El incendio de Notre Dame, ocurrido el 15 de abril, ha provocado en estas semanas transcurridas, numerosos escritos y reflexiones porque es claro que significa mucho más que el incendio de un edificio. Tampoco se lo ve solamente como un templo católico, sin que nadie pueda discutir que sin el cristianismo en general y el catolicismo en particular no es posible explicar nuestra civilización occidental; ni agnósticos ni ateos, lo discuten.
En nuestro país Francia y, por supuesto, París tienen un lugar especial, aunque, tal vez, como una seña de la decadencia argentina, muchos la han reemplazado en sus preferencias por Miami.
Además de los comentarios un hecho que provoca reacciones diversas merece ser destacado: a tres días del incendio de Notre Dame se reunieron más de ochocientos millones de Euros, aportados por algunos de los dueños de las mayores fortunas de Francia junto con sumas más pequeñas de personas de ingresos medios bajos.
El gobierno, por su parte, se ha comprometido a reconstruir en cinco años la catedral que no sólo es un símbolo de París o de Francia sino también de toda nuestra cultura occidental.
Esto me lleva al motivo de esta nota, que es preguntarme sobre cómo reaccionaríamos los argentinos si esto ocurriera en un templo emblemático como la basílica de Luján, o en los edificios e iglesias de la llamada “Manzana Jesuítica de Córdoba”.
¿Se recolectarían en tres días unos doscientos millones de euros?, cifra calculada, teniendo en cuenta, el diferente volumen de la economía francesa y la argentina.
Hace unos veinte años tuve una experiencia que me lleva al pesimismo sobre el interés de los dueños de fortunas en la cultura, cuando me enteré de la enorme diferencia de fondos privados que lograba la Ópera de Nueva York y lo escaso que recibía nuestro Teatro Colón.
No siempre fue así. Gran parte de las iglesias, colegios privados y muchos públicos, hogares de ancianos y de huérfanos fueron el fruto de donaciones de familias ricas del país y hubo gestos grandiosos.
Me permito recordar dos.
Uno de esos gestos tuvo lugar a los pocos días de asumir el poder Carlos Pellegrini, en plena crisis de los noventa del siglo XIX. En la semana siguiente debía afrontar un vencimiento de la deuda pública y carecía de fondos para evitar el default. Convocados los hombres de negocios más importantes del país a la Casa de Gobierno e impuestos de la situación, se logró reunir la suma necesaria para pagar el vencimiento.
EL segundo gesto ocurrió en la segunda presidencia del general Roca cuando nuestro país estaba adquiriendo barcos por el riesgo que el conflicto de límites con Chile desembocara en una guerra. El presidente se entera que unas torpederas francesas no salían para nuestros puertos, porque un diplomático, había jugado y perdido los fondos en el Casino de Montecarlo.
El general Roca convocó al gabinete, a figuras importantes de la política y los negocios, quienes, impuestos de la situación, contribuyeron a cubrir los fondos necesarios sin afectar el tesoro público.
¿Somos capaces de imitar estas actitudes en los tiempos actuales?
No se puede negar que hay personas y empresas que hacen aportes a la comunidad. El Museo Fortabat y el Malba dan testimonio de ello, pero todo muestra que estamos muy lejos de actuar como nuestros antecesores. Tal vez, porque ellos estaban convencidos que estaban construyendo un gran país y desde hace unas décadas, se extiende un pesimismo que retroalimentan las sucesivas frustraciones y las muestras de mediocridad y mezquindad de las dirigencias que sólo piensan en sus intereses corporativos.
Volviendo a Francia, digamos que los aportes de las mayores empresas han dado lugar a cuestionamientos y debates porque han puesto en evidencia la creciente desigualdad. Algunos siempre ponen como ejemplo a Europa como sociedad relativamente igualitaria comparada con los Estados Unidos. Sin embargo esto es cosa del pasado.
En 1970 la diferencia entre el sueldo más bajo con el más alto en Francia era de 40 veces. Ahora entre un trabajador y un Ceo la diferencia asciende a 800 veces. Encima hace pocos años se derogó el impuesto a las grandes fortunas.
Por eso, en tiempos de protestas, sobre todo de los sectores medios temerosos del descenso social, esta demostración de riqueza de los más emblemáticos empresarios franceses ha reavivado el debate sobre el futuro, la fiscalidad y la atención a los que menos tienen.
El mundo en dos siglos obtuvo grandes logros. Hoy, sólo el 15% de la población mundial, es pobre, cuando alcanzaba al 90% a principios del siglo XIX. Pero hay una sensación de que este ciclo ha concluido y que los hijos no estarán mejor que los padres. Las emigraciones por el hambre o la huida de regímenes criminales y la revolución tecnológica que exige mayores capacidades para el trabajo y la robotización, incrementan los miedos.
Notre Dame nos muestra la capacidad del hombre y su tenacidad; quienes la iniciaron sabían que no la verían concluida, sin embargo gracias a la fe y a los valores que conformaron nuestra civilización, siguieron colocando las