Hace más de un siglo, con la muerte de San Martín, Napoleón, Emiliano Zapata, Von Rommel o Montgomery, hay pocos líderes a la cabeza de sus soldados.
Se tomó el ejemplo de Lincoln que, durante la Guerra Civil, no empuñó ni el cortapapeles que tenía sobre su escritorio, mientras morían 620.000 soldados.
George Bush (padre) en 1990, en Irak, donde hubo 328 bajas aliadas y 160.000 irakíes muertos, disparó 288 Tomahawk, 12 de ellos desde submarinos y redujo Bagdag a cenizas, sin salir de la confortable Casa Blanca.
Luego, su hijo completó la tarea. En 2003, tiró 7.200 misiles Tomahawk y redujo todo Irak a cenizas. Hubo (se estima) 800.000 muertos. La mayoría, civiles.
Pero estaba justificado. Irak supuestamente tenía “armas de destrucción masiva”, similares a las que Estados Unidos, Rusia o la China, tienen por miles.
Previo a lanzar los primeros 40 misiles, Bush le dio a Sadam Hussein un plazo hasta las 4 de la mañana del 20 de marzo para abandonar su país. A los 800.000 muertos no les dio plazo alguno. Abandonaron la vida.
La guerra comenzó a las 5:35 a.m. de Irak. En Washington eran las 9:35 p.m. del día anterior. Bush ya había cenado y veía la guerra por TV, pues le había informado a CNN, que iban a atacar.
En la invasión de Bush padre, los aliados eran Estados Unidos y 36 países, que aplaudían la destrucción de Irak.
Argentina, para demostrar su predisposición, mandó 2 “patitos inflables” de la marina, para garantizar la seguridad de los 4 portaaviones estadounidenses.
Veinte años después, Vladimir Putin copia, con exactitud, las malas enseñanzas recibidas e invade, asesina y aterroriza a un pueblo pacífico y trabajador.
También lo hace, como en los anteriores ejemplos, desde un cómodo escritorio del Kremlin y sin tomar el cortapapeles, similar al de Lincoln, que debe tener en su escritorio.
Aquellos 36 países de la coalición de 1990, hoy, gritan su repudio a lo que “este criminal de guerra” está haciendo.
Y está muy bien que así sea. Se debe adherir, enfáticamente, a toda expresión antibélica.
Lo que aturde más que esos gritos, es el silencio que mantuvieron cuando un millón de personas fueron asesinadas por dos mentiras pinochescas: “el peligroso ejército de 1.000.000 hombres” y “la existencia de armas de destrucción masiva”, nunca encontradas.
En agosto de 1945, Truman mató 246.000 japoneses, con una bomba que no respetó hospitales, escuelas, niños, ancianos, ni mujeres embarazadas. Y el mundo calló…
Lo más incongruente es que algunos países “ayudan” a Ucrania, mandando armas para su defensa.
No nos engañemos. Le están “vendiendo” armas con pago diferido.
Ucrania, además de poner los muertos, luego tendrá que poner los dólares, el petróleo o cualquier otro elemento de cambio, por lo que está recibiendo.
Argentina, cuando la post-guerra civil española, mandó 2 barcos repletos de alimentos e insumos sanitarios. Y fueron una donación no había ni un matagatos, en esos envíos.
Eso de enviar armas a Ucrania -Estados Unidos ya mandó 17.000 lanzamisiles-, es apagar el incendio con gasolina.
Imaginémonos si, con el mismo derecho, China o India empezaran a proveer armas a Rusia.
Las guerras políticas, religiosas, étnicas, territoriales, etc. siempre… siempre, tienen un trasfondo económico. Y ésta, también.
Porque la crisis energética pasará. Los muertos que hoy nos duelen, mañana sólo serán recordados por sus seres queridos. Los edificios serán reconstruidos. Pero, las deudas… las deudas quedarán… y se incrementarán…
¡Animémonos!... ¡y vayan…!
Vayan… ucranianos y rusos… vayan… nosotros ponemos las armas… ustedes pongan los muertos…
*El autor es Médico.