“Si la Argentina desaparece o se disuelve en algo mediocre o vulgar creo que no existe deber más urgente y necesario... que la investigación de sus logros anímicos y espirituales más felices”.
Ángel Faretta
“Hemos instalado la autodenigración. Ahora está de moda y es casi de buen gusto decir que somos un país en decadencia, y con esta etiqueta evitarnos el trabajo de conocer la realidad”.
Daniel Larriqueta
A esta altura de su situación histórica, Argentina, no se construye solo con peronismo ni solo con no peronismo. Pero si siguen así, aunque sobrevivan los dos, tampoco construirán nada. Ambos deben cambiar. El no peronismo tiene que adquirir una auténtica vocación de poder para la Argentina real, no para la civilización imaginada. Y el peronismo debe formar parte plena del espíritu republicano para incorporar todos sus mejores valores a la democracia nacida en 1983, abandonando de una vez por todas su seducción por la barbarie.
Algo debe haber fallado en el liberalismo argentino para que habiendo construido un nuevo país en el siglo XIX luego, durante más de 60 años de hegemonía yrigoyenista-peronista, debió apoyarse en formas autoritarias, fraudes, semidemocracias o dictaduras para seguir malamente existiendo. Y algo debe haber fallado en el peronismo para no poder traducir las mejoras sociales de las mayorías en un país más avanzado y no en retroceso con respecto al anterior.
Ya hemos evaluado muy bien los fracasos de ambos, hay dos bibliotecas, una que expresa todos los fracasos del liberalismo y otra todos los fracasos del peronismo, pero hay muchas menos bibliotecas que explican las cosas parciales exitosas de ambos modelos; modelos en los que debemos inspirarnos para salir de esta situación. Porque no vamos a salir con modelos extranjeros, sino propios, siempre y cuando no nos creamos portadores de una esencialidad única. La idea de intentar introducir una mentalidad o una cultura diferentes fue el principal fracaso del proyecto más exitoso hasta ahora de la Argentina, el liberal. Separando la paja del trigo podemos -o debemos- construir con lo mejor de la Argentina real otra Argentina donde allí sí puedan ser bienvenidos los aportes de todo el mundo. Pero partiendo de lo que somos, aceptándonos en vez de intentar negarnos por exceso de falencias.
Lo que se sabe hasta ahora es que aceptándonos tal como somos sin autocrítica o tratando de ser otros con demasiada autocrítica, no nos ha servido ninguna de ambas cosas.
El liberalismo cuando intentó cambiar nuestros defectos propios por virtudes ajenas terminó aislado de una realidad que no entendía ni lo entendía, realidad que al no estar incluida -salvo teóricamente- en el esquema civilizador, por lo tanto se mantuvo con sus defectos antes que incorporar virtudes ajenas, intraducibles.
Ni la viveza criolla ni la cultura anglosajona nos sirven para progresar. La argentinidad es algo que se construye escapando a ambos y recuperando lo mejor del liberalismo y del peronismo (o nacionalismo si se quiere) a los cuales básicamente los une su inmenso aporte a la movilidad social ascendente, antes de que se acallara después de 1975, con el rodrigazo primero y el golpe militar después, de lo cual aún no salimos del todo.
El peronismo cuando se confundió con nuestros defectos y los intentó hacer virtudes logró lo peor (ahora estamos en uno de esos momentos). Cuando decidió continuar la historia de integración nacional y contribuir a la movilidad social, le fue bien. Y hubo, claro está, intentos de integración entre peronismo y no peronismo. Aunque fallidos hasta ahora no por eso hay que dejar de aprender de ellos.
Sobre todo la experiencia frondizista. Luego de haber sido antiperonista hasta 1955, Frondizi se imaginó -para reconstruir el país dividido- un modelo de desarrollo que continuara a través de la industria pesada y la inversión extranjera, el esquema de industria liviana nacional de Perón. Ni los peronistas ni los militares lo entendieron pero aún hoy el desarrollismo frondizista dio un buen aporte.
A su modo, Alfonsín con su tercer movimiento histórico imaginó ser la continuación republicana del yrigoyenismo y del peronismo. Cambiemos también intentó al inicio un encuentro con el peronismo. Hasta Menem realizó una integración entre peronismo y liberalismo, del cual con el tiempo habrá que separar la paja del trigo, para rescatar lo mejor. O el último Perón, el de la Hora del Pueblo.
Ejemplos no para repetir sino para rescatar su espíritu porque como dijo Perón en sus Apuntes de Historia Militar: las batallas jamás se repiten, pero hay que estudiarlas para adquirir experiencia y ganar las nuestras cuando nos toquen.
El talentoso historiador Daniel Larriqueta dice que una visión objetiva de la decadencia no debe caer en la visión subjetiva de la autodenigración por la cual creamos que hay algo en el ser nacional que nos impide ser un país normal y que estamos condenados al fracaso por ser como somos.
Es que lo que no funciona, además del populismo exaltador de nuestros defectos, es el antiperonismo que cree que la causa de todo mal argentino es el peronismo. Y por el lado opuesto el kirchnerismo que es una cepa sectaria del peronismo que produjo explícitamente la grieta que antes de él la democracia estaba extinguiendo (aunque siempre está latente para que algún aprendiz de brujo la haga revivir). No son conciliables kirchnerismo y antiperonismo (aunque se necesitan uno al otro para justificar la propia existencia) porque uno ubica a todo peronismo, desde que nació, como el origen del mal y el otro considera que todo lo que no son ellos es el mal en sí mismo. El kirchnerismo y el antiperonismo son dos formas del Apocalipsis que piensan que el otro es el obstáculo para rehacer el país. Por el contrario, los integrados creen que un país no se puede construir sin todas sus partes incluidas.
Claro que la síntesis se hace cuando se puede y con quien quiere. El kirchnerismo no la quiere, conceptualmente está en contra, es antirrepublicano porque no cree en el pluralismo sino en la hegemonía. Piensa que el otro es el enemigo, no el adversario, por lo cual al ser el enemigo debe desaparecer o ser intrascendente.
El antiperonismo, por su lado, quiere que no exista el peronismo salvo que sea a su imagen y semejanza.
Pero tampoco es válido “Corea del Centro”, la tibieza del justo medio en medio de la grieta no es posible, es intentar borrarse, salvarse solo. No se puede uno poner en el medio de un medio que no existe. Hoy no es posible ningún acuerdo porque no hay con quien, pero sin embargo hay que construir las bases para cuando estén los sujetos. Si han andado tan mal los sectarismos es que quizá se necesite lo contrario: Un país donde se incorporen los grandes temas de las dos grandes concepciones que dominaron la Argentina, como lo intentó el historiador Saldías cuando quiso incorporar lo más rescatable del rosismo al panteón liberal.
Divididos en esas dos grandes concepciones en pugna permanente y sin posibilidad de resolverse nunca para un lado o para el otro, como lo demuestran 200 años de historia, no hay más remedio que intentar la integración. Porque las salidas apocalípticas nos conducen a un país condenado a no ser nunca nada. Un país enamorado del fracaso que incluso encontró la fórmula para sobrellevarlo sin que nada cambie pero también sin que nada por lo menos hasta ahora (y ya van muchos años K) estalle.
La Argentina no es un país distinto al mundo, porque como todo el mundo de acuerdo a lo que haga, si hace las cosas bien le irá bien y si no le irá mal. A nosotros por ahora nos va mal pero con épica. O sea con chamuyo nos negamos a cambiar convirtiendo a través de falsos relatos defectos en virtudes, fracasos en éxitos y ficción en realidad. Ni triunfalistas del relato ni decadentistas sin esperanzas debemos ser.