Comentario al reciente libro de Juan Carlos Torre sobre la economía en los tiempos de Alfonsín.
Nos quedan dos largos años para llegar a 2023. Entonces se cumplirán 40 años de la llegada al gobierno de Raúl Alfonsín, el conductor de la nave de la transición democrática. Aunque hay quien pueda recordarnos que tuvo que adelantar el traspaso de mandato y que llegó boqueando a mayo del ‘89, casi nadie hoy puede desconocer el pulso vibrante con que condujo esa nave hacia puerto seguro.
En ese periplo, la figura que había quebrado el apotegma de que el peronismo en elecciones libres era invencible, fue renunciando uno a uno casi todos sus proyectos. La herencia envenenada de la dictadura, la deuda y un Estado vaciado de poder y colonizado por heterogéneos y múltiples intereses dieron cuenta del venturoso prospecto de que con la democracia “se come, se cura y se educa”.
Finalmente, aunque débil y tambaleante, pudo cumplir el que se presentaba como más emblemático por entonces: garantizar la continuidad democrática en el traspaso a otro gobierno electo. Varias generaciones de argentinos vivieron esa experiencia por primera vez. Hoy, que se ha convertido en una saludable rutina, bien vale recordarlo.
El “diario”: un testimonio singular
Juan Carlos Torre en su último libro “Diario de una temporada en el 5ª piso” (Edhasa 2021), nos invita a revivir los avatares de la economía en la presidencia de Alfonsín.
Quien nos diera las hipótesis más refinadas sobre los orígenes del peronismo y su capacidad de persistir en el tiempo, quien nos puso a pensar sobre la potencia del impulso igualitario propio de la cultura nacional reflejado en la historia de la emblemática Mar del Plata, y nos ha sorprendido con una teorización sobre la pobreza y sus formas de resistencia y organización, nos entrega ahora una obra del todo original.
No se trata de un recuento de su experiencia, ni de un análisis mediado por la memoria. Es del del todo original porque resulta de la transcripción de notas, apuntes, grabaciones (relata que en un momento dejó de grabar porque no soportaba el tono lúgubre que trasuntaba su voz) que tomó en “tiempo real”, como parte de la gestión del equipo que lideró Juan Vital Sorrouille, primero en la Secretaría de Planificación, y luego en el Ministerio de Economía. Equipo en el que fueron figuras centrales Adolfo Canitrot, José Luis Machinea, Mario Brodherson, y casi al final de la gestión, Pablo Gerchunoff, quienes tenían afinidad en virtud de integrar el círculo de economistas conocidos como heterodoxos y estructuralistas y se fortalecieron principalmente en el IDES (Instituto de Desarrollo Económico) que cumplió un papel fundamental en la supervivencia de la reflexión intelectual en los años ‘70.
El registro, que nos sitúa exactamente en la escena de aquellos avatares, se acompaña de la nutrida correspondencia que mantuvo por entonces con su hermana mayor -exilada en Venezuela- y con su gran amiga Silvia Sigal residente en París. Pero, además, el “diario” no sólo recoge sus impresiones como observador o anota las peripecias y vicisitudes del día a día de una gestión singular, sino que se convierte en bitácora pletórica de reflexiones sobre las virtualidades y los obstáculos del gobierno de una economía en crisis, en una sociedad, díscola, demandante, compleja, ávida de reparación y fragmentada por una experiencia traumática.
Juan Carlos Torre -un sociólogo en un equipo de economistas- llegó invitado por su amigo Adolfo Canitrot, con la misión de acompañar, asesorar y contribuir a armar ideas para un proyecto de país, en medio de esa experiencia de “refundación democrática” que se proponía Alfonsín.
Desde el prólogo define la singularidad de un equipo que podría inscribirse en el “club de los optimistas sin ilusiones que solemos encontrar en este mundo…porque creen que las cartas no están marcadas de una vez y para siempre; por el contrario, confían en que el país que les ha tocado en suerte puede ser otro, mejor, y con esa convicción están listos para entrar al ruedo”.
Regresado al país en plena guerra de Malvinas, cargado con lauros académicos de prestigio y con un futuro promisorio en esa línea, se integra a ese equipo cuya exterioridad al partido signaría toda la gestión. Percibidos por buena parte de la dirigencia como tecnócratas poco confiables, serán, sin embargo, su conocimiento y experticia los que poco a poco ganarán la confianza del presidente, que, frente a los fallidos de su ministro Grinspun, promueve a Sourrouille como ministro en febrero de 1985, en medio del descalabro de una economía acosada por más del 30% de inflación mensual, un altísimo déficit fiscal, una fuerte recesión y la asfixia de la deuda externa.
Un plan económico, un equipo
Imposible resumir en este espacio la riqueza del libro, que suscita a lo largo de sus 500 páginas varias dimensiones de lectura. La más obvia, refiere a los avatares de una gestión económica que, frente al descontrol de todas las variables y la inminencia del abismo hiperinflacionario, diseña un plan de estabilización que busca desacoplarse de la ortodoxia: el plan Austral. Menuda apuesta, que requería para prosperar una fuerte disciplina fiscal y la cooperación y autorregulación de todos los actores implicados: gobierno , oposición, empresas públicas, sindicatos, empresariado. ¿Cómo lograrla sin siquiera la confianza del partido y con el sólo respaldo del presidente? Y de eso se trataba. Había que diseñar estrategias para disimular la heterodoxia en el frente externo y convencer a los bancos acreedores, los organismos internacionales de crédito o la reserva federal. Convencer a la prensa y a la opinión pública y desplegar todas las capacidades políticas posibles y sobre todo promover procesos de negociación que moderaran la cruel puja distributiva y los crónicos bloqueos que habían caracterizado los juegos de la política en el país.
Y aquí es que se suscita otra dimensión de lectura menos obvia pero tanto más atractiva: la manera en que ese grupo de expertos se cohesionan y despliegan toda una pedagogía política en pos de un proyecto cuya clave de bóveda es crear condiciones macroeconómicas de gobernabilidad para que la institucionalidad democrática tenga la chance.
Al recorrer las páginas -y aunque conocemos el amargo desenlace- es inevitable mantenernos en vilo. Porque el relato -sin que sea el propósito- refiere mucho a nuestros días (como se ha dicho, si se ignoran los nombres y la fechas la narración podría confundirse con la Argentina actual). Pero, además, porque a pesar de todos los esfuerzos de los protagonistas por torcer el rumbo, el relato trasluce su propia conciencia de lo inevitable del fracaso que les espera. Y, aun así, están dispuestos a pelear hasta el final. Como señala el autor, el éxito repentino del plan atentó contra la posibilidad de sostener la disciplina en el tiempo. La dirigencia impaciente creyó que cinco meses alcanzaban para cambiar décadas de enfermedad crónica. Y luego de la derrota de 1987 ya no se pudo. La expectativa de la presidencial del ‘89 aceleró todos los tiempos.
Un intelectual público
Reconocida la riqueza, del libro su principal atractivo es que nos entrega la mirada de un observador participante y comprometido con lo que en la escena se dirime. Fiel a ese tránsito que había hecho con sus viejos amigos de la revista Pasado y Presente que lo había llevado de la revolución a la democracia, se siente interpelado y acepta sumergirse en la política, aunque confiesa su escasa vocación por la gestión. Y si bien, el costo de su elección lo agobia, es capaz de capitalizar cada instancia como un aprendizaje.
Hoy, pasadas casi cuatro décadas Torre nos ofrece su versión de aquellos días. Una más de tantas, pero que seduce por el “efecto realidad” que supone su factura, y por el caudal analítico que ofrecen las reflexiones del protagonista en el mismo momento en que las cosas suceden. Y cautiva porque nos sitúa ante lo complejo y decisivo de aquellos tiempos y de los que nos tocan por vivir.