“Horror, tragedia, espanto, muerte, exterminio, trabajos forzados, cámaras de gas, sufrimiento, odio, tortura, raza, persecución...” Éstas fueron algunas de las palabras más escuchadas durante el juicio a los jerarcas nazis del Tercer Reich, luego de terminada la 2ª Guerra Mundial en 1945.
Los testimonios de los sobrevivientes eran escalofriantes. Los jueces, horrorizados, no podían dar crédito a lo que escuchaban. Las atrocidades cometidas por el régimen nazi fueron de tal magnitud que las potencias vencedoras decidieron llevar a juicio a los responsables de una maquinaria de odio jamás vista en la historia.
En agosto de 1945 se dio a conocer el Estatuto del Tribunal Militar Internacional, que determinó cuáles eran los delitos que serían juzgados y también fijaba la competencia del tribunal y su composición.
Los delitos cometidos por el régimen nazi, según el Estatuto, fueron: conspiración para cometer crímenes contra la paz, definidos como la participación en la planificación y la realización de una guerra de agresión violando numerosos tratados internacionales. Crímenes de guerra, definidos como violaciones de las reglas de la guerra acordadas internacionalmente. Y crímenes contra la humanidad: asesinato, exterminio, esclavitud, deportación y otros actos inhumanos cometidos contra cualquier población civil, antes o durante la guerra. O persecución por razones políticas, raciales o religiosas en ejecución de o en conexión con cualquier crimen dentro de la jurisdicción del Tribunal, ya sea que violen o no las leyes nacionales del país donde son perpetrados.
Los juicios fueron varios, en diversas ciudades alemanas y en Dachau, Polonia. El más representativo fue el que tuvo lugar en la ciudad bávara de Núremberg, y ello fue así porque el edificio del tribunal de dicha ciudad contaba con una prisión de gran capacidad, capaz de albergar a un buen número de detenidos. La ciudad, además, había sido el escenario que Hitler periódicamente utilizaba para convocar y arengar a sus soldados en un gran e imponente espacio ubicado a las afueras de la ciudad.
El juicio comenzó el 20 de noviembre de 1945. Al banquillo de los acusados fueron llevados veinticuatro jerarcas nazis. Otros, Hitler entre ellos, se suicidaron cuando vieron que su detención era inminente. Los demás huyeron, como Adolf Eichmann, que escapó hacia Argentina y, años más tarde, fue enjuiciado en Israel.
Entre los sometidos a proceso estaba el número dos del régimen, Herman Göring. También Rudolf Hess (segundo líder del partido nazi), Joachim von Ribbentrop (ministro de Asuntos Exteriores), Wilhelm Keitel (jefe de las Fuerzas Armadas), Julius Streicher (editor del diario antisemita Der Stürmer), Wilhem Frick (ministro del Interior), Ernst Kaltenbrunner (jefe de los servicios de seguridad), Hans Frank (gobernador de Polonia ocupada), Konstantin von Neurath (gobernador de Bohemia y Moravia ocupadas), Erich Raedder (jefe de la Marina), su sucesor, Karl Dönitz, Alfred Jodl, comandante de las fuerzas armadas, Alfred Rosemberg (ministro de las Zonas Orientales ocupadas), Baldur von Schirach (jefe de la Juventud Hitleriana), Fritz Sauckel (jefe de Asignación de Trabajo forzado), Albert Speer (ministro de Armamentos) y Arthur Seyss-Inquart (comisionado de los Países Bajos ocupados). Martin Bormann (asistente de Hitler) fue juzgado en ausencia. También se procesó a organizaciones consideradas criminales, como el alto mando de la Wehrmacht y la Gestapo.
El juicio duró casi un año; terminó el 1 de octubre de 1946. Las sentencias fueron: once condenas a muerte en la horca, tres a prisión perpetua, dos a veinte años de prisión, una a quince y otra a diez años. Hubo tres absoluciones. Las sentencias de muerte se llevaron a cabo el 16 de octubre de 1946, los cuerpos fueron cremados y las cenizas esparcidas en el río Iser. Los 7 principales criminales de guerra sentenciados a reclusión fueron a la prisión de Spandau, Berlín.
Sobre la suerte de Hitler existen versiones encontradas. La mayoría de las fuentes coinciden en que murió el 30 de abril de 1945 de un disparo autoinfligido en la sien derecha, y que inmediatamente después su cuerpo fue incinerado por sus colaboradores, tal como él lo había dispuesto. Otras fuentes sostienen que Hitler huyó. Eva Braun, su mujer, se suicidó ingiriendo una cápsula con cianuro.
Los procesos a los jerarcas del Tercer Reich tuvieron una especial importancia: por primera vez en la historia se juzgaban delitos aberrantes y de trascendencia internacional. Pero si bien era un paso de gran importancia en orden a juzgar este tipo de delitos, aún faltaba bastante para la creación de un tribunal internacional permanente. Aún se estaba en una fase preliminar, en la de los tribunales “ad hoc”, es decir, creados al efecto; en el caso que nos ocupa, los tribunales de Núremberg fueron creados únicamente para juzgar delitos cometidos en un evento bélico determinado y circunscripto a una zona geográfica determinada. Finalizada su labor, el tribunal procedió a su disolución. Otros tribunales creados con una finalidad similar, fueron el de Camboya, la ex Yugoslavia y el de Rwanda, entre otros.
No obstante que esos tribunales fueron creados para juzgar a genocidas en países determinados y una vez concluida la misión, fueron disueltos, se fueron sentando las bases del Derecho Penal Internacional que culminaría con la creación de un tribunal permanente: la Corte Penal Internacional (CPI) mediante el Estatuto de Roma. La misión de la CPI, con sede en La Haya, Países Bajos, es someter a juicio a personas físicas responsables de delitos graves y de trascendencia internacional.
Como puede verse, no existe impunidad para los tiranos del mundo. Estén donde estén, tarde o temprano, el poder de la ley les llegará y se hará justicia.
*El autor es Presidente de la Sociedad Goetheana Argentina. Goethe Zentrum Mendoza.