Alpatacal, a 97 años de un choque de trenes que enlutó a dos países

Una tragedia que en aquella oportunidad empañó los festejos por un nuevo aniversario de la independencia argentina.

La tragedia de Alpatacal en 1927: Archivo
La tragedia de Alpatacal en 1927: Archivo

Dentro de unos días, el 7 de julio, se cumplen 97 años de la “tragedia de Alpatacal”, aquel hecho luctuoso que marcó a Argentina y Chile en 1927.

Para quien no conozca la historia, la resumo: un tren con militares trasandinos salió de Chile con destino a Buenos Aires para desfilar en la fecha patria del 9 de Julio. En una estación de trenes, a 200 km al este de Mendoza, el convoy de los chilenos chocó de frente con una formación que venía desde Buenos a Mendoza.

Militares chilenos y ferroviarios argentinos fallecieron en el acto y muchos otros lo hicieron tiempo después por las heridas sufridas. En el lugar del accidente se levantó, como homenaje, una estatua de bronce de gran tamaño que luego fue vandalizada y robada en 2006.

Los reconocimientos continuaron de muy diversas formas. He aquí unos contados ejemplos: las calles Alpatacal o Cadetes Chilenos son una muestra. El cambio de nombre de estaciones es otro: la estación Alpatacal pasó a llamarse Cadetes de Chile y la siguiente, Sopanta, mutó a Maquinista Levet en honor a la actuación heroica del inglés Arthur J. Levet.

Si desea indagar más, puede leer las excelentes crónicas que este centenario diario ha escrito desde el preciso día del accidente a esta parte, o bien mirar mi documental “Caballos en Llamas” en donde se analizaron las causas del hecho de la mano de prestigiosas figuras de la talla del historiador Carlos Campana y el periodista Miguel Títiro, entre otros.

No obstante, mi sentir hoy no pasa por el accidente en sí sino por el propio ferrocarril. Su estado está lejos del brillo que supo gozar. De todas maneras, buscar culpas no está en mi naturaleza.

El trazado ferroviario está. Tiene el estado que tiene, pero está. Es cuestión de renovarlo y, si bien no es fácil, más difícil es vivir mal por generaciones.

Los que entienden de economía afirman que con un cuarto del dinero de Portezuelo podría mejorarse buena parte de la red ferroviaria de Mendoza, incluso crear otras. No soy especialista en economía, pero como hombre de fe, oro por ello.

Estamos en un momento clave de la historia provincial. Comprendo que en otras ocasiones se han pregonado palabras similares, no obstante, los tiempos que vivimos son una bisagra en la historia. Por ejemplo, la sociedad ya entendió los beneficios de la minería y los aspectos positivos que tendrá. Para transportar tales minerales se necesitan líneas férreas en el mejor estado posible y no las tenemos.

Cabe destacar que un sistema ferroviario más eficiente no solo beneficiaría a las empresas mineras sino a la provincia en todos los sentidos. Por las mismas vías es posible enviar vagones con vino, ajo, ganado, contenedores marítimos, transportar personas, etc.

El tren bajaría los costos del transporte de bienes y eso haría más competitiva a la provincia. A la vez, las mercancías que vienen hacia Mendoza tendrían un costo menor. El resultado obvio de obtener mejores costos es que si una persona paga menos por un producto, le queda más dinero en el bolsillo para disfrutarlo en lo que desee y eso mejora su calidad de vida.

Asimismo, las rutas se aliviarían por menos tráfico de camiones, ómnibus y autos, por lo que los incidentes viales descenderían y la infraestructura de tránsito vehicular duraría más tiempo al tener menos desgaste y menor fatiga de materiales.

Tan solo imaginen el regreso del Trasandino, las colas interminables de autos y camiones en la Aduana serían menores. Es un ejemplo entre varios más.

Está claro que el tren fomenta la industria, crea empleos directa e indirectamente y mejora la calidad de vida de la sociedad.

Las vías férreas son las venas de una Nación. No hay país de Primer Mundo que no cuente con un eficiente sistema ferroviario. Por las vías se nutre la producción y la industria, no solo de las grandes empresas sino de pymes también.

Es más, quien haya viajado en trenes seguramente ha comprado pan, tortitas, dulces o artesanías por las ventanas de los vagones. Tales productos son producidos por pequeños emprendedores que comercian en las estaciones por donde los trenes circulan. El ferrocarril promueve el comercio en todos los niveles.

En la actualidad, muchos pueblos de la Argentina profunda están abandonados y se me estruja el corazón al ver vías que no llevan a ningún lado o altos yuyos que gobiernan lugares que supieron ser prósperos. Tales parajes podrían resucitar si el tren se reactivara. Lo sé de primera mano ya que he grabado entrevistas al respecto.

Cuando oigo la frase “hacer patria” se me viene a la mente una locomotora y muchos vagones detrás. Es que los trenes transportaban desde agua potable hasta médicos, pasando por insumos para cultivos o víveres.

Podría escribir varias hojas más sobre las virtudes del ferrocarril, pero no es necesario. En el fondo tantas teclitas presionadas esconden un deseo muy sencillo: volvamos a “hacer patria”. ¡Que vuelva el tren!

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