“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de Mi boca”. Apocalipsis 3:15-16
Cuando uno se encuentra en una situación coyunturalmente favorable (como en este momento está el presidente Javier Milei) se pueden hacer dos cosas: atacar a todo lo que está débil para acumular poder y concentrarlo en uno solo, o convocar a los más que se pueda para construir alianzas futuras. Lo primero da más poder en el presente, es cierto, pero es pan para hoy y hambre para mañana. Lo segundo obliga a compartir el poder que hoy el agraciado no necesita compartir pero sí casi seguramente mañana (porque no hay bien que dure cien años) . Es un poco menos de pan para hoy pero mucho más para mañana.
El maquiavelismo en su versión más esquemática, siempre apuesta por lo primero: cuando el enemigo pide conversar es porque está débil y entonces hay que perseguirlo incluso más que ayer, antes de que se fortalezca nuevamente y de ese modo obligarlo a rendirse definitivamente.
Pero Milei sigue un maquiavelismo sui generis: él ahora que está fuerte no ataca a su principal enemiga para exterminarla. Estamos hablando, claro, de Cristina Fernández de Kirchner. La ataca poco y en forma meramente simbólica (le quita pensiones de privilegio que sabe que la justicia devolverá, o la pone en un ring metafórico de box para librar un combate amistoso) porque la necesita (leáse, Lijo). Mientras que ataca hasta el escarnio. a los que según él son el principal obstáculo y a los que de veras hay que exterminar: los hinchapelotas del medio. Hay que sacarlos del medio para quedarse con sus votos. A Pichetto y a los que son parecidos a él, ya los perdió innecesariamente. A los radicales no kirchner-lousteausianos los tiene a menos (salvo que sean “pelucas”). A Macri solo lo quiere esquilmar u obligarlo a ser como la pato Bullrich, un patito desplumado, quizá hoy la más dócil y sumisa de la “manada”, leáse: el grupo de actuales pichichos a los que Milei en el ayer propuso como sus leones otorgándoles hasta la capacidad de disentir con el líder (pregúntenle a la única que le tomó al pie de la letra eso de hacerse león, la vicepresidente Victoria Villarruel, y vean cómo le fue).
Quiere que el 26% de votantes que se le sumó en la segunda vuelta se fusione con el 30% que lo votó en la primera vuelta, barriendo con todos los dirigentes que representaron a ese 26%. Sabe que con el 30% no le alcanza para su proyecto de poder hegemónico, poder que no está dispuesto a compartir con nadie. Pero con el 56% sí le alcanza.
Cristina, a su modo, quiere lo mismo (siempre lo quiso, o al menos desde que pidió que se le tenga miedo a Dios, pero a ella también un poquito): que los peronistas se le vuelvan a subordinar enteramente, sabiendo que hoy están todos desperdigados pero a la vez desorientados. No quieren tanto a Cristina como la querían antes pero no tienen alternativa, no saben crear opciones, se han burocratizado demasiado. Y Cristina -como Milei- tampoco quiere tibios, para eso subió (o bajó, según cómo se lo mire) a la presidencia del Partido Justicialista, con el fin de re-adoctrinar en el cristinismo, mientras que Milei quiere purgar.
Gran paradoja, Cristina para retornar al poder necesita sumar a todos los suyos o a los que fueron suyos mientras que Milei para mantenerse en el poder cree que necesita desprenderse de los que están a medias colgados, esos impertinentes del “sí pero....”
Sin embargo, más allá de esa diferencia metodológica, todo lo demás los une. Cada uno considera al otro como su mejor enemigo. Ambos deben combatirse por la eternidad y sobrevivir los dos hasta que las malezas del medio desaparezcan y llegue el momento en que se encuentren cara a cara. (”Todos podrán ver a Dios cara a cara, y el nombre de Dios estará escrito en sus frentes. Allí nunca será de noche, y nunca nadie necesitará la luz de una lámpara ni la luz del sol, porque Dios el Señor será su luz, y ellos reinarán para siempre”, se lee en Apocalipsis 22:4-5).
Ambos política e ideológicamente están buscando un país definitivamente binario. Lo que parece un ataque despiadado de él a ella o de ella a él, es el alimento que cada uno provee al otro para que se mantengan con vida y con plena salud. No creen poder vivir el uno sin el otro (uno porque cree que ella es la mejor rival porque él mide en las encuestas infinitamente más que ella; la otra porque piensa que volverá a crecer si logra enfrentarse en exclusividad con alguien tan en sus antípodas como él). Para ellos dos, ni la unidad nacional, o ni siquiera su versión autoritaria (el unanimismo) son necesarios. En todo caso se necesita la hegemonía para que el gane tenga, mientras siga ganando, más poder que el otro, y por sobre todo la división del país entre buenos y malos, entre blancos y negros. Con desprecio casi paranoico hacia todo tipo de grises. Son tal para cual. Tan lejos y tan cerca. Para Javier y Cristina el fundamento de la verdadera política es el conflicto, mientras que el consenso es cuasi demoníaco.
Milei ataca sobre todo a los que se quieren acercar críticamente a él, es su lógica, que sólo en caso de extrema necesidad resigna (porque ha demostrado que no es un político tonto, que sabe de qué se trata la nueva profesión que le tocó ejercer). La resignó con la ley bases porque no pudo doblegar a los del medio y aquella vez los necesitaba. Pero ahora los necesita mucho menos porque no busca tanto aprobar leyes propias sino conseguir vetos para que la mayoría sumada -de enemigos declarados y tibios enojados- no le impongan las suyas. Y para eso Macri le alcanza y sobra. Entonces los quiere borrar (a Macri también, pero a la larga, como Néstor Kirchner hizo con Eduardo Duhalde, su creador) para quedarse con sus bases. Los kirchneristas son la casta necesaria que debe sobrevivir. Los del medio son la casta innecesaria que debe sucumbir.
Algo parecido, aunque por otras razones, le pasa al presidente con los periodistas: jamás personaliza sus ataques en los que están el 100% en contra suya. Sus enemigos favoritos son los que comparten, en promedio relativo, la mitad o más de lo que está haciendo (sobre todo lo económico y algo de lo político) y le critican el resto (sobre todo lo ideológico y algo de lo político). Esos son los enemigos comunicacionales a exterminar mediante la diatriba y las redes. Porque no pelea contra sus mentiras sino contra su credibilidad. Así como ganó por enfatizar en contra de la credibilidad de toda la clase política, ahora quiere hacer lo mismo con los periodistas, como de alguna manera también lo intentó con los intelectuales y las universidades. Él debe quedarse con toda la credibilidad, con nadie que le dispute nada de su relato, salvo Cristina, que como él, no acepta a nadie que esté en el medio, los pecho fríos, los tibios, los que deben desaparecer definitivamente para que nadie entorpezca la pelea final entre los buenos y los malos. Los que no son ni una cosa ni la otra son despreciables, hoy por hoy son las bestias que deben morir.
Para los dos líderes, la progre y el libertario, el mundo ideal es aquél que está formado solamente por enemigos absolutos (porque no existe el bien sin el mal) y por obsecuentes más absolutos aún (porque alguien debe lustrarle las botas al rey). El pensamiento crítico, en cambio, debería desaparecer de una vez y para siempre.
Todo esto se podría lograr (o al menos intentar lograr) pero tiene patas más cortas que el camino de los acuerdos posibles, aunque Milei difícilmente pueda ser de otro modo (a diferencia de casi todos los políticos, es pragmático solo por imperiosa necesidad, pero jamás por vocación). Es su estilo, es su personalidad, es la pasión que le viene de adentro y que no puede dominar (que por otro lado hoy no le está impidiendo en nada que meta goles y que se considere el salvador de la Argentina y -en alianza con otros- el salvador de la Humanidad, ¡casi nada!, quién no se marearía con todo eso), salvo si ve que el que le discute tiene más poder que él. Allí se doblega, como hizo con China, o con el Papa, o con la oposición tibia en la ley bases. Pero si él tiene más poder, doblega. Se puede ser bueno o malo y está bien, mientras que los grises son el verdadero pecado mortal en la Argentina de Milei y Cristina, porque, como decía Perón parafraseando la biblia, a los tibios los vomita Dios.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar