La actividad vitivinícola es extremadamente compleja, porque no se trata sólo de cosechar la uva y elaborar el vino sino que las exigencias del consumidor se han multiplicado en los últimos años y obligan a los hacedores a extremar los recursos para brindar un producto de alta calidad a un precio competitivo.
A ello deben agregarse exigencias internacionales para su comercialización y distribución, sumadas al hecho de que en la Argentina las reglas económicas se modifican en forma permanente, lo que hace que en muchos de los casos los empresarios no puedan establecer perspectivas a largo plazo.
No le resultó fácil a la Argentina lograr posicionamiento internacional en lo que a vinos se refiere. Sucede que partió prácticamente de cero hace poco más de dos décadas, interviniendo en los concursos internacionales para, una vez instalado entre los productos de excelente calidad, ganar espacios en las góndolas de los principales mercados.
Fueron años de trabajo y de mucha inversión por parte de los bodegueros, enfrentando inclusive algunas trabas paraarancelarias de parte de países que intentaban frenar el ingreso de vinos argentinos para defender a sus propios productores. Paralelamente, las bodegas deben adaptarse a las nuevas exigencias en el comercio internacional y a algunos planteos, como por ejemplo las normas de trazabilidad, que fijan un control del producto final desde su mismo inicio, en el viñedo, hasta la comercialización en la góndola, o las nuevas mediciones en lo relacionado a las huellas de carbono.
En relación con las normas que se aplican en la Argentina, debe señalarse que la vitivinícola es prácticamente la actividad más controlada. El Instituto Nacional de Vitivinicultura cuenta con un censo de viñedos, por lo que sabe qué tipo de uva se cultiva en determinado lugar; ejerce un control específico de la uva que ingresa a bodegas y, con esos números en la mano, sabe cuánto vino se puede elaborar. Todos los aspectos tienen relación directa con la calidad del producto, pero el mayor inconveniente se plantea cuando se habla de comercialización.
Sucede que existe un margen abismal entre el precio que sale de bodega y el que termina en la góndola, ya que un vino que sale a 6 pesos de la bodega termina vendiéndose a 13 pesos en el valor final. Y, mientras en aquellos 6 pesos están comprendidos el valor de la uva del productor, la elaboración del vino, los insumos (el cartón del tetra o las botellas, el corcho y las etiquetas), en la diferencia hasta los 13 se acumulan solo uno o dos pasos.
Si nos atenemos a los aspectos señalados, resulta interesante establecer un observatorio de precios a los efectos de establecer cuáles son los motivos que llevan a que se incrementen sustancialmente en la última etapa, la de la comercialización.
Aunque tampoco es ilógico el planteo efectuado por las distintas entidades, en el sentido de que se trata de una medida que puede alcanzar efectos positivos a mediano y largo plazos y que no tendrá incidencia en la actual coyuntura de la industria, que es muy grave porque, como consecuencia del sobrestock, los precios que se pagan a los productores no les alcanzan ni siquiera para cubrir los gastos de cosecha.
También es coherente la inquietud de algunos en el sentido de que se puede tratar de una medida que tenga la intención de aplicar precios máximos.
Es de esperar entonces que se trate de la primera de las decisiones porque puede llegar a establecer una nueva forma de distribución en toda la cadena que, hasta el momento, sólo beneficia superlativamente a la última etapa.
