Winston Churchill decía que “el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Gran razón le asistía.
Alemania tuvo varios estadistas entre sus gobernantes. Tuvo al ‘padre de la democracia alemana’, Konrad Adenauer que, desde el comienzo de la Alemania democrática, bregaba por una Alemania unida. La constitución de la Alemania Federal (Grundgesetz, 1949) es prueba de ello. Desde su redacción, el legislador alemán previó las posibles vías para alcanzar esa reunificación, ¡cuarenta años antes de que ella fuera realidad!
Alemania tuvo a otro gran estadista, Helmut Kohl, el padre de la Alemania unida. Fue Kohl quien tuvo la perspicacia y la astucia para actuar según los designios de Adenauer.
Una vez caído el Muro de Berlín (noviembre 9 de 1989) y no obstante que en la ex RDA se preparaba la redacción de una nueva constitución según los valores de la democracia y se habían llevado a cabo las primeras elecciones libres en más de cuarenta años (marzo de 1990), Kohl vislumbró que era el momento para actuar. Frenéticas negociaciones entre Bonn y Moscú (recuérdese que la ex RDA estaba bajo la órbita soviética), y a ambos lados del Atlántico, pudieron más que la desconfianza que despertaba en Europa y Estados Unidos una posible reunificación. Ni Thatcher ni Mitterrand ni Gorbachov querían volver a tener una Alemania unida.
Fue Kohl quien en un discurso ante el parlamento federal, el 28 de noviembre de 1989, expresó que su intención era, precisamente, la reunificación. Kohl vio que estaba ante un momento verdaderamente histórico.
También el factor suerte acompañó a Kohl. La URSS atravesaba por graves penurias económicas y fue esa la oportunidad de Kohl. Un cuantioso préstamo en efectivo y miles de millones de marcos en créditos, hicieron que Gorbachov ya no viera a la unidad alemana como un peligro. Ahora había que convencer a George Bush. Gorbachov viajó en mayo de 1989 a Washington y logró convencerlo; el argumento principal fue que la Alemania unida podría ser miembro de la OTAN, si eso querían los alemanes.
Así las cosas, el camino a la unidad estaba despejado. Bush se encargó de convencer a Thatcher y a Mitterrand. Se cumplía así el apotegma de que en política no hay amigos sino intereses. Alemania terminó por desembolsar a Moscú la suma de cincuenta y cinco mil millones de marcos y, además, se hizo cargo del costo que significó el retiro de las tropas rusas del territorio de la RDA.
El sueño de Adenauer, la reunificación, ya era casi una realidad.
El 31 de agosto de 1990 se firmó el “Einigungsvertrag” (Tratado de unión) entre la RFA y la RDA, que regulaba todas las cuestiones derivadas de la adhesión de la RDA a la RFA, entre ellas, algunos cambios en la Ley Fundamental. Dicho tratado entró en vigor el 3 de octubre de ese mismo año, de ahí que cada año, en esa fecha, se celebre el día de la reunificación.
En setiembre de 1990 se firmó en Moscú el Tratado “dos más cuatro”, firmado entre los ministros de relaciones exteriores de EE.UU. Francia, Gran Bretaña, la URSS, la República Federal de Alemania y la RDA. Dicho tratado significó el establecimiento de las fronteras definitivas de la nueva Alemania; ello constituía una garantía para los países vecinos de que el “nuevo país” renunciaba definitivamente a delirios de expansión.
La reunificación ha significado un gran desafío para Alemania, no sólo en lo financiero. La unidad también significó para los “nuevos alemanes” un cambio cultural. Pasaron de una economía dirigida a una de mercado, de un sistema que garantizaba a todos educación, salud, vivienda y trabajo, a otro en el que hay que esforzarse y competir. Pero, a cambio, obtuvieron derechos políticos y sociales jamás vistos en la ex RDA.
El sueño de Adenauer, el de Kohl y el de todos esos estadistas alemanes que jamás renunciaron a una Alemania unida, era ya una realidad.
*El autor es Presidente de la Sociedad Goetheana Argentina. Goethe Zentrum Mendoza.