El bombardeo llega directo desde Buenos Aires. Cada frase o decisión polémica del Gobierno nacional, que las hay en demasía, repercute directamente en Mendoza. Al peronismo local no le queda otra que poner su mejor cara y avanzar, para no dejarse arrastrar por una dinámica que lo excede y lo podría herir aún más.
El monumento a los muertos por Covid pisoteado en el festejo del 17 de octubre y el Presidente desentendiéndose de ayudar a Río Negro a controlar los ataques de grupos mapuches fueron tal vez los que más pegaron en la agenda masiva los últimos días.
La carta de Alberto Fernández a la gobernadora Arabela Carreras, precedida por declaraciones del inefable Aníbal Fernández, además de irresponsable es incluso una torpeza electoral. ¿Acaso no quiere recuperar votos? ¿Acaso no necesita ganar en la vecina Chubut los dos senadores?
Los candidatos mendocinos miran esas escenas y se encogen de hombros. Entienden que acá, por la idiosincrasia provincial, esos dislates provocan más rechazo que por ejemplo en los territorios del Norte, donde el peronismo manda desde siempre.
“Cuando sos peronista tenés que tener conciencia del peso que cargamos. Cualquier cosa que digamos o hagamos irrita de una forma que no le ocurre a los otros partidos”, se queja una voz de peso en el PJ provincial.
Tal vez tenga algo de razón, pero también es cierto que al peronismo, por el control de la CGT y los movimientos sociales que siempre tuvo, se le han perdonado históricamente errores que a otros no.
Saben los dirigentes de Mendoza que no pueden esperar mucha ayuda de la Nación (hoy concentrada en dar vuelta la elección bonaerense), ni la quieren. Si se tratara del balance de una empresa, la influencia del gobierno de Fernández ya la habrían asentado como una pérdida.
Parece que fue hace un siglo cuando se ilusionaban con la buena imagen presidencial, en los inicios de la pandemia, para obtener acá un triunfo que se les niega hace una década.
Ha sido tan contraproducente la gestión nacional que no sólo alejó el voto blando, ese que oscila entre una fuerza y otra según marche la economía, sino que hasta simpatizantes de siempre esta vez le dieron la espalda. Ellos también están enojados por la inflación, el desempleo y algunas escenas obscenas del poder, como el vacunatorio VIP y el festejo de cumpleaños en Olivos.
“Nadie nos tira un centro”, se lamenta en términos futboleros un veterano de mil batallas en el justicialismo.
Esos mismos errores que los candidatos peronistas intentan soslayar públicamente y hasta justificar en la intimidad son aprovechados por Cambia Mendoza, la alianza de la UCR y el Pro que gobierna hace seis años.
Su campaña se basa en decir lo opuesto a lo que plantea el kirchnerismo, marcar la inequidad en el reparto de fondos y ponderar la reapertura de la economía decidida cuando la Nación sostenía la cuarentena estricta.
Sin mucho más para mostrar, con ese discurso le bastó y sobró para ganar las PASO con comodidad y ahora mantener e incluso ampliar levemente aquella diferencia, según reconocen en ambos bandos.
Un diálogo casual, hace unos días, entre un intendente radical y un legislador peronista, deja en evidencia esas realidades electorales opuestas.
“¡Cómo me gustaría alguna vez ganar sin hacer campaña!”, primereó el hombre del PJ cuando se encontraron. La respuesta del radical al que alguna vez enfrentó en una elección fue directa: “Contratá a Alberto Fernández de jefe de campaña”. Ambos rieron. El Presidente, al menos en ese instante, cumplió aquella olvidada promesa de cerrar la grieta.
De gira por los barrios
Si se repite el escenario de las primarias, el peronismo tiene asegurado el ingreso de dos diputados nacionales, por lo que ganaría una banca respecto de 2017. Aunque en los hechos no cambiará el aporte mendocino al Frente de Todos en el Congreso: José Luis Ramón, cuyo mandato concluye en diciembre, reporta hace tiempo a Sergio Massa y Máximo Kirchner.
