Athos está concentrado. Las decenas que personas que pasan a su alrededor y miran curiosas cómo olfatea el equipaje de un hombre no van a distraerlo. Luego su nariz inspecciona al dueño de la valija que ha quedado en el piso, mientras mueve la cola ansioso. El hombre no sabe cómo reaccionar; se limita a levantar las manos y, por momentos, desliza una sonrisa. Luego el labrador, uno de los 11 canes de búsqueda de drogas de la Policía de Mendoza, mira a su guía como diciendo: "Está limpio".
Desde su creación en diciembre de 2013, la División Canes de la Dirección de Lucha contra el Narcotráfico ha podido entrenar a los cachorros de Brita, una labradora de 7 años comprada en Chile. Ya tienen casi cuatro años y están en plena actividad, distribuidos en Gran Mendoza, Valle de Uco y el Sur provincial.
Una de las tareas que cumplen estos perros es la búsqueda de narcóticos en la terminal de ómnibus. Las maniobras empiezan con la distensión de los perros que han sido trasladados en una camioneta con jaulas acondicionadas en su interior. Tras un pequeño juego, una serie de caricias y luego de que hacen sus necesidades, están listos para entrar en acción.
Los guías de los animales -policías asignados a cada perro para su entrenamiento y acompañamiento- recorren los pasillos llenos de viajeros. "El perro va olfateando todo a su alrededor y se va acercando a las personas para ir detectando su olor y saber si tienen algún estupefaciente", explica a Los Andes el jefe de Canes, el subcomisario Ángel Méndez.
Estos operativos se realizan una vez por semana en diferente días y horarios. Los guías y sus perros, uniformados con sus capas, son escoltados por policías antidrogas que deben estar atentos al comportamiento de las personas cuando son abordadas. “Esos efectivos también se disponen por si hay que hacer una aprehensión, por si la persona intenta escapar y para brindar seguridad perimetral”, agrega Méndez.
“¡Busca!”
“Estoy yendo a trabajar”, avisa un hombre que los uniformados han interceptado en uno de los pasillos de la terminal. “No se preocupe señor, es un operativo de rutina. Deje el bolso en el piso por favor. El perro lo va a revisar” le contesta uno de los policías. El hombre no tiene otra opción que acceder, entre la sorpresa y el nerviosismo.
"Athos, busca", le ordena su guía. Y, como en el juego con que aprendió cuando era un cachorro, el labrador de pelaje negro intenso comienza a repasar con su nariz cada rincón del bolso. Luego olfateará los bolsillos, el pantalón y el calzado del hombre. "Están entrenados para hacerlo porque uno de los métodos de ocultamiento más comunes es llevar la droga en las plantillas de las zapatillas", confía un uniformado.
"El guía crea un vínculo único con el perro y aprende a detectar las señales que da el animal. Sabe si reacciona de determinada manera cuando algo ha llamado su atención", explica el jefe de la Dirección, el comisario Marcelo Rivera.
Mientras Athos inspecciona el equipaje, sus hermanos Apolo y Angie olfatean a cada persona que se sienta en los bancos de la terminal. Pero no lo hacen de manera invasiva. Sus modos amigables hacen que su tarea parezca un acto de simple curiosidad o de ánimo de interactuar con los viajeros.
"Se elige la raza labrador para estas tareas porque son perros muy sociables y no son agresivos. Además se entrena desde cachorro la sociabilidad. Incluso la persona que lo acaricia está siendo inspeccionada por el animal sin saberlo", explica el guía de Angie, quien prefiere mantener en reserva su identidad.
Minutos después esa perra subirá a la bodega de un micro de larga de distancia próximo a iniciar su viaje. La labradora inspecciona con minuciosidad cada valija y caja que ya ha sido guardada. Mientras su hermano Apolo, de pelaje dorado, ha subido con su guía a inspeccionar el interior del colectivo. Camina por el pasillo olfateando todo y se aproxima a los pasajeros, asiento por asiento hasta el final de la unidad. No hay drogas en ese sector del transporte.
En la bodega, Angie comienza a rasgar con insistencia una vieja mochila. Se altera, comienza a mover su cola con velocidad y mira a su guía. Ha encontrado droga. Su nariz le indica que se trata de cocaína. "¡Muy bien!" la alienta el subcomisario Méndez mientras la mira con una sonrisa de satisfacción. Lo que la perra no sabe es que segundos antes los policías habían ocultado en el equipaje esa mochila con pseudo aromas, químicos elaborados por la Aduana que simulan el olor de los distintos estupefacientes.
"Le ponemos la mochila con el pseudo, no sólo para continuar el entrenamiento en el campo, sino para que el animal no se vaya frustrado del operativo y sepa que ha hecho bien su trabajo", explica Méndez. El premio llega cuando puede obtener y jugar con el "mango", un trapo en el que han sido impregnados los químicos en forma de polvo, y algo de comida.
Olor sí, droga no
"Es indispensable que el entrenamiento empiece desde cachorro, por lo que el trabajo va a demandar un año mínimo", detalla el comisario Rivera. "Primero los perros juegan con los mangos y se acostumbran al juego, después a buscar su juguete pero ya con un olor. Cuando empiezan a buscar y reconocen el olor, empiezan a hacer una señal de que lo detectaron. Dependiendo de cada animal, van a dar distintas señales: unos se sientan, otros rasguñan, otros ladran si están lejos para que su guía se acerque", agrega.
Rivera explica que los cachorros son entrenados para subir a vehículos y trabajar en altura. Así pierden el miedo a ruidos como el del motor, al movimiento y aprenden desde pequeños a confiar en que su entrenador está ahí para ayudarlos y contenerlos si así lo necesitaran.
Una creencia instalada es que a los perros se los droga y es su "adicción" la que los lleva a buscar estupefacientes con desesperación. "Es un mito, si les diéramos drogas a los perros, morirían. Además, vulneraría los derechos del animal y atentaría contra un bien del Estado porque todos nuestros canes son parte del Ministerio de Seguridad", aclaran como quien escucha un disparate los efectivos de Narcocriminalidad.
"Lo que se hace es activar y desarrollar el instinto de presa y caza que cada perro tiene. Se inicia como un juego, como cualquier perro que busca una pelota, pero se impregna con pseudo el mango para acostumbrar su olfato. No es droga, es una sustancia que simula su olor", sentencia uno de los guías antes de "perderse" con su perro y con un colega entre la multitud que fluye por los pasillos de la terminal.