No al odio, a la violencia y a la corrupción

El reciente documento de los obispos ha calado hondo en la explicación de los males que aquejan a nuestra sociedad. Sobrio, preciso, breve, austero en calificativos y rico en ejemplos, debería servir de modelo para encarar la búsqueda de soluciones que la

No al odio, a la violencia y a la corrupción

Merece una reflexión profunda de los argentinos, a quienes interesa el presente y el futuro del país, que supere las adhesiones livianas o interesadas y, más aún, los cuestionamientos altisonantes y torcidos de los funcionarios, comenzando por los de la propia Presidenta.

"Felices los que trabajan en paz", dice recogiendo las palabras del Evangelio y se refiere no sólo al trabajo cotidiano individual sino también al que muchos hacen en diversas instituciones por una sociedad mejor. El documento se estructura sobre los males que nos aquejan.
 
"Constatamos con dolor y preocupación que la Argentina está enferma de violencia". Describe numerosos signos de violencia y destaca un aspecto que se comprueba a diario: "una violencia cada vez más feroz y despiadada". En quienes delinquen "se percibe escasa o nula valoración de la vida propia y ajena". Llama a no estigmatizar a los pobres y destaca "el empobrecimiento estructural de muchos que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros". Ante la realidad social y la violencia "hemos endurecido el corazón", acostumbrándonos a la injusticia y relativizando el bien y el mal.

El documento pone en el centro de la escena a la corrupción, tanto pública como privada, y la define como un verdadero "cáncer social". En búsqueda de soluciones apunta a aspectos esenciales del funcionamiento de la sociedad, un compromiso de respeto de la ley, la ejemplaridad de quienes tienen alguna autoridad, una justicia eficaz. Llamativamente, también pone a la vista otro grave asunto: "Nos estamos acostumbrando a la violencia verbal, a las calumnias y a la mentira, que socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales".

Es necesaria una reflexión serena, que incluya un examen de nuestras propias conciencias sobre las cuestiones abordadas por los obispos. Una es la violencia como tal, sus características y sus causas, el resentimiento y el odio, alimentos de la violencia. Es evidente que los obispos no se refieren a la violencia política, de larga historia en nuestro país, sino a la que impera en nuestras relaciones sociales cotidianas. De ahí que los reclamos de los funcionarios, diciendo que no hay violencia política, carezcan de sentido.

Esa violencia en las relaciones sociales y en el medio en que vivimos tiene antecedentes lejanos y se ha expresado en forma intermitente en el país. En las primeras décadas posteriores a la Independencia la rudeza del medio y de los trabajos rurales forjaron hombres fuertes y a veces violentos. El tiempo y, sobre todo, la notable extensión de educación primaria fue configurando una sociedad pacífica en que primaba la confianza en las relaciones sociales. Resentimiento, odio y violencia eran fenómenos excepcionales.
 
Es necesario recordar que a mediados del siglo pasado el gobierno peronista atizó, con su lenguaje y su prédica, el resentimiento social y un cierto odio de las clases bajas contra las altas, actitud que tuvo de éstas una respuesta simétrica. Pero también el tiempo y una importante capilaridad social contribuyeron a diluir aquellas actitudes y tuvimos varias décadas reconocidamente pacíficas.

Tanto es así que ni siquiera en los duros '70 hubo odio social. Fue violencia seca, política, ideológica. Pero desde hace al menos una década y media la violencia fue reapareciendo, las relaciones sociales enrareciendo, la sociedad  agrietando. Todo, estimulado por las crisis económica, social y educativa. Sobre esa tierra fértil el kirchnerismo instaló la violencia en el lenguaje político y la dialéctica del odio social y político. La corrupción generalizada, impúdica, insultante e impune, alimenta a diario el resentimiento, el odio y exculpa a los violentos.

Para salir del pantano se necesita ante todo ejemplaridad desde arriba, principios morales, austeridad. Gobernar para la concordia no para la discordia. Educar para el respeto a sí mismo y al prójimo. "Creemos que el amor vence al odio y que nuestro pueblo anhela paz", han dicho los obispos.

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