Aunque aún es tenue y parpadea, hay una luz al final del túnel: la vacuna. Y en la penumbra argentina, esa lucecita encandiló al anunciarse que en el país se producirá la vacuna de Oxford. Una razón para la esperanza en plena tiniebla. Todo lo demás fue desolador. En el escenario político, los gestos y palabras abochornaron en lugar de enorgullecer.
Deplorable la nueva y frívola exhibición de negligencia de Mauricio Macri, enviando mensajes contra la cuarentena desde las exclusivas playas del jet set europeo. Triste la forma de anunciar la vacuna de Oxford que eligió Alberto Fernández. Y lamentable la excitación de los kirchneristas que alabaron a Vladimir Putin por la vacuna rusa.
Angustiados por la pérdida del trabajo, el miedo a contagiarse y a que la acrecentada pobreza los alcance o los haga víctima del crecimiento del delito, los argentinos vieron a Macri en un lujoso hotel parisino y paseando por la Costa Azul.
Tiene derecho a darse esos lujos. Lo que no puede es pretender liderazgo exhibiendo, una vez más, frivolidad y negligencia. Al dejar la presidencia anunció el cargo que asumía en el futbol internacional, como si fuera equivalente al que tiene Michel Bachelet en la ONU. Después anunció que competiría en torneos internacionales de Bridge. Y ahora pasea sin barbijo por Europa ante los ojos de un país con la pobreza infantil en el 60%.
A eso agregó pronunciamientos contra la cuarentena que no exhiben ideas para mejorar lo que Alberto Fernández hace cada vez más deficientemente. Lo de Macri y un grupo de allegados es demagogia “libertista”. Manipula un valor crucial como la libertad para ganar el apoyo de los que describen el distanciamiento social como imposición de una dictadura. Que se trate de métodos medievales no implica que la paradoja de aplicarlos hoy revele regímenes dictatoriales.
Después de 205 días sin contagios, el excelente gobierno neozelandés vuelve a restringir la circulación en Auckland y, en menor medida, en el resto del país, porque cuatro miembros de una familia se infectaron. El presidente peruano Martín Vizcarra, un liberal, impuso toques de queda por los rebrotes, mientras en Uruguay aplicarán un año de cárcel al organizador de una fiesta que violó el distanciamiento social en Atlántida.
Atacar la cuarentena y el distanciamiento social sin cuestionar a la cantidad de gente que genera brotes por amontonarse en bares, fiestas, asados, o donde sea, no es defender la libertad sino demagogia “libertista”. Acusar a los que corren sin barbijo y entran sin cubrirse boca y nariz a espacios cerrados donde hay gente, no es culpar a la sociedad por lo que ocurre. La sociedad es víctima de la irresponsabilidad criminal de quienes generan escaladas de contagios que producen muertes.
Tampoco se destacó el presidente al anunciar la vacuna. Habló como si se tratara de un logro suyo y del presidente mexicano, devaluando lo que en realidad fue: un acuerdo entre privados sobre la vacuna lograda por científicos británicos, financiado en Latinoamérica por el multimillonario Carlos Slim.
También fue burda el ala izquierda del oficialismo al anunciar la vacuna hablando más de López Obrador que de Oxford, AstraZeneca y la Fundación Slim.
En la antesala de esa adulteración de los hechos para la auto-satisfacción ideológica, el activismo K en las redes y en los medios había ovacionado a Putin por anunciar una vacuna antes de comprobar su eficacia y su seguridad. Por cierto, Rusia tiene diplomas científicos como para confiar en su optimismo. El Instituto Gemaleya es muy prestigioso y lleva el nombre del autor de avances científicos en tiempos de zares y también de soviets. Pero bautizar la vacuna como Sputnik devela el objetivo prioritario. Si se apuró tanto el proceso y no se realizaron las correspondientes publicaciones científicas, es porque la prioridad del Kremlin no es vencer al coronavirus, sino ganarle a las otras potencias.
La palabra rusa Sputnik significa satélite y hoy evoca la primera victoria soviética sobre Washington en la carrera espacial, en 1957. Pero la lucha contra el coronavirus no es la carrera espacial. En este escenario trágico la competencia es indecente si se recurre a triquiñuelas.
La izquierda que admira a Putin desconoce su reforma constitucional. En ella prohíbe el matrimonio igualitario y acrecienta la gravitación de la iglesia ortodoxa y la religión sobre la sociedad, resaltando el conservadurismo reaccionario del presidente.
Existen razones para admirar a Putin a pesar de que reprime a los opositores, censura a los críticos, proclama en la Constitución que Dios existe y promueve la homofobia. Pero es absurdo hacerlo desde un pretendido “progresismo”.