Hace pocos días vi una viñeta que mostraba a una pareja en el altar frente a un cura que decía: "Ahora los declaro marido y mujer… ya pueden actualizar sus estados de Facebook". Me reí, primero porque me pareció un buen chiste pero después porque, a pesar del exagerado retrato de nosotros mismos, describe una realidad palpable entre los argentinos: estamos obsesionados con el celular.
No lo digo yo, aunque podría porque es un hecho fácilmente comprobable, sino que lo afirma un estudio -uno más que analiza la tendencia- que cuantifica el tiempo que pasamos mirando la pantalla del smartphone.
La consultora Deloitte afirma que desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir miramos alrededor de 200 veces el celular. Al menos así se comporta el 11% de los argentinos, según el estudio, y 28% lo primero que hace cuando se despierta es consultar el smartphone.
Somos parte de un fenómeno global, nadie lo duda, pero el dato particularmente llamativo es que en este análisis de perfil del usuario argentino se revela que estamos a la cabeza del consumo celular. Según el estudio, en Argentina 91% de los que tienen un teléfono móvil utiliza un smartphone y estamos por encima de México (89%), Brasil (87%) y Estados Unidos (82%).
Estas obsesiones numeradas no son sólo meras estadísticas, son un retrato de un cambio cultural.
No caeré en la trampa de sólo mencionar el trillado ejemplo de la reunión de amigos en la que alguien saca su celular, luego otro y terminan todos juntos aislándose en interacciones virtuales que, en apariencia, parecen más interesantes que la conversación cara a cara.
Hay ejemplos más productivos y están vinculados al ámbito laboral y cultural. En muchos trabajos, el smartphone comenzó a resolver problemas que antes implicaban complicadas logísticas que ahora se resuelven simplemente armando un grupo de WhatsApp o usando la cámara para transmitir.
Muchos expertos apuntan a las redes sociales como las principales impulsoras del fanatismo por el smartphone, y razón no les falta. Los teléfonos inteligentes ofrecían navegación, música, videos, información, mapas y otras funciones en diferentes aplicaciones hasta que Facebook y Twitter comenzaron a concentrar esos servicios para que el usuario no tuviera que abandonarlas para conseguirlas.
En esta época de consumo digital los números se vuelven esenciales porque todo lo que sucede en ese ecosistema es medible y las cifras muestran que el móvil como dispositivo sigue firme en la cambiante tendencia de aplicaciones, costumbres y usuarios. Sobre él los medios, los gobiernos, los desarrolladores y las operadoras telefónicas libran batallas para fidelizar usuarios, al mismo tiempo que pugnan por hacerse con sus datos personales.
Otra vez no es solo una percepción, también lo dice el estudio de Deloitte. Señala que el smartphone lidera la intención de compra de la gente en los próximos 12 meses. Alrededor de 45% de los encuestados afirmó que cambiará su equipo o adquirirá uno. La preferencia gana por lejos, ya que le sigue la intención de comprar computadoras pero con 27% y de cerca están los smartwatch con 26%.
Así, el smartphone es el nuevo auto usado.Muchos usuarios lo cambian cada dos años y lo venden para comprar uno nuevo.
Más allá de estos números, ¿qué nos seduce de las pantallas para que la estemos mirando constantemente? Teorías hay muchas y la mía es que brindan una sensación de poder estar en varios lugares a la vez. Podemos estar en el trabajo pero charlando con amigos por WhatsApp mientras miramos lo que pasa en Twitter y recibimos una notificación sobre cómo estará el clima. Es una realidad forzada, más que virtual, y nos cuesta abstraernos de ella.
Sin embargo la desconexión como solución es una mirada simplista sobre un problema complejo ¿Sirve de algo abandonar una herramienta poderosa sólo porque nos fanatiza? Creo que no. Así como las corporaciones descubrieron el valor del móvil, el usuario debe hacer lo mismo para sacarle provecho sin limitarlo a ser un simple reproductor de memes, gif y videos virales. Hoy puede ser una oficina virtual, una herramienta de trabajo, un útil escolar o un instrumento musical. Hay que explorarlo y que la atención constante al dispositivo no sea sólo una mirada muerta sobre una pantalla brillante.