo que demuestra que estos ladrones de medio pelo contaron sus travesuras a todo quien las quisiera escuchar. Porque, como se sabe, a los émulos de Isidoro_Cañones, tanto o más que conquistar a la dama, les gusta contarles lo ocurrido con la conquista a sus amigos de timba.
En fin, seamos comprensivos, que Boudou insista en pegarse a Cristina para ver si puede ser liberado, es algo razonable en el badulaque pero no por ello deja de ser una absoluta patraña eso de que si él no es indultado, irán por Cristina. Pero los cristinistas parecen así creerlo luego de un año en el que suponen Alberto Fernández no hizo nada por ella y que seguirá haciendo poco mientras sus funcionarios de confianza relacionados con la justicia sean la ministra Marcela Losardo, la secretaria Vilma Ibarra o el asesor Gustavo Beliz. Es que todo indica que personas que a lo largo de su carrera política y/o profesional han mantenido un nivel de respeto elevado entre propios y también ajenos, no van a tirar su honra a los perros así como así.
No obstante, nadie sabe qué hará Alberto Fernández, ni siquiera él mismo lo debe saber. Sin embargo de su decisión final depende que Argentina se siga llamando Argentina o pase a llamarse Boudoulandia, un país donde su identidad nacional ya no se definirá en la síntesis entre San Martín, Belgrano, Sarmiento, Facundo, Roca, Borges y Perón, con todas las diferencias que puedan tener entre sí esos nombres. De no ser así, a partir de 2021 la identidad nacional (o lo que quede de ella) se definirá en la síntesis entre Boudou, Núñez Carmona, D’Elía, Esteche, Aníbal y Parrili.
Nada menos que entre esos dos caminos, entre ese ser y no ser, deberá elegir el presidente Fernández.