Argentina ha tenido recurrentes crisis con la deuda externa, las cuales siempre se generaron para financiar déficits fiscales. La mala costumbre de los políticos de gastar más de lo que ingresa fue escalando a niveles increíbles ya que, a pesar de haberse aumentado los impuestos a escalas que asfixian la economía, nunca alcanzaba y había que tomar deuda. Cuando no se podía cumplir se recurría al Fondo Monetario Internacional (FMI) para tratar de solucionar el problema y se caía en algún default con reestructuración de la misma.
La enfermiza conducta tendiente al aumento incesante del gasto público, tanto a nivel nacional, como provincial y municipal, se fue consolidando con regímenes de privilegio que terminaron generando el concepto de que el gasto “es inflexible a la baja”. Tanto es así que todas las veces que hubo que imponer políticas de ajuste, nunca se tocó el gasto público y el mismo se cargó contra el sector privado, con mayores impuestos.
Las últimas grandes crisis se dieron con la hiperinflación, al final del gobierno de Raúl Alfonsín, y luego del gobierno de Fernando de la Rúa, en el interinato de Adolfo Rodríguez Saá, cuando éste anunció la suspensión de los pagos de la deuda externa. Esta fue la situación más grave, que llevó una larga negociación que implicó, entre otras cosas, una quita del 70% del capital y una restructuración de los plazos de pago. Dicha quita fue compensada por los bonos pos default que emitió Eduardo Duhalde para compensar la pesificación asimétrica que se hizo con la salida de la Convertibilidad.
El gobierno de Macri terminó de resolver los juicios con los holdouts (acreedores que no habían aceptado la negociación) que el gobierno de Cristina Kirchner no había querido cumplir. Esta situación, sumada a una gran disponibilidad de capitales internacionales, le posibilitó al nuevo gobierno no seguir financiándose con emisión monetaria y emitir deuda en los mercados internacionales. Pero el déficit seguía y la inflación lo mostraba.
En abril de 2018, cuando suben las tasas en EE.UU., salta la alarma, se corta el crédito y el gobierno no había hecho los deberes, se mantenía un elevado déficit fiscal y se recurre al FMI, nuevamente, con la idea de financiar los pagos futuros de la deuda y se obliga a alcanzar superávit fiscal, lo que implicaba un fuerte ajuste. Pero, otra vez, el apriete cayó sobre el sector privado y generó un brutal recesión que se mantiene aún hoy.
En medio de la campaña electoral se planteó el tema de la devolución de los préstamos del FMI que tiene vencimientos a corto plazo y deben reestructurarse. El organismo había otorgado el mayor préstamos hacia un país por u$s55.000 millones, de los cuales lleva desembolsados u$s43.670 millones y no se sabe si seguirá entregando nuevos fondos ante los anuncios de una próxima negociación para estirar los plazos.
En paralelo, el gobierno postergó los vencimientos de letras de corto plazo y llamó a los bancos con los que había emitido otros bonos para “reperfilar” la deuda, que es una reestructuración que podría contener alguna quita de capital pero, sobre todo, un alargamiento de los plazos. Es que en la actual recesión se le hace imposible al gobierno cumplir con los vencimientos, máxime con la devaluación luego de las PASO.
La situación argentina es poco comprensible. La deuda no es muy grande y se podría haber pagado normalmente, pero la economía está totalmente desordenada por el exceso de gasto público, al que nadie se anima ponerle freno y ha generado una absurda situación por aplicación de fracasadas políticas monetarias y fiscales.
La mayor paradoja es que Argentina, sin crédito, tiene que salir a reestructurar su deuda en un mundo donde en los países centrales hay tasas negativas y en Latinoamérica se pagan tasas del 2,5%, salvo México que está en el 7%.
Y el problema es que para reestructurar hay que presentar un plan fiscal y monetario creíble, algo que el actual gobierno no puede hacer, porque los acreedores no saben si seguirá y tampoco los opositores tienen muchas ideas, o al menos no las han explicitado.
Por todo esto, la incertidumbre se mantendrá y la parálisis de la economía se sostendrá hasta que se pueda clarificar el nuevo drama de la deuda.