Actos absurdos en escenarios políticos

La idea de Alberto Fernández de sacarse fotos con todos los famosos del G20 parecía una estrategia inspirada en el personaje de Figuretti.

La idea de Alberto Fernández de sacarse fotos con todos los famosos del G20 parecía una estrategia inspirada en el personaje de Figuretti.
La idea de Alberto Fernández de sacarse fotos con todos los famosos del G20 parecía una estrategia inspirada en el personaje de Figuretti.

La absurda descripción que hizo Mauricio Macri del micrófono que, amenazante, se le venía encima y debió atajar para evitar un impacto demoledor, licuó su disculpa por la agresión al reportero de C5N. Todas las tomas de la escena muestran que el manotazo fue innecesario y su falaz explicación volvió hipócrita a la disculpa.

Más hipócrita aún fue el estupor de medios y dirigentes que nunca vieron violencia contra el periodismo en la larga lista de agresiones y demonizaciones del liderazgo kirchnerista contra la prensa crítica. Todos fueron premeditados actos de intolerancia explícita, pero jamás habían sido cuestionados por ninguno de los que se escandalizaron con el manotazo del ex presidente.

Lo de Macri fue lamentable, y el estupor oficialista sonó como sonaría el padre Grassi cuestionando a Maradona por las novias menores de edad que tuvo en Cuba.

La escenificación kirchnerista de la paremia bíblica sobre “la paja en el ojo ajeno”, y la increíble descripción del micrófono amenazante que hizo Mauricio Macri, no fueron las únicas actuaciones absurdas en el escenario político argentino. En el mismo género se encuadran las emboscadas de Alberto Fernández a la figura internacional que encontrara en los pasillos de la cumbre del G20.

Siempre con un camarógrafo listo para retratarlo, cuando aparecía el gobernante de alguna potencia o algún personaje relevante del escenario internacional, Alberto Fernández lo abordaba y la cámara registraba unos segundos de abrazos y sonrisas como los que se dan quienes se conocen, se aprecian o se admiran.

Parecía una estrategia inspirada en Figuretti, el emblemático personaje del actor Fredy Villarreal. Pero más allá de los encuentros con aspectos de abordaje, como los que mantuvo con Joe Biden y con John Kerry, Fernández mantuvo reuniones bilaterales y planteó el tema de la deuda con el FMI.

Al mismo tema, aunque reciclado para la circunstancia, lo planteó también en la cumbre de Glasgow que vino a renglón seguido. En el encuentro de la COP26, la disertación de Fernández recogió una idea que viene creciendo en los foros internacionales y tiene una lógica irrebatible: Las economías más desarrolladas, que en general son también las que más emisiones de efecto invernadero producen, deben financiar la acción climática de las economías menos desarrolladas, que en general producen menos emisiones contaminantes y también menos dinero para reconversión energética y productiva.

Por cierto, las características de su economía y su clase dirigente hacen que el caso argentino sea discutible, pero el presidente tuvo algo que plantear asociado a la idea de canjear deuda externa por acción climática, que puede no tener lógica financiera, pero la tiene en el marco del mayor desafío que ha enfrentado la humanidad.

Al estropicio lo cometió en Buenos Aires, al decir en la presentación de un libro sobre Evo Morales que le envidia a Brasil “tener una Corte Suprema digna” y al ex presidente boliviano haber tenido “un vicepresidente leal”. ¿Pensaba lo que estaba diciendo, o divagaba?

En Glasgow no divagó y si se suma el anuncio de la inversión australiana en “hidrógeno verde” el saldo de su paso por las dos cumbres no fue reprochable.

Reprochable fue la ausencia de Andrés Manuel López Obrador. Teniendo la economía más grande de América Latina y una producción petrolera importante, México debió estar representado por su presidente y llevar ideas para reducir el calentamiento global. Pero estuvo representado por su secretaria de Medio Ambiente, María Luisa Albores, quien difícilmente pueda mejorar para 2030 la modesta meta de 22% en reducción de emisiones contaminantes que México propuso el año pasado.

Peor aún fue el caso de Jair Bolsonaro. No podía ser de otro modo ya que la cumbre del G20 giró sobre el calentamiento global, mientras que en la COP26 ése es el tema excluyente, y el presidente de Brasil es un “negacionista” convencido de que el cambio climático es una patraña elucubrada por científicos dementes que quieren controlar el mundo.

En Roma y en Glasgow quedó expuesto el aislamiento de Bolsonaro. En el G20 fue una sombra. Buscó pasar desapercibido y fue el único mandatario que no tuvo reuniones bilaterales, y a Glasgow ni siquiera quiso ir, porque habría recibido una avalancha de críticas y cuestionamientos.

No son sus opositores los únicos que dicen que ésa fue la razón de su ausencia en la COP26. También lo dijo su vicepresidente. Aunque victimizándolo como un genio incomprendido y denostado por una horda de cientificistas sugestionados, Hamilton Mourao explicó que Bolsonaro no fue a Glasgow porque allí habría recibido “piedras” de todos lados.

¿La razón? Su defensa de la deforestación y la actitud neroniana con que observó las llamas arrasando bosques amazónicos.

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