Trajeado de negro y sobre la alfombra roja de La Rural, Sebastián Crismanich sobresalía en la noche porteña durante la entregade los premios Olimpia, y se ilusionaba con la gran recompensa del deporte. “A ver si podemos llevarnos el Olimpia de Oro.
El año pasado decía en chiste que para ganar el premio mayor iba a tener que salir campeón olímpico como mínimo, y ahora se dio. Vamos a ver qué pasa”, pensaba.
El Círculo de Periodistas Deportivos terminó inclinándose por Maravilla Martínez, una decisión que provocó desazón en el entorno del taekwondista. Sebastián dejó un mensaje sugestivo por Twitter: “Sigamos luchando por el deporte amateur. Donde no buscamos logros por dinero, sino por nuestra bandera”.
Pero el instinto de la fiera correntina apunta a mirar siempre hacia adelante. No se durmió en la gloria de aquel 10 de agosto en Londres, donde se colgó la medalla dorada tras superar al español Nicolás García Hemme en la final de menos de 80 kg.
En cambio, procuró transformarse en un embajador de su deporte. “Luego de los Juegos Olímpicos estuve un mes y medio sintiendo un vacío y diciéndome “¿Ahora qué?” Ya había logrado lo que me había propuesto, pero después pude replantearme nuevos desafíos”.
-¿Entonces?
-Y ahí es donde aparecieron los Juegos de Río 2016, en donde voy a apuntar a repetir esta hazaña. Obviamente que hay muchos pasos intermedios para llegar a ese objetivo; uno de ellos es conseguir la medalla dorada en el Mundial de Puebla, en julio, que es un reto personal que me fijé. Me falta un Mundial en mi currículum.
-Tenés 26 años. ¿Podés seguir evolucionando como taekwondista?
-Sí, sé que tengo muchísimo para mejorar y ésa es la razón por la cual no me retiro. Puedo progresar en lo físico, en mi madurez y en lo técnico. En el aspecto táctico estoy bien, pero siempre hay que actualizarse y por eso debo seguir con el ritmo de competencia en los torneos importantes.
-¿En qué medida se modificó tu vida?
-Fue un cambio rotundo, tanto para mí como para el taekwondo, que dio un salto muy grande a partir de la medalla. Se nos abrieron las puertas tanto para ayudar como para recibir. Ahora, el seleccionado puede aspirar con más fuerza al alto rendimiento y a soñar con nuevos resultados.
-En estos meses recorriste diez provincias para dar seminarios y charlas, ¿con qué te quedaste?
-Nos metimos en ciudades y pueblos del interior donde nunca habían llegado deportistas tan destacados. Eso me provocó orgullo. Y me conmovió la gente de Tartagal, donde hace falta mucho apoyo en infraestructura para el deporte. Allí me encontré con un club lleno de chicos dispuestos a entrenarse y a practicar taekwondo, pero no tenían los accesorios en donde patear: en lugar de hacerlo contra una palmeta, pateaban a una ojota. Estuve con siete comunidades indígenas y prometí un regreso.
-¿Qué mensaje quisiste transmitir?
-Soy una persona que me crié y me formé en el Interior; traté de reflejar que todos podemos cumplir nuestro sueño, cualquiera sea el objetivo, y más allá del deporte. Cada vez que dejaba una localidad, comprobaba que el mensaje había llegado por lo ilusionadas que quedaban aquellas personitas.
-¿En dónde advertís el reconocimiento?
-En la calle, donde uno palpita la verdad. La gente me cuenta anécdotas de lo que representó para ellos mi triunfo en los Juegos, más allá de la alegría del momento. Y creo que los dirigentes de distintas entidades se dieron cuenta de que el taekwondo es un deporte para apostar, sobre todo por los valores de vida que le enseña a la sociedad.
-¿Cuántas veces viste las imágenes del combate final en los Juegos?
-Recuerdo todo con lujo de detalles casi sin haber visto el video de nuevo. Lo evito porque me invade la emoción. Por más que pasen los años, esos detalles de la pelea los voy a recordar siempre por haber estado tan concentrado en busca de lo que quería.