Por eso, la mayor preocupación peronista es la Legislatura provincial. El resultado de las primarias pone a Cambia Mendoza al borde una mayoría abrumadora que diluiría el poder opositor. Por eso, el peronismo no ve con malos ojos el crecimiento de las terceras fuerzas en casos puntuales.
En el cuarto distrito (San Rafael, Alvear y Malargüe), el Partido Federal necesita 4.500 votos para arrebatar al oficialismo una banca de diputados. El PJ sólo la obtendría dando vuelta el resultado. Algunos sospechan que podría haber alguna ayuda de la estructura partidaria. Los “federales” son peronistas distanciados del kirchnerismo, pero peronistas al fin.
Un hecho de los últimos días confirma alguna sintonía: en el Frente de Todos vienen reclamando una moratoria para las pymes. Casualidad o no, Carlos Iannizzotto, candidato del Partido Federal y referente agropecuario, presentó el miércoles en la Legislatura un proyecto con ese planteo.
La preocupación también se vive en los municipios que gobierna el peronismo. “Debo buscar votos hasta debajo de las piedras”, describe un intendente que necesita que su lista de concejales crezca para no ceder la mayoría a Cambia Mendoza. Cuando pregunta por qué les fue mal, escucha siempre el mismo argumento: la situación económica.
La nueva conducción en la campaña del Frente de Todos no sólo cambió el foco de los spots (ya no son los candidatos los protagonistas sino los problemas de la provincia), también modificó el territorio en el que se despliega la búsqueda de votos.
De las caminatas impredecibles se pasó a reuniones en barrios donde pueden juntar un buen número de simpatizantes. Así, la semana que pasó fueron a Las Heras, Guaymallén y Luján, tres municipios gobernados por sus rivales, aunque eligieron zonas donde se sabían bienvenidos.
Allí estuvieron Anabel Fernández Sagasti y Adolfo Bermejo. “Hay más entusiasmo de la gente, mejor ánimo”, se ilusionó hace unos días la candidata a senadora nacional en una charla informal con un “compañero” preocupado por el futuro.
La decisión es abandonar la seducción de los que ya no conquistaron. No hay tiempo. La clase media mendocina parece un territorio inexpugnable para el kirchnerismo.
El objetivo, como ya se ha dicho en esta columna, es contener a los propios para así llegar al número mágico: “Cualquiera que empiece con 3″, se ríe mientras lo dice una de las figuras del peronismo mendocino. Están a apenas dos puntos. Contando sólo los votos positivos, Fernández Sagasti obtuvo 28,4% en las PASO.
Esos barrios “leales” que visitan, donde arman encuentros con sillas en las calles, son aquellos en donde hubo muchos votantes propios que pusieron el sobre vacío en la urna.
Son mendocinos a los que nunca se les ocurriría votar a alguien que no sea candidato del peronismo y lo demostraron. El problema es que tampoco pusieron la boleta del Frente de Todos. El enojo pudo más. A todos ellos quieren recuperar.
El principal obstáculo es que nada de lo que sucedió en las últimas semanas despierta ilusión, por el contrario. La inflación volvió a crecer, los mensajes contradictorios son cotidianos en el Gobierno, el nuevo gabinete no tiene nada de nuevo y el Presidente se desdibuja día a día.
Pero para entender la casi segura caída del peronismo mendocino también hay que bucear en las razones locales y no sólo en las nacionales, siempre más fáciles de admitir.
Desde que decayó el ciclo iniciado por José Octavio Bordón, el PJ nunca tuvo un liderazgo claro ni un proyecto de provincia. Dejó su suerte atada a la de los intendentes, una especie de señores feudales que no miraban más allá de sus fronteras.
Tal vez eso explique que desde el retorno de la democracia en 1983, sólo ganó dos legislativas: 1993 y 2001.
El 2023 está a la vuelta de la esquina y la situación apremia. Nada puede ser peor para un movimiento de masas como el peronismo que acostumbrarse a la derrota.
*Se puede seguir al autor en Twitter: @marcelozentil