Varones que cambian pañales, que se quedan en casa para compartir la crianza de sus hijos, que pelean su licencia por paternidad. Hombres que ven en sus parejas una compañera con el mismo derecho que ellos de disponer de su propio tiempo; que caminan junto a ellas y no un paso delante; los mismos que no tienen empacho en soltar el lagrimón cuando algo los conmueve; y que sienten que mantener la casa en orden o que la cena esté lista es su responsabilidad y ya no sólo de la mujer.
Esa es la cara visible de un cambio social de fondo que viene cociéndose a fuego lento, de una mirada que ya no pone al varón en una posición de privilegio y que rompe con lo establecido, con los roles asumidos inconscientemente y transmitidos de generación en generación, “con la leche templada y en cada canción”, diría Joan Manuel Serrat.
Por esto se habla de nuevas masculinidades, ya no de una hegemónica sino de aquellas que pueden asumirse a partir de la propia individualidad. “Implica pararnos en una visión de trabajar por la igualdad en una perspectiva de género masculina”, señala Silvina Anfuso, directora de Género y Diversidad de la provincia.
Frente a la desigualdad efectiva entre varones y mujeres, se ponen en valor otras formas de masculinidad, es decir de ser varón. A partir de allí, se cuestionan privilegios masculinos vinculados a la corresponsabilidad en la reproducción, los cuidados de hijos/as y personas mayores, y a la autoridad de la palabra. “Es una mirada que apunta a que la masculinidad hegemónica puede ser superada, pero lo primero que hay que reconocer es que el machismo es violencia. Las denuncias por violencia de género y la visibilidad de las desigualdades por género en el ámbito laboral, en los espacios de poder o en el hogar son grandes pasos de avance”, resalta Anfuso.
La funcionaria explicó que esos cambios son resistidos por quienes quieren sostener la perspectiva machista y consideran que la violencia física y los femicidios son daños colaterales de los que responsabilizan a las mujeres por no aceptar el orden patriarcal establecido.
En definitiva, “pararnos en una perspectiva de nuevas masculinidades implica valorar como positivas cualidades que antes eran sancionadas socialmente. Se trata de esas masculinidades que se contactan con los afectos, con las emociones, con el cuidado de uno mismo y de los otros y otras” agrega Anfuso.
La revolución de los jóvenes
Son sobre todo los jóvenes actuales los que vienen a “patear el tablero”. Así puede apreciarse cada vez que se habla del tema en el ámbito universitario, donde no sólo hay mucha recepción sino que además son muchos los varones interesados en participar.
Tal es la percepción que se tiene desde el programa Mujeres Libres de la coordinación de Derechos Humanos y Cultura de la secretaría de Bienestar de la UNCuyo. “Los chicos vienen con otra cabeza, especialmente en cuanto a la paternidad. Los alumnos piden licencias por paternidad, no se identifican con ese macho violento”, cuenta Jennifer Gil, a cargo del programa. Allí trabajan con los alumnos a través de talleres, charlas, videos y teatro, donde el alto interés de los varones los ha llevado a pensar en replantear el nombre de la propuesta.
“También se aprecia en las relaciones de noviazgo, quieren tener otro tipo de relación con sus compañeras: tener una par, una igual. Cada vez hay más ingreso de chicas en algunas carreras que han sido históricamente hegemónicas y eso favorece estas nuevas posturas”, comenta Gil.
Pero también están los varones militantes de la causa: la mayoría tienen entre 20 y 30 años y son estudiantes vinculados a carreras humanísticas. Muchos han estado cerca de reivindicaciones de movimientos cercanos, dice Leandro Ferrón, miembro de la organización Varones Antipatriarcales. De todas formas, aclara que quienes participan de esta manera van mucho más allá del cuestionamiento de los roles familiares.
“Militar por nuevas masculinidades es una pelea que surge de entender el sistema patriarcal pero no de estar en el lugar de opresión de este sistema. Entonces las reivindicaciones de los varones tienen que ver con despojarse de los privilegios que nos da ese sistema más que de pelear por derechos; los varones habitamos el cuerpo del opresor, por eso militar por esto no deja de ser una contradicción”, explica Ferrón. Y agrega: “Tratando de desmontar ciertas lógicas patriarcales te encontrás con que tus amigos hacen chistes machistas o ves situaciones cotidianas que son muy patriarcales y vos hubieras pensado de otra manera”.
Por otra parte, señala que también ocurre que las mismas mujeres con mentalidad patriarcal esperan que se reaccione de una determinada manera que sigue esa lógica (protección, varón proveedor) y si eso no ocurre, surgen los cuestionamientos.
Persistencia y violencia
En las últimas décadas se han dado pasos gigantescos en pos de los derechos femeninos e incluso las mujeres han podido ocupar roles antes típicamente masculinos. Sin embargo, esos cambios no han sido suficientes porque permanece sólida una percepción de la masculinidad que ha impedido que los varones avancen en espacios atribuidos social y culturalmente a la mujer.
El Consejo Nacional de las Mujeres considera que la violencia es un problema social y cultural con sustento en una mentalidad que privilegia una masculinidad hegemónica con ciertas características. Es la que posiciona al varón en un lugar preponderante frente a la mujer en términos de acceso a salud, educación, vivienda, trabajo y hasta tiempo de ocio.
“Esta desigualdad de poder es el caldo de cultivo de la relación de violencia”, señala un documento de la entidad. Y agrega que “hay que buscar sus raíces en la socialización de los niños varones, en donde la violencia como expresión de la masculinidad no sólo se aprende y se autoriza, sino que también es recompensada”.
Bajo esta mirada, expresiones asociadas a lo femenino no son bien vistas y hasta son denigradas en los hombres, como la manifestación afectuosa y algún tipo de sensibilidad.
Por eso, hay que “dejar de pensar en una sola forma de ser hombre y pensar en masculinidades, en diferentes formas de ser hombre”, esgrime entre sus argumentos la Campaña Lazo Blanco, que involucra a más de 65 países y busca poner fin a la violencia contra las mujeres.
Esto implica reconstruir la masculinidad. “La identidad de género no debe ser una limitación, no debe ser una caja que nos encierre.
Nuestra identidad de género debe ser una aceptación de nuestro propio ser, plenamente y sin cerrojos. Nuestra identidad de género no debe ser una lista de qué es permitido y qué es prohibido, no debe ser una lista de roles. A final de cuentas, lo que implica redefinir nuestra identidad de género, redefinir lo masculino y lo femenino, es darnos cuenta que no hay razón real para que exista una división sexual de roles”, expresa la misma campaña.
El machismo aún persiste disfrazado en la vida diaria
Luis Bonino es psicoterapeuta y psiquiatra especialista en masculinidad y relaciones de género. En su trabajo “Micromachismos, la violencia invisible en la pareja”, detalla los comportamientos que casi todos los varones realizan cotidianamente.
En ese contexto, señala que “para favorecer la igualdad de género, los varones deben reconocer y transformar estas actitudes, grabadas firmemente en el modelo masculino”.
El machismo como tal está hoy cuestionado pero persisten los “micromachismos”, que son pequeñas prácticas que reproducen los roles tradicionales de desequilibrio.
Estas maniobras “son el caldo de cultivo de las demás formas de la violencia de género (maltrato psicológico, emocional, físico, sexual y económico) y son las “armas” masculinas más utilizadas para imponer sin consensuar el propio punto de vista o razón”, explica Bonino.
Algunos micromachismos son conscientes y otros no. El problema se complejiza por la repetición y puede terminar provocando en la mujer un enorme deterioro de la autoestima, sentimiento de derrota y agotamiento de las reservas emocionales, malestar difuso y parálisis del desarrollo personal. A la larga, por fundarse la relación en función de los intereses del varón termina por afectar la pareja.
La enumeración de micromachismos que hace Bonino es amplia. Entre ellos la intimidación, la manipulación a través del dinero, la no participación en lo doméstico por considerarlo una responsabilidad femenina, al igual que el cuidado de los hijos.
También el uso abusivo del tiempo y el espacio en beneficio del varón (invade con su ropa toda la casa, utiliza para su siesta el sillón del salón, monopoliza el televisor) e imposición de la intimidad cuando él lo desea.