Imaginen a un presidente estadounidense en su último año en el cargo que hace un viaje histórico, cuidadosamente organizado, a Cuba para extender una mano amiga a un vecino isleño, tras décadas de hostilidad y desconfianza.
Mucho antes de que se le ocurriera la idea al presidente Barack Obama, Calvin Coolidge hizo el viaje a Cuba en 1928 -el único que hizo al extranjero como presidente- para dirigirse a una conferencia de países del Hemisferio Occidental y declarar "progreso" y buena voluntad hacia Cuba, después un prolongado periodo de tensión. Ningún presidente estadounidense en funciones ha regresado desde entonces.
Obama anunció la semana pasada que terminaría eso con una visita el mes entrante, con la idea de generar un impulso hacia la normalización de las relaciones con La Habana antes de que salga de la Casa Blanca. En el camino, espera cimentar su legado como el líder que rompió con más de medio siglo de rencores y distanciamiento y probó un camino nuevo de compromiso con Cuba.
El viaje de Obama tiene ecos vagos de la visita de Coolidge hace 88 años, con su mensaje de cambio y un capítulo nuevo. En las décadas intermedias, la relación entre Estados Unidos y Cuba solo se ha vuelto más compleja y llena de agravios, lo que le deja a Obama un panorama que se parece poco al que recibió a su predecesor en 1928.
Coolidge llegó en un acorazado a la bahía de La Habana en enero de 1928. La entrada dramática estuvo acompañada por el estruendo de los cañones ceremoniales, un desfile aéreo de aviones militares y un complejo desfile durante el cual decenas de miles de cubanos le arrojaron rosas y gritaban, reunidos en las calles, los balcones y los techos. Cuba declaró fiesta nacional a la ocasión.
“Fue la bienvenida más alegre y más feliz que nadie hubiera recibido alguna vez en esta isla verde del Caribe”, reportó The New York Times desde La Habana el 16 de enero de 1928.
El despliegue subrayó el poder estadounidense en un momento en el que Estados Unidos era una fuerza dominante en Cuba, con derecho a intervenir en sus asuntos internos, consagrado en una ley conocida como Enmienda Platt, y se estaba insertando agresivamente en otras partes de América Latina y el Caribe, incluidas Nicaragua y Haití.
“La cultura del paternalismo estadounidense prevaleció en ese entonces, y el Caribe, básicamente, era un lago de Estados Unidos”, dijo Amity Shlaes, la autora de la biografía “Coolidge”, y presidenta de su fundación presidencial. Los estadounidenses esperaban que los cubanos dieran la bienvenida al presidente con un sentido de: “Papá llega en su barco y nosotros amamos a papá”, contó ella.
No se puede decir que ése sea el simbolismo que Obama quiere proyectar en marzo, cuando va a tratar de hacer a un lado totalmente décadas de amargura acumulada por el imperialismo estadounidenses y por haberse entrometido en Cuba, y ver hacia el futuro.
“Calvin Coolidge viajó allá en un acorazado”, apuntó Benjamin J. Rhodes, un asesor en seguridad nacional de Obama, la semana pasada, “así es que la óptica será bastante diferente desde el inicio”.
En 1928, Coolidge y su esposa Grace abordaron un tren en Washington y viajaron durante 40 horas a Key West, Florida, donde cambiaron al acorazado Texas para cruzar hasta La Habana, un viaje que se llevó dos días. Gerardo Machado, el presidente de Cuba, y su esposa los recibieron en el puerto. La pareja hospedó a los Coolidge en el palacio presidencial en La Habana y en una casa de campo cercana, los agasajó con dos espléndidos banquetes y los acompañó a un partido de jaialai y a un ingenio azucarero.
Machado le dio a Coolidge un sombrero Panamá y hubo gran especulación sobre cómo manejaría el presidente estadounidense, cuyo país estaba en medio de la prohibición, el desafío a la etiqueta cuando le ofrecieran una bebida con ron cubano (Simplemente, dio la espalda y fingió estar hablando con Machado cuando. se acercaron con la charola de daiquiris, contó un periodista.)
Artículos periodísticos de ese entonces indicaban que era visible que Coolidge, a quien se conocía como Silent Cal por su comportamiento taciturno, se estaba divirtiendo. Para los cubanos, informó The Times, “ahora es un presidente sonriente, y no uno frío y callado”.
Obama y su esposa Michelle harán el vuelo desde Washington en el Air Force One. Es probable que la vista de la limusina presidencial ofrezca un contraste llamativo en las calles de La Habana, en su mayoría congeladas en el tiempo, llenas de coches de los ’50.
Si bien la Casa Blanca no ha completado un itinerario, funcionarios dijeron que Obama se reuniría con el presidente Raúl Castro de Cuba -aunque no con su hermano Fidel, el padre de la revolución comunista de 1959 y la personificación de la enemistad del pasado-, así como con disidentes políticos y emprendedores. Entre los telones de fondo que se dice que Obama estaría considerando para pronunciar un discurso público, dirigido a los ciudadanos cubanos, es el edificio del Capitolio en La Habana, junto al Teatro Nacional, donde habló Coolidge.
Los senadores Ted Cruz de Texas y Marco Rubio de Florida, ambos precandidatos republicanos a la presidencia, de ascendencia cubana (ver página 10), han criticado duramente a Obama por hacer el viaje, arguyendo que está recompensando a un régimen represivo que merece que se lo haga a un lado.
El viaje de Coolidge fue, en parte, un intento por apaciguar el enojo de dirigentes latinoamericanos por la política estadounidense en su región. En su discurso, habló de “una actitud de paz y buena voluntad” en el hemisferio, en el que se respeta a los países pequeños. “Hoy, Cuba es su propia soberana”, señaló y agregó que el país es “una demostración completa del progreso que estamos logrando”.
Sin embargo, Coolidge no usó su visita para abordar los agravios más espinosos que estropeaban las relaciones de Estados Unidos con Cuba. No hizo mención alguna de la Enmienda Platt, la cual no estaba dispuesto a modificar a pesar de los ruegos de Cuba, ni cambió su posición en cuanto a mantener los pesados aranceles que Estados Unidos le impuso al azúcar de la isla, como le había pedido Machado que hiciera.
“El discurso de Coolidge estuvo lleno de retórica vacía y no pronosticó una verdadera ruptura con el pasado en términos de los diseños malintencionados de Estados Unidos sobre Cuba y el resto de la región”, comentó Peter Kornbluh, un autor de “Back Channel to Cuba”, en el que se narra la historia de negociaciones secretas entre los gobiernos estadounidense y cubano en 50 años.
“Para Obama, este viaje es realmente dar una zancada seria hacia la cimentación de este cambio en la política hacia Cuba y consolidar su legado de usar al compromiso en lugar del aislamiento”, añadió Kornbluh.
Se espera que Obama dé varios pasos para expandir más los negocios y los vínculos culturales con Cuba y repetir su llamado a levantar el embargo comercial estadounidense, notando que solo puede hacerlo el Congreso. (Coolidge, también, había diferido al Congreso el levantamiento de los aranceles al azúcar.)
Coolidge también vio su viaje como un nuevo comienzo con Cuba. Treinta años antes, Theodore Roosevelt había viajado allá para desafiar la colonización española de la isla y remontó las colinas de San Juan. La victoria en la guerra entre España y Estados Unidos marcó el inicio de un periodo de control estadounidense.
“Teddy Roosevelt fue a Cuba a hacer la guerra; Coolidge fue allá en misión diplomática”, dijo Shlaes. “Sintió que estaba allí simbólicamente, como portador ceremonial de buena voluntad”.
Obama se está arriesgando a que su propio viaje presagie un cambio radical más duradero que el de Coolidge en la relación de Estados Unidos con Cuba. Cinco años después de esa visita de 1928, a Machado lo derrocaron con una revolución que tuvo el apoyo estadounidense.