El 12 se conmemora el día de la reconquista de Buenos Aires luego de la invasión inglesa de 1806.
Los mendocinos no fueron ajenos a estos acontecimientos ya que, meses después de esta fecha, la población recibió a 250 prisioneros británicos.
Lo que no nos contaron en la escuela
En 1805, un flota de la Armada inglesa, al mando de Sir Home Rigg Popham partió desde el puerto de Porstmouth (Gran Bretaña) con más de 7.000 hombres.
En un principio esta flota tenía el objetivo de atacar América del Sur, pero el ministro de guerra Lord Castlereagh dio orden de invadir el Cabo de la Buena Esperanza (Sudáfrica). Las naves llegaron a Bahía (Brasil) y luego se dirigieron hacia el continente africano con rumbo final al objetivo trazado.
El ejército británico avanzó sobre el Cabo de la Buena Esperanza, defendido por los colonos Bátavos (hoy Países Bajos) y, después de varias batallas, el territorio fue conquistado. Entonces, Popham apuntó a las colonias españolas en el Río de la Plata.
En abril de 1806, más de 1.500 hombres al mando del general William Carr Beresford zarparon de Ciudad del Cabo. En su mayoría las tropas pertenecían al regimiento de infantería escocés Nº 71.
¿Sobremonte un cobarde?
A mediados de 1805, las autoridades del virreinato del Río de la Plata, especulaban con la posibilidad de que los británicos invadieran Buenos Aires.
El entonces virrey Rafael de Sobremonte, pidió a España reforzar con tropas el territorio. También, hizo lo mismo a las autoridades de las provincias interiores del Virreinato, solicitando armamento y el reclutamiento de milicianos pero, por diferentes motivos, esos refuerzos nunca llegaron.
El 23 de junio, las naves fondearon en las costas de Quilmes, pocos kilómetros al sur de Buenos Aires. Dos días después, las tropas del regimiento 71 Highlanders desembarcaron en Quilmes y avanzaron hacia la ciudad de Buenos Aires, al son de las gaitas escocesas.
A llegar a la capital del Virreinato del Río de la Plata, los funcionarios reales se rindieron ante Beresford quien tomó posesión de la ciudad y rebautizó a Buenos Aires con el nombre de Nueva Arcadia.
El entonces virrey, se retiró con sus tropas hacia Córdoba con el objetivo de efectuar una ofensiva, pidiendo la colaboración de hombres y pertrechos para la resistencia y nombró a esa ciudad capital del Virreinato del Río de la Plata.
Por su parte, los vecinos de Buenos Aires se reunieron para dar resistencia e iniciaron una guerra sin cuartel por las calles; desde las azoteas y techos arrojaban piedras, pedazos de tejas, agua y aceite hirviendo.
Al mando de Santiago de Liniers, y luego de varios días de lucha, el general Beresford se rindió y firmó la capitulación el 20 de agosto.
Gran parte de los prisioneros británicos fueron enviados a diferentes provincias incluyendo Cuyo.
Con el orgullo por el piso
En noviembre de 1806, llegaron a Cuyo más de 250 de los 1.500 soldados británicos prisioneros del regimiento 71 que se habían rendido en Buenos Aires, luego de viajar más de 40 días en carreta.
Cuando los primeros apresados pisaron tierra mendocina, muchos vecinos protestaron y sugirieron al Cabildo que se los destinara a lugares alejados y que no ocuparan las instalaciones del cuartel de la Cañada.
El comandante de armas Faustino Ansay estuvo de acuerdo en un principio y ordenó que los más revoltosos fueran enviados al fuerte de San Rafael. Se realizó una selección e inmediatamente 50 hombres partieron hacia ese lugar.
A los pocos días, otros 50 marcharon a la finca del comandante Teles Meneses en Luján de Cuyo y el resto se ubicó en el cuartel principal de la Ciudad. Allí, se montó una guardia especial compuesta por un oficial, un sargento, un cabo y 15 soldados milicianos quienes vigilaban día y noche las actividades de estos presos.
Entre los 150 prisioneros que se establecieron en el cuartel, se encontraban 40 mujeres y 32 niños. Estos civiles eran parte de la tropa, ya que, por aquellos tiempos, los soldados podían llevar a esposas e hijos a las campañas militares.
Con el correr del tiempo, estos soldados fueron empleados para realizar trabajos en las fincas o en las obras públicas como el aseo de las calles o el arreglo de edificios.
En 1808, los gobiernos de España y Gran Bretaña firmaron un armisticio. Los prisioneros distribuidos en distintos sectores del Virreinato regresaron a su país de origen, aunque algunos eligieron quedarse. Por ese motivo tuvieron que convertirse al catolicismo y fueron bautizados con nuevo nombre y apellido.