La arena trepa la ruta. La invade, quiere raptarla en gris y comérsela en amarillo, darle cien vueltas y hacerla entender de una vez por todas que acá manda ella, que ya no se meta, demasiado el improperio, las agallas de anhelar lo que sólo debió quedar en sueños. Por ahora, envía el mensaje sutil, el granulado ganando los bordes del asfalto, suave pero incontenible. Es el desierto el que habla, cada día más grande y voraz. Acá no hay lugar para el humano, dice, a pesar de la insistencia.
Estamos en las adyacencias de M´Hamid, al sureste de Marruecos, muy cerca de la frontera con Argelia. Una región apabullante, por lo extraordinario del paisaje y por las soledades que danzan. Montañas al fondo, viento silbando en el vacío, y el Sahara que muestra las uñas antes de volverse lo único, el nada más. La sensación es de destierro, muy fuerte y emocionante. Palmeras al lado del camino dan sombra y embellecen el cuadro de un viaje que arrancó 260 kilómetros antes, y que fue inconmensurablemente feliz.
Anti Atlas y allende
Todo comenzó en Uarzazate, una de las cabeceras del sur del país que tiene cara de nueva y muchas de sus construcciones bañadas de terracota. El calor es una fija, y la gente súper amable, mayoría bereber seguida de árabes, las dos comunidades que en Marruecos deciden el quórum (los bereber dominan el centro y el centro-sur, mientras que los árabes lo hacen en las grandes metrópolis del norte y la franja del este, en las proximidades con la frontera argelina).
También residen algunos beduinos, reconocibles por los turbantes que les envuelven la cabeza, en clara alegoría de sus lazos con el desierto. Hay mezquitas de interesante postura y una Ksar antiquísima. Se trata de especies de fortalezas usualmente realizadas en adobe y que son marca registrada de esta parte del mundo.
La local es preciosa y decadente, y sirve de residencia a decenas de familias que parecieran vivir a siglos de desventaja. Mucho mejor conservada está la de Ait Ben Hadu (a 25 kilómetros del centro), levantada hace más de 400 años, es un emblema de la arquitectura y la cultura de la zona. Se hizo famosa al jugarla de set de filmación de películas como Gladiador, Babel o Alejandro Magno, entre otras.
Después de la recorrida hace falta partir en rumbo sudeste, y empezar a alucinar con el camino. La ciudad da paso al encuentro con la montaña, al subir de la mano de panorámicas abiertas. Cuando la cadena montañosa del Anti Atlas ya ha sido burlada, surge el Valle de Draa, custodiado por el río homónimo y sus ganas de aplacar la sed del suelo. La bajada viene con sierras rojizas y la corriente deambulando.Y lo impensado: enormes palmerales calzándose el traje de oasis, cómo selvas floreciendo en la aridez, contraste feroz, las quebradas mirando.
Así vibra la ventanilla, con postales insólitas, que incluso se mantienen en el paso por los poblados. Cómo Agdz, un continuum de casas adornadas de tierra y sol. Hombres con telas blancas, hasta los tobillos, mujeres con pañuelo a la cabeza. Los mercados ganan la calle principal, que también es la ruta. Sobran carnes, verduras y frutas (uno se pregunta de dónde salen tantas sandías), cosas que los burros que transportan las carretas no ven, por llevar la cabeza gacha.
En días determinados, el mercado recibe a los beduinos más tradicionales, nómades que habitan el desierto y que de vez en cuando descienden a la civilización. Son los ricos, las estrellas del circo: les hace falta con vender apenas una de las cabras de su copioso rebaño para llevarse los camellos hasta el gorro de mercaderías.
Entre las palpitaciones que provocan lo excepcional del paisaje y los aldeanos que lo pueblan, acude el aterrizaje en Zagora. Con poco más de la mitad del trayecto realizado, esta ciudad de 40 mil almas se antoja a espejismo en medio de la nada, como si los edificios de departamentos, las calles arregladas y el tono a flamante hubieran brotado así, súbitos.
Tan alejados están aquí de las decisiones importantes amasadas en el norte, de la descomunal Casablanca, de la capital Rabat, del rey. Y sin embargo están. Cómo en Uarzazate y cantidad de otras localidades de la zona, los locales hablan tashelhit (los bereberes), árabe, francés (el país fue colonia francesa durante la primera mitad del siglo XX), español (los marroquíes son la comunidad de inmigrantes más grande de España, y en Marruecos hay abundancia de turistas españoles), e inglés. Políglotas que les dicen, capacidad probada para las lenguas y los negocios. Lástima lo famélico en oportunidades que anda el pago.