Desde tiempos remotos, el pan acompaña la alimentación de los humanos. Basado en el cereal, apareció con el hombre primitivo cuando pasó a ser sedentario.
Egipcios, griegos, romanos fueron dándoles diferentes formas y agregándoles nuevos condimentos hasta llegar al pan que hoy conocemos, producto de la industrialización. En nuestra provincia, las panaderías se establecieron a partir de fines del siglo XIX y algunas perduraron mucho tiempo. Quizá una de las más recordadas es la “Espiga de Oro”, que cerró sus puertas hace cinco años. Pero hay otras que aún permanecen.
Recuerdos recién horneados
Una de las panaderías que estaba de moda a fines del XIX se encontraba frente a la plaza de la entonces localidad de San Vicente (hoy Godoy Cruz) y se llamaba “La Parisiense” . El negocio ofrecía al público un excelente pan francés y una diversidad de bizcochos del mismo origen pero también ingleses y alemanes. Además tenían sucursales en varios almacenes de la ciudad como “El Proveedor” ubicado en calle San Juan; el “de José Mallman”, en el Mercado Nuevo (hoy Mercado Central) o el llamado “Porto Alegre”, en calle San Martín. Los repartidores de estas sucursales llegaban con el pan bien calentito tanto a la mañana como a la tarde.
Otro de estos establecimientos fue la panadería “La Unión Española”, conocida popularmente como ‘la Mecha’. Propiedad de Santiago Gayo, contaba con un establecimiento modelo ya que poseía varias máquinas para amasar. Gayo también fue dueño de otro local, llamado “La Esperanza”, equipado con tres carros de reparto.
En calle San Luis 43 estaba “la del Pueblo” cuyos dueños fueron Champion y Sebelin, los que con sus carretelas repartían a la zona que luego conocimos como la Cuarta Sección. Y más hacia el oeste, precisamente en calle Chile al 1369, se situaba la renombrada panadería “Liguria” propiedad del italiano Luis Lorenzo Boretto. Allí el ‘tano’ -como le llamaban- vendía pan francés, menage y criollo.
En1889 se instaló en nuestra ciudad una de las más emblemáticas panaderías: “La Espiga de Oro”. En calle San Martín esquina Catamarca, tuvo como sus primeros dueños a los señores Calais y Panicello. Al contar con importantes adelantos técnicos para esa época, fue la envidia para algunos de sus competidores, quienes iniciaron una campaña de desprestigio de sus productos, la que terminó luego con la venta de este negocio.
A partir de la primera década del XX, el comercio lo compró la familia López y se trasladó a Alem y Zuloaga. Poseía una excelente tropa de carros para repartir el pan todas las mañanas a cientos de clientes. La panadería tuvo su mayor esplendor en los años ‘40, cuando fue una de los principales sponsor de programas en Radio LW2 Aconcagua.
Una de las tantas competidoras que tuvo La Espiga de Oro fue “La Porteña” del señor Lida, situada en calle General Paz 421. Su especialidad fueron las media lunas “porteñitas” y los “pancitos de salud”. Fue una de las primeras que tuvo teléfono a principio del siglo XX.
En 1939 cuando un terremoto afectó a Chile, las grandes panaderías donaron gran cantidad de harina para los damnificados.
Algunas que ya no están
Ya en la década del ‘30 había una panadería en cada barrio. Por aquel entonces, se encontraban la de “Los Andes” en la calle Montevideo 287; “La Panificación” en Agustín Alvarez 1032; “El Progreso” en Salta 1527; “La Flor del Oeste” en Sargento Cabral 984; “El Sol” en Colón 387 ; “La Balear” en calle Belgrano 1021; “La antigua Turinesa”, en Paso de los Andes 882.
Actualmente, muchas de estas casi centenarias siguen en pie. Tal vez, una de las más recordada es la de "El Principe de Asturias". Panadería que posee una historia muy particular. Su dueño naufragó en 1916 en un barco cuyo nombre luego le colocó al local.