Se quería ir el Víctor. Jugaba el Lobo y él tenía que estar presente. Cuando le comentaron al oído que Romano había anotado el primero de la tarde en el Parque General San Martín, decidió que era hora. Y eso que andaba malito el Víctor. Pero el amor es más fuerte, dicen. No se quiso perder un nuevo triunfo como local, en ese estadio blanquinegro que lleva su nombre y donde regaló tantas tardes de magia. Ese donde tenía su lugar preferencial, allá sobre el sector sur, a veces acompañado por el actual presidente de la entidad, Fernando Porretta, y otras de sus más íntimos.
Víctor Antonio Legrotaglie falleció ayer a los 86 años de edad, tras haber sido internado por una neumonía y padecer durante muchos años la enfermedad de Alzheimer.
Había nacido el 29 de mayo de 1937 en el departamento de Las Heras, donde comenzó a desandar los potreros que luego iban a convertirlo en leyenda. Por desfachatez y talento, el Víctor, como lo conocían en el ambiente futbolero mendocino, hizo las delicias de quienes pudieron presenciar sus hazañas. El potrero lo nutrió de mil malabares y él supo utilizarlos cuando dio el salto al profesionalismo.
Su llegada al Lobo mendocino, donde es ídolo máximo y leyenda, se dio en 1953, Dicen que fue amor a primera vista. Bastaron un par de encuentros para sellar una relación que se extenderá hasta la eternidad. Porque el talento sin par del Maestro seguirá de boca en boca, de generación en generación, contando sobre aquellos goles olímpicos, o los de tiro libre, o cuando solía utilizar su nuca como recurso para bajarle el balón a un compañero.
Y aunque muchas veces se fue del Lobo, siempre volvió. Quizás por eso encontró su mejor versión allí, donde transitó su cuarta etapa entre elogios y aplausos. Claro, Gimnasia y Esgrima contaba con el famoso equipo de Los Compadres, donde brillaban, además de Legrotaglie, el Cachorro Aceituno, Polaco Torres, Bolita Sosa y Documento Ibáñez, entre otros.
Fueron la sensación de aquel tiempo. Y el Maestro supo conducir.
Fue el epílogo para su carrera. Apenas tres años después, en 1974, dejó de jugar, aunque siempre siguió ligado al fútbol. Fue preparador físico y director técnico.
“Siento un dolor muy grande; éramos muy cercanos. Transitamos juntos estos diez o doce años en la institución. Aunque no lo vi jugar, fue el más grande jugador de todos los tiempos del fútbol mendocino. Sin embargo, su humildad fue su sello distintivo. Siento un dolor enorme”, expresó Porreta, en un mensaje a este medio.
Supo vestir la camiseta de Chacarita Juniors, Atlético Argentino, Alianza de San Juan, Américo Tesorieri (La Rioja) y hasta se animó a cruzar de vereda para jugar el Nacional de 1973 con la camiseta de Independiente Rivadavia. Sin embargo, siempre volvió a su gran amor, en el otro lado del Parque.
Cada vez que Gimnasia sea local, habrá que atender esos papeles que bajan rumbo al campo de juego. Quizás, los más observadores alcancen a percibir en el viento un quiebre de cintura, mientras al oído alguien les susurre: “toque Lobo, toque”.