Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional - Especial para Los Andes
Transitamos por un tiempo de asombro; para muchos, demasiados, resulta desmesurado lo que simplemente era previsible. El poder del kirchnerismo se disuelve en gestos más cercanos al ridículo que a la resistencia revolucionaria.
La foto de los que fueron a rescatar la memoria del peronismo es de color sepia, como de película vencida, demasiado parecido al final de Menem cuando frente a las acusaciones de corrupción intentaban defenderse cantando la marcha. Y la palabra “traidor”, pronunciada con odio por personajes menores contra todos aquellos que se apuran en asumir los gestos necesarios para vivir en la nueva realidad.
La secta imaginaba que con solo acusar a Macri de ser la derecha el tiempo les devolvería la impunidad del poder. Por eso hablaron de “resistir”, término estalinista que cuestionaba lo hecho en la anterior derrota, donde el peronismo había gestado la “renovación”. Pero para renovarse hay que asumir debilidades, y eso en la secta no se usa.
Mao solía decir que “el imperialismo es un tigre de papel”, y en esa consigna estaba implícita la voluntad de liberarse. Me cansé de discutir con analistas de todo tipo y pelaje que el kirchnerismo era la nada, que como enfermedad del poder no lograría sobrevivir a la pérdida del mismo. Ahora ya se nota que no había nada que temer, que no tienen cuadros dirigentes ni candidatos ni ideas para defender; son solo un grupo de beneficiarios del gobierno de turno que, en su mayoría, van a intentar acomodarse a la nueva coyuntura.
Hay gobernadores y dirigentes que fueron dignos; pocos, demasiado pocos. Ahora aparece una caterva de aplaudidores que, sin ponerse colorados, se arriman al calor del nuevo gobierno. En la dura, difícil, los valientes fueron pocos, ahora viene el tiempo de la alegría de los oportunistas, de esos siempre dispuestos a entregar su lealtad al vencedor, claro que nunca antes de la batalla, no sea cuestión de arriesgar prebendas y aparentar dignidad.
De un gobierno que intentaba dividir y confrontar, degradar y corromper; de un gobierno autoritario y sectario que se refugiaba en viejas consignas de vetustas izquierdas; de ese absurdo, volvemos a una sociedad que intenta recuperar la cordura, la lógica, el diálogo entre adversarios y terminar para siempre con esa grieta inventada tan solo para construir la impunidad del oficialismo a partir de acusar y culpar de todo al supuesto enemigo.
La secta se disuelve como, en su momento, cayeran los pedazos del Muro de Berlín. Y de aquella caída del Muro tenemos mucho que aprender, porque los de un lado y los del otro se apasionaron por asombrar al mundo con el logro de su esfuerzo sin darle demasiada importancia a las heridas y las cicatrices de tantos años de división. No es que nadie haya olvidado las afrentas, es tan solo que la voluntad de construir el futuro era más fuerte que la memoria y los recuerdos de las ofensas cometidas.
Hay debates vigentes de todo tipo; uno, en especial, insiste con que debemos conocer el caos que nos legaron los fanáticos de “la década ganada”. Con solo observar la inflación y las deudas, la triste situación en el mundo, con solo tener que envidiar a países hermanos que supieron de diversa manera utilizar los años de bonanza, con solo asumir que acompañamos a Venezuela en el destino de un fracaso pretencioso y autoritario, con eso solo alcanza y sobra para que los de buena voluntad entiendan la dimensión enorme del daño realizado.
Luego viene el susto que nos llevamos, ese número pequeño que diferenció al vencedor del derrotado, y ver todavía hoy a Scioli hablando loas de la destrucción heredada. Somos una sociedad con suerte; nadie puede ignorar que si a la ex presidenta no se le ocurría excederse en la soberbia nos hubiera costado y mucho recuperar la democracia.
Soy de los que creen que fue más fuerte la voluntad de Cristina de gestar la derrota que la de Macri de forjar el triunfo. Pero tuvimos suerte, y la peor derecha asociada a la peor izquierda no logró imponerse y arrastrarnos a una decadencia mayor de la imaginada.
Algunos restos de gastadas izquierdas intelectuales intentan definir al nuevo gobierno como autoritario, demasiado apurados para buscar afuera culpables de sus propias lacras. Los herederos de Stalin olvidan que con el paso del tiempo nada los diferencia de los descendientes de Hitler. Es cierto que la derecha termina siempre en la concentración económica, lo triste es que sean ellos los acusadores cuando gastaron años en transitar el mismo camino.
Hubo quienes firmaron una declaración intentando meter miedo por pronunciar una cifra de desaparecidos, ese tipo de persecuciones deja peor parados a los que se rasgan las vestiduras que al frívolo que provocó esa confrontación de símbolos cristalizados. Hay un progresismo de próceres firmadores de documentos que nunca soportaron los designios de la democracia. Ni cuando se declararon amantes de la violencia ni cuando se dedican a victimizar hoy los resultados de sus equivocaciones de ayer.
Nunca les gustó lo popular, el peronismo fue para ellos un simple nombre para el entrismo, en eso la derecha los aventaja, no tiene pruritos de falsas pertenencias. Y como en sus peores pesadillas, logran apoyos intelectuales en otros continentes para intentar disimular el desprestigio que les corresponde donde hace tiempo dejaron de merecer respeto.
El camino que se puede forjar entre adversarios es el reformismo, la peor derecha es la que se oculta en las consignas de falsos progresismos. Macri no es el presidente soñado pero sin duda nos permite transitar un camino de mejoría que con los kirchneristas jamás hubiéramos logrado. No soy del Pro pero creo más en el camino de la democracia que en la enfermedad del autoritarismo. Y para eso, los viejos progresistas son una de las lacras que necesitamos superar. Entre adversarios que se respeten podemos construir un mejor futuro. Y ese es el camino que hoy supimos elegir.