El 27 de diciembre de 2018 salieron a la luz los primeros detalles de la denuncia que un joven efectuó como víctima de abusos sexuales en el monasterio del Cristo Orante, en Tupungato. Nicolás Bustos, quien tenía 27 años, acusó a los monjes religiosos Diego Roqué y Oscar Portillo como los autores de múltiples y aberrantes abusos, no sólo sexuales, sino también de autoridad y conciencia. Algunos de estos episodios, de acuerdo a la acusación, tuvieron su inicio cuando Bustos todavía tenía 17 años.
A raíz de la denuncia y las declaraciones del joven -sumadas a las pericias oficiales del Equipo de Abordaje de Abusos Sexuales, que concluían que el relato de Bustos era coherente y no tenía indicios de manipulación-, ambos monjes quedaron imputados y detenidos. Actualmente están con prisión domiciliaria.
Con el transcurrir de las audiencias, se sumaron otros testimonios a la causa. Entre ellos está el de L.G., un hombre de 47 años que vive en Europa. Este hombre -sus iniciales no coinciden con su nombre por pedido expreso de él- también convivió con Roqué y Portillo durante 3 años y medio. Y denunció hace poco más de un año haber vivido "un infierno" en el monasterio, que estuvo en la Ciudad de Buenos Aires, luego en la provincia y finalmente en Tupungato.
"Cuando encontré a Nicolás (Bustos) sentí una especie de alivio de saber que alguien había pasado por lo mismo que yo. Estuve sometido muchos años", resumió a Los Andes. Entre otras situaciones, relató que tenía relaciones con Portillo sin querer hacerlo "para que se le pasara la ira".
Sometido
L.G. -nacido en Buenos Aires- destacó que, en un momento de vulnerabilidad, le contó a Portillo cosas que nunca había podido hablar ni con sus padres. "Le dije que era homosexual. Me puse a llorar y Oscar (Portillo) me abrazó y me empezó a dar besos. Yo me vaciaba y él me consolaba con esos 'juegos'. En una de esas 'sesiones', Portillo me besó en la boca. Yo no quería y me dio asco, pero tuve miedo de decirle que no. Esa noche terminó todo en una relación sexual", relató L.G.
Siempre de acuerdo a su relato, estas situaciones se fueron acrecentando cada vez más aunque él no las quería.
"Portillo se mostraba cada vez más colérico y se enfadaba por tonterías. La forma de calmarlo era entrar en esos 'juegos afectivos'. Se generó un círculo en donde él se enojaba, yo le pedía perdón y terminábamos teniendo relaciones para que se calmara", relató el segundo denunciante a este diario.
Su testimonio es parte de la investigación canónica que está abierta sobre los dos monjes. La aportó vía mail en enero del año pasado. Y hace ya varios meses reiteró la misma declaración en el plano de la Justicia civil, en la causa que inició con el acompañamiento del abogado de la Red de Sobrevivientes de Abusos Eclesiásticos de Argentina, Carlos Lombardi. Para ello se presentó en los tribunales de la ciudad española donde está viviendo y, vía skype, declaró durante casi tres horas.
“Con Diego (Roqué) teníamos relaciones de forma consensuada desde que llevaba un año en el lugar. Pero con Oscar (Portillo) no. Era por miedo. Hubo días en que llegué a tener relaciones con los dos”, resaltó.
La repercusión de la denuncia de Bustos, y la gran cantidad de equivalencias que L.G. encontró en el relato de este joven con las situaciones que había vivido él, le dieron más fuerzas para denunciar. "Me preguntaron varias veces por qué no me fui del monasterio apenas empecé a vivir estas cosas. Y me di cuenta de que era porque había un hilo invisible que me ataba a ellos", reflexionó.
Traumático
Con 21 años, L.G. ingresó al monasterio donde estaban Portillo y Roqué, el 6 de agosto de 1993. La sede estaba todavía en la CABA y eran cinco los monjes que estaban en el lugar. Aunque cuando había transcurrido menos de un año, sólo quedaban los tres: Portillo, Roqué y el denunciante.
"Ya había algo que no me gustaba: el trato entre ellos, los 'juegos' y ciertas demostraciones afectivas. Había besos, caricias y situaciones en las que se sentaban en el regazo, entre ellos y con otros", agregó.
En sus recuerdos, L.G. también tiene presente el día en que conoció la ira de Portillo. "Una noche le planteé que no quería seguir. Oscar se enfadó y me dijo que le tenía miedo a la vida consagrada. A mí me dio miedo, por lo que me quedé", rememoró.
Meses después, el denunciante confesó a Portillo (superior en el monasterio) sus tristezas familiares y sus secretos y fue en ese momento cuando -relata L.G.- comenzó ese círculo de sometimiento y de tener que acceder a tener relaciones con él para “bajar el enojo”.
Sostuvo que la relación con Diego Roqué era distinta y comenzó antes de que se instalaran en Mendoza. "Los dos teníamos deseos de dejar de hacerlo porque no se condecía con la vida de monasterio. Pero no podíamos", se sinceró, y aclaró que estas situaciones se daban con su consentimiento.
En 1995 el monasterio llegó a Tupungato y L.G. destacó que ese círculo de sometimiento se extendió durante años. En el medio, el denunciante fue enviado de retiro a una congregación de monjas en Córdoba. "Conocí a la hermana Hilda y le conté todo lo que estaba viviendo. Me dijo que no tenía que seguir así", contó L.G. De regreso en Tupungato, el denunciante decidió no pedirle perdón a Portillo luego de una de las tantas situaciones que lo enojaron y que ni siquiera consideraba que eran culpa suya. "Habíamos bajado de Tupungato a buscar a Diego al aeropuerto y él (Portillo) estaba muy enojado. Yo le dije que no le iba a pedir perdón nunca más sólo para calmarlo. Y empezó a gritar como un energúmeno", agregó.
Todavía L.G. recuerda los pormenores de esa tarde, cuando pudo escapar. "Estábamos en la camioneta, en un semáforo y me bajé corriendo. Sólo habíamos ido una vez a Mendoza a visitar a unos primos y yo empecé a correr por las calles hasta que llegué a esa casa. Portillo y Roqué me fueron a buscar; yo estaba escondido y mis primos les dijeron que ya me había ido. Luego me pagaron un pasaje a Buenos Aires", cerró.
A fines de 1997 L.G. se fue a una comunidad monástica de Francia. Allí, hablando con sus superiores de lo que había vivido en el Cristo Orante, lo convencieron de formalizar la denuncia eclesiástica e, incluso, lo acompañaron a Buenos Aires para que lo hiciera.
"Había una reunión de obispos en Buenos Aires y solicité ver a (el ex obispo de Mendoza, José María) Arancibia. Le pedí si podía contarle como Secreto de Confesión lo que me había pasado, pero él me dijo que no lo iba a tomar así", rememoró. Y agregó que así fue como puso al tanto de las autoridades de la Iglesia mendocina la situación.
Secuelas
Luego de que el caso tomase estado público en diciembre de 2018, el Arzobispado de Mendoza decidió cerrar el monasterio. Además, encaró la investigación canónica contra los sacerdotes, aunque luego fue derivada a un tribunal eclesiástico de Buenos Aires. No obstante, la investigación preliminar estuvo a cargo de la Iglesia mendocina y fue comandada por Ricardo Poblete y Mario Panetta.
Durante estas entrevistas el sacerdote Oscar Portillo "reconoce su propio pecado". "Admite que el tema fue en el orden sexual pero afirma que era Nicolás Bustos quien lo acosaba", agregaron respecto a lo declarado por Portillo. Además, sugirieron dar crédito a la denuncia, considerándola verosímil.
“Después de lo del Cristo Orante me han quedado algunas secuelas: autoestima baja, miedo a la reacción de la gente. Yo no estoy en contra de la Iglesia, no soy católico porque no comparto ese credo. Y la denuncia yo no la hago por rabia, sino porque quiero poner luz sobre esto”, sintetizó.
Nueva audiencia y pedido de más pericias
Durante la jornada de hoy se desarrollará una nueva audiencia de la que participarán Nicolás Bustos -el primer denunciante de la causa-, los monjes imputados (Diego Roqué y Oscar Portillo) y las partes involucradas.
Los monjes han solicitado que se le realicen nuevas pericias al denunciante, aunque el Equipo de Abordaje de Abusos Sexuales ya avaló su relato. "Estamos en eso, es una posibilidad", destacó a Los Andes el abogado de los imputados, Eduardo De Oro, cuando se le consultó si solicitaría el cese de la prisión preventiva contra ellos. Más allá de esto, la investigación seguirá en marcha.