Ni odio, ni miedo, ni revancha

Cuando las sociedades corren el riesgo de dividirse por los enfrentamientos generados entre sus élites, el pueblo debe reclamar a sus representantes que depongan los odios sectoriales en nombre de la unión nacional. Que en vez de trasladar sus miedos al c

Ni odio, ni miedo, ni revancha

Para construir el porvenir, los argentinos no debemos olvidar el pasado sino recordarlo, pero de un modo que nos ayude a ser mejores en vez de rastrear en él lo peor de nosotros mismos, como tan frecuentemente solemos hacer. El ayer sirve para aprender de él e incluso para recuperar el espíritu de sus virtudes al tiempo que rechazamos sus errores pero, en un caso u otro, nunca jamás para repetirlo. Por otro lado, aunque lo queramos, lo que ya ocurrió nunca se repite igual, pero si aún así insistimos en reiterarlo, nos quedaremos estancados en el presente, aislados del futuro, condenados a no cambiar nunca, que es lo mismo que retroceder cada vez un poco más.

Hay momentos en que sólo del conjunto de la comunidad depende la opción de abrir las puertas del mañana, momentos en que los valores democráticos y republicanos sólo funcionan si los hacemos valer entre todos. Cuando llegan esos tiempos debemos luchar fervorosamente contra las actitudes que nos empujan a encerrarnos en nosotros mismos, deteniendo la historia y ésta, como evolución positiva de las sociedades y las personas, queda paralizada cuando frente a nosotros no vemos al amigo o al adversario sino al enemigo, porque allí es cuando se impone el odio. O cuando desconfiamos del semejante, del compatriota y entonces nos prevenimos con una coraza que nos impide dar y recibir, siendo allí cuando se impone el miedo, o queremos imponer el miedo a los demás por temor a sufrirlo nosotros.
 
Y también cuando consideramos que todo lo malo que nos ocurre es culpa de los demás, porque al dejarnos ganar por esa falsa propensión, se impone el deseo de revancha, que -aunque diga hablar en su nombre- es lo contrario del anhelo de justicia, porque el que busca revancha no aspira a que cada uno reciba lo suyo sino que lo que le envenena el alma es la venganza, el calmar sus odios y temores imputando toda la culpa a los demás y entonces busca cobrarse con la venganza como cruel sustituto de la justicia. Cuando todas esas enfermedades del alma se imponen en nuestra vida pública, contaminan todo lo demás y la convivencia civilizada comienza a desaparecer en los pantanos del resentimiento.

Estas reflexiones van a cuento de ciertos estados de ánimo que circulan por la Argentina todas las veces que el desencuentro entre los que se suponen deben conducir el país hacia destinos mejores, los odios crecientes entre las dirigencias van contaminando las conductas cotidianas de la sociedad derramando hacia abajo sus gestos, conductas y acciones facciosas. Es en esos momentos de desconcierto dirigencial cuando las élites pierden el rumbo o son incapaces de señalarlo, que el pueblo, la sociedad civil, aquellos que orgullosamente se sienten "ciudadanos", deben exigir el derecho a ser representados y gobernados en defensa de los intereses de todos en vez de que sean remplazados por los solos intereses de las élites.

En síntesis, hay momentos en que la voz del pueblo debe hacerse oír en lo mejor que tiene para luchar contra lo peor que existe: la diseminación del odio social como forma de lucha política, del miedo como método de disciplinamiento social y de la revancha como falso sustituto de la justicia.

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