Una nueva crisis de populismo

“Cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia, su antecesor, Eduardo Duhalde, había hecho el trabajo sucio. Había devaluado la moneda un 400%, había congelado las tarifas de los servicios y no había paritarias ni eran reclamadas”.

Una nueva crisis de populismo
Una nueva crisis de populismo

Argentina debe ser uno de los pocos países en los que a sus ciudadanos les gusta reincidir en el populismo. Lo disfrutan mientras dura y una vez que fracasa, los mismos que lo apoyaron piden “que se vayan todos”. Esto no ha ocurrido una vez sino varias veces y se vuelve a caer como quien padece de una adicción.

Esta compulsión hace que, aquellos que siempre alertan sobre los riesgos del mediano y largo plazo sean siempre calificados como “agoreros”, mientras parece haber un consenso en reclamar soluciones para el corto plazo. “En el largo plazo estaremos todos muertos” dijo Keynes en medio de una crisis, pero cuando se sale de la crisis hay que volver a mirar el largo plazo, algo que no hacemos.

El imán con el que el populismo atrae a las personas es la plata. Pero la plata nominal, es decir, lo que los billetes dicen que valen y no lo que realmente valen. Todos los gobiernos populistas ponen el acento en repartir plata en forma directa (con subsidios, aumentos salariales desmedidos y otras medidas que ponen plata a las personas en el bolsillo).

Pero también les ponen plata en forma indirecta, mediante congelamientos, tarifas subsidiadas o falta de estímulos al ahorro para generar la compulsión del consumo. Sabemos que para las personas, de cualquier nivel, poder consumir tiene una carga de sensualidad muy elevada.

Hasta en los consumos básicos, poder adquirir productos de mayor calidad genera satisfacción y sentimientos de bienestar que son bien explotados por las empresas, vinculándolo como un elemento de pertenencia a determinados estratos sociales.

Para el modelo populista, es fundamental dar prioridad al corto plazo y olvidarse del largo plazo, porque no rinde dividendos políticos.

El gran secreto es cómo financia el populismo estas acciones. Son varias las vías, ya sea por devaluaciones, aumentos de impuestos, emisión monetaria, apropiándose de bienes ajenos o contrayendo nuevas deudas.

El populismo kirchnerista

Cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia, su antecesor, Eduardo Duhalde, había hecho el trabajo sucio. Había devaluado la moneda un 400%, había congelado las tarifas de los servicios y no había paritarias ni eran reclamadas.

Los sindicalistas sabían que había que priorizar el empleo. Además, al haberse declarado el default de la deuda, no había que hacer pagos al exterior hasta que la misma se negociara. Además, había conseguido la Ley de Emergencia Económica, que le daba discrecionalidad al Ejecutivo mientras la situación se mantuviera.

Desde que asumió Néstor, aplicó la ley y los presupuestos que enviaban al Congreso preveían tasas de crecimiento menores a las reales. Esto hacía que hubiera muchos ingresos no previstos que eran administrados discrecionalmente por el Ejecutivo.

Además, se impusieron retenciones a las exportaciones de granos, leche, carnes, petróleo y otros rubros que, además de la devaluación, se veían favorecidos por los altos precios internacionales de las materias primas. Estos recursos quedaban todos para la Nación porque no eran coparticipables con las provincias.

Por aquel entonces se daba una situación inédita en nuestro país, como contar con superávit fiscal, superávit comercial y superávit de cuenta corriente. Algo así como cuando Perón mostraba los pasillos del Banco Central llenos de oro. Ahí empezó el gasto.

Algunas prestaciones, con hondo sentido social son comprensibles pero, para no enojar al soberano, se mantuvieron congeladas las tarifas de electricidad, gas, agua, nafta, colectivos y demás, pagando elevados subsidios. También se pagaban subsidios a los productores de trigo y maíz que eran obligados a vender barato en el mercado interno.

Pero la plata sobraba, aunque cada vez menos. Ya en 2007, para asegurar el triunfo de Cristina, Néstor comenzó a acelerar el gasto y en 2008 la percepción de inflación era clara y es cuando el gobierno, que ya había estatizado los fondos de las AFJP, decide comenzar a disfrazar las cifras de inflación del Indec. Nunca antes nadie se había animado a una maniobra tan osada.

La excusa era que así se pagaba menos por los bonos emitidos ajustados por el CER pero, con esta maniobra, resultaban tasas de crecimiento superiores a las reales y eso obligaba a pagar más por los cupones de los bonos atados al crecimiento. Lo que se ahorraban por un lado se les iba por otro, pero ante la población aparecían manejando la situación y poniendo en el tapete nuevos enemigos todos los días.

A partir de 2008 comenzó una suave pero incesante fuga de capitales, que el gobierno permitió para que el superávit comercial no presionara al dólar a la baja, pero cada día había más inflación y las ventajas del valor del dólar comenzaron a licuarse. Aparecieron herramientas típicas del populismo, como los controles de precios, mientras el gobierno aceleraba el gasto por encima del crecimiento de la recaudación.

Al día siguiente de su triunfo en las elecciones de 2011, Cristina impuso el cepo cambiario, la prohibición de ahorrar en dólares y limitaciones a las importaciones, herramientas típicas del populismo para tapar problemas que no se solucionan.

Populismo sin caja, fracasa

El problema de Cristina es que se quedó sin caja. Las reservas del BCRA han bajado por debajo de los 40.000 millones de dólares, aunque podría recuperar algo si responden las exportaciones, sobre todo de soja. Pero, además, tiene que hacer frente a una situación estructural desbordada.

Ante el temor de una parálisis, el gobierno alentó el consumo para evitar el ahorro, pero la inflación paralizó la inversión. Otra vez el corto plazo en desprecio del largo plazo, pero ahora ese largo plazo llegó muy pronto. La destrucción del stock ganadero hizo que la carne tuviera un precio demasiado elevado.

La luz barata estimuló el consumo desenfrenado sin que hubiera infraestructura para generarla. Lo mismo ocurrió con las reservas de gas y petróleo. Por eso hay que importar todo y subsidiarlo para que no aumenten los precios.

El avance del Estado sobre la economía ha sido abrumador. Según cálculos privados, el gasto público de Nación y provincias representa el 42% del PBI, cuando antes de este proceso era el 25%.

Según un informe del Instituto Argentino de Análisis Fiscal, en la época del kirchnerismo, el gasto público aumentó en 15 puntos porcentuales del PBI. Según el informe, un 30% de ese incremento se destino a salarios, ya que la planta de empleados estatales, a nivel nacional, creció en más de 1 millón de trabajadores. Por otra parte, un 24% fue al pago de mayores jubilaciones, un 23% al pago de subsidios al sector privado y sólo un 10% a infraestructura u obra pública.

¿Cómo afrontará el gobierno la mayor demanda de erogaciones con la caja si tiene un déficit creciente? La lógica indica que con mayor emisión y esta mayor cantidad de dinero presionará sobre los precios y sobre el dólar. Sería razonable esperar correcciones, que nadie sabe si estarán dispuestos a hacer.

Hoy la economía está estancada. El consumo se retrajo, no hay inversiones y cuesta mucho exportar, mientras el gobierno insiste con sus políticas, metiendo en el medio temas como la reforma judicial que no solucionan los problemas inmediatos a nadie, salvo garantizar impunidad al gobierno.

Hagan lo que hagan, el romance del populismo kirchnerista con el pueblo se ha roto, porque la caja está vacía y están fabricando plata sin respaldo. Todos los populismos empiezan igual y casi todos terminan igual. Es hora de que aprendamos de la historia.

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