Con una mezcla de biografía y ensayo muy propia del autor, este pequeño libro de Esteban Buch titulado "Breve historia de nuestra música grabada", tiene la forma de una evocación; nos cuenta el periodista Federico Monjeau en Clarín. Empieza así: "Ella me contó la historia sentada en su sillón favorito, con un toque de tristeza en la voz. Treinta años después de irse de su país natal, aún está esperando traer a Europa su colección de LP".
No hay diálogo, sino un monólogo, que transcurre durante una madrugada previa a la partida de su interlocutor (Buch) a un congreso en Venecia sobre "la escucha musical en la época de la reproductibilidad técnica". El monólogo no aparece en forma directa, sino recordado y comentado por el autor, y quizás el texto que estamos leyendo sea el mismo que el autor leyó o desarrolló al día siguiente en Venecia. Pero no convendría abundar demasiado en esta progresión, ya que entre otras cosas el texto tiene la gracia del suspenso.
Generación más, generación menos, la historia que se cuenta es la de muchos de nosotros. Y, por más que el desarrollo tecnológico la haya hecho progresar hasta la extinción misma (ya no hay discos), no se trata por cierto de una historia menor. Esto es tan obvio que no debería decirse, pero desde que uno ahorró para comprar su primer álbum hasta bien entrado en años, la evolución de una discoteca describe la formación de un gusto musical y cifra una trama de sentimientos casi tan amplia como la vida misma.
El relato de Buch recorre los fragmentos de una trama subjetiva (la de su amiga), a través de los cambios o sobresaltos tecnológicos. Pero la audición musical doméstica tiene una infinidad de variantes que no tienen que ver con la tecnología. ¿Cómo y cuándo oímos música?
La amiga de Buch cuenta que sus padres, de formación más bien clásica, tenían un disco de jazz que acostumbraban oír los domingos a la mañana. Y ese disco no era uno de Benny Goodman o de Frank Sinatra con la orquesta de Tommy Dorsey, por ejemplo, sino de Thelonious Monk con el saxofonista Sonny Rollins. "Por alguna razón, ese era el único disco de jazz de la colección, pero era uno de los que más se escuchaban". No deja de ser curioso.
El oyente clásico reservaría la amplitud del domingo a la mañana para las pasiones de Bach o para la ópera. Y de vez en cuando para el tango (cantado), especialmente si es un domingo soleado (aunque hay pocas cosas más placenteras que subirse a un taxi de madrugada y nos reciba un tango con un conductor silencioso, que no desea hablar sino escuchar como nosotros).
Más allá de estas ventanas que podrían abrirse en una historia personal de la música grabada, el relato de Buch hace hincapié en los hitos tecnológicos. Después del LP, la sofisticación de la cinta abierta (dominio de los padres) y el consiguiente y simplificado cassette (dominio de los hijos); luego el CD, con su falsa promesa de perfección; luego el mp3 y la posibilidad de bajar música, que a la amiga de Buch le produjo "una euforia de coleccionista que no había vuelto a experimentar desde su adolescencia". Hasta la llegada del streaming, que acabó con todo, al menos con toda posesión.
Hay en el relato un fondo de nostalgia. Pero esto no sólo tendría que ver con la idea de lo “perdido” sino también con la propia naturaleza fugitiva de la música. “La nostalgia -dice la amiga de Buch- es una condición estructural, y también una consecuencia, de toda técnica que apunta a capturar el tiempo a medida que el tiempo pasa. Y esto es sobre todo cierto de la música, el arte del tiempo, ¿no es cierto? Y si es cierto de la música, también lo es de los trabajos académicos sobre ella, incluso los análisis aparentemente neutros de los modos de grabarla”. De modo que la crítica de música sería una ocupación nostálgica. Puede ser.
Tal vez la música desmaterializada vuelva de algún modo a su condición original, de ser un arte del tiempo, no del espacio.
También el libro de Buch en cierta forma se ha desmaterializado. Todo progreso tiene un precio. Le tuve que pedir a la editora que me hiciera una copia del libro en papel para escribir esta reseña, ya que si no, no podía ni siquiera empezar a pensar; pero a la vez este precioso librito de 30 mil caracteres (disponible en la tienda bajalibros.com) no tendría una existencia independiente si no fuese en este tipo de soporte