Hoy se cumplen doscientos años del nacimiento de Bartolomé Mitre, uno de los presidentes que sentó las bases del Estado argentino. Gestándolo –junto a hombres de la talla de Sarmiento, Avellaneda y Roca- de manera eficiente, antes del derrumbe que protagonizó a partir de la segunda mitad del siglo XX.
La historia de los Mitre en Argentina comenzó con Ventura Demetrio, un veneciano de origen griego —casado con Catalina Ruiz de Ocaña y Rodríguez de la Torre—, que llegó a la región del Plata procedente de España.
Su apellido mutó muy pronto, convertido en “de Mitre” y finalmente en Mitre.
Ventura fue tatarabuelo de nuestro protagonista, hijo de Josefa Martínez Whertherton y Ambrosio Mitre.
Este último desempeñó distintas funciones militares para la Corona española, entre las que destacó vivir un tiempo en nuestra provincia resistiendo malones a orillas del río Diamante.
Con la Revolución de Mayo tomó partido por los morenistas y dos años más tarde integró la Logia Lautaro.
Tuvo junto a Josefa cuatro hijos, siendo el primogénito quien grabó a los argentinos con el sello de su apellido.
Apadrinado a los dos días de nacer por José Rondeau, recibió de este sus memorias inéditas y su espada.
Elementos que sintetizan la vida de don Bartolo, la de un guerrero historiador.
De contextura delicada, casi pálido y muy delgado, el niño Mitre dedicaba sus días a las lecturas y una primitiva intelectualidad.
Sus enormes ojos claros devoraban página tras página transportándolo a tiempos de Pericles o de Julio César cada tarde.
Tratando de volverlo rudo, nutriéndose a la par de disciplina, su padre lo envió a la estancia de Gervasio Rosas.
Este hermano del Restaurador tenía un establecimiento organizado para que los jóvenes aprendieran los trabajos de campo.
A Gervasio le resultó decepcionante hacerse cargo del muchacho, carente de cualidades agrestes y de interés alguno.
Pronto lo despachó a un conocido junto con la nota: “Hágame el servicio de remitir al joven Mitre a su padre porque es un caballerito que no sirve para nada; en cuanto ve una sombrita se baja del caballo y se pone a leer”.
A pesar de estas diferencias el tiempo volvería a ambos enemigos de Juan Manuel de Rosas –sí, su propio hermano se distanció de la tiranía en que éste envolvió al país-, pero no le permitiría a Gervasio ver a aquél frágil caballerito convertido en uno de los hombres más poderosos y talentosos de nuestra historia.