Hace 37 años, Oscar Montecino (71), cruzó la cordillera hacia Mendoza y desde entonces la eligió como su lugar en el mundo. Con sólo veinte años y muchas ganas de aprender, el hombre comenzó a forjar un camino de trabajo y mucho esfuerzo del cual, asegura, nunca se arrepentirá.
Empezó descargando camiones en Guaymallén, fue mozo y también vendedor ambulante. Tal vez, ese ímpetu por no quedarse quieto fue justamente lo que lo llevó a desarrollar la labor que tanto había deseado: ser zapatero.
Hoy, cuando van quedando cada vez menos personas que se dediquen de lleno a un oficio, Oscar le sigue haciendo honor a su vocación.
Sentado en su taller de la calle Montevideo de ciudad, este laborioso zapatero asegura que siempre la vida le dio oportunidades y él simplemente las aprovechó para poder vivir de manera digna y honesta. Desde niño, había aprendido a trabajar el cuero.
"Mi abuelo era talabartero, de él aprendí muchas cosas, pero sobre todo, incorporé valores que me sirvieron para la vida", recuerda este mendocino por adopción que llegó desde Curicó (Chile) en los '70.
Oscar cuenta que la primera puerta que se le abrió para continuar con su proyecto fue a los pocos meses de haber llegado a la provincia, cuando el gerente del ex supermercado Metro le ofreció arreglar los zapatos de sus empleadas.
"Por supuesto que acepté", dice como si volviera a vivir ese momento y agrega que en la actualidad son pocas las personas que quieren realizar con compromiso y dedicación el mismo oficio que él.
La visión de este zapatero tan conocido en la zona del microcentro es compartida por aquellos que desarrollaron su vida dedicándose a una tarea puntual. Es que no sólo en su rubro la falta de mano de obra especializada se hace sentir. Ocurrió que a lo largo de las últimas décadas, hubo cambios de todo tipo. Junto a los hábitos de consumo de las familias se modificaron las exigencias en el mercado laboral y las posibilidades de compra.
Cada vez más, la necesidad de seguir una carrera de grado como medio para la inserción laboral y social ganó terreno a aquellos trabajos que de antaño supieron garantizar el sostén de varias generaciones.
Así, al igual que Oscar, quienes se dedican a otras labores específicas de manera independiente notan que el interés por aprender un oficio es escaso entre los jóvenes y adultos.
A sus 79 años, Ricardo Bustos asegura que tuvo una buena vida. A los 14 años empezó a trabajar en una bicicletería. Fue allí donde aprendió, sobre todo a amar un trabajo que hasta hoy lo sigue gratificando.
"Desde Rodeo de la Cruz me iba todos los días en bici hasta el Centro, donde estaba el taller. Era mucho sacrificio, pero me gustaba mucho lo que hacía", expresa orgulloso Ricardo, el bicicletero más conocido de esa zona de Maipú.
Al recorrer su pasado, Ricardo se encuentra con escenas que lo marcaron. Se acuerda que 1956 fue un año muy provechoso para él y su familia, porque fue en ese año cuando pudo empezar a trabajar por su cuenta. Para mejorar la calidad de su trabajo, confiesa que siempre se preocupó por estar a la vanguardia de las nuevas tendencias que marcaron cambios en el mercado de las bicicletas.
Antes, explica, todas las bicicletas eran inglesas, francesas e italianas. Después empezaron a fabricar las argentinas y se importaron aquellas que llegaban desde China y Japón. "El stock fue variando mucho", dice.
Para 'armarse' de un mayor conocimiento, el maipucino también aprendió soldadura y de hecho, en los años en que las cocinas funcionaban a kerosene, él las adaptaba para que pudiesen funcionar a gas. "Todavía hay gente aquí en la zona que las tiene", dice orgulloso.
Si hay algo que este mendocino valora de la vida que ha compartido junto a su esposa Chiquita (como todos la conocen en Rodeo), es haber podido brindar un buen pasar a su familia. "No me hice rico, pero pude criar a mis hijos, educarlos y no hacerles faltar nada", reflexiona emocionado.
Ricardo coincide con Oscar en un aspecto: "Para hacer este trabajo hay que quererlo, te tiene que gustar y lo tenés que disfrutar. Si no, no sirve". Y agrega que él es testigo de cómo los oficios van decayendo. Incluso cuenta que ninguna de sus tres hijas ha tomado el mismo rumbo que él.
"Ya casi no quedan herreros, ni carpinteros ni soldadores o relojeros. La mano de obra es cada vez menos en estos trabajos", detalla el bicicletero que ha sido distinguido por la calidad de su labor por la Municipalidad de Maipú y por el Rotary Club.
Mariano Contreras (38) es una excepción a la tendencia. Cuenta que hace diez años incursionó como talabartero más bien por necesidad.
"Mis tíos y hermanos aprendieron mucho de la gente del campo y de ellos aprendí parte de lo que ahora sé", detalla. El joven relata que sus horas pasan entre estribos, cinchas, riendas y monturas que él mismo deja listas para ser utilizadas en el campo. "Con esto, por suerte nos está yendo muy bien", dice agradecido.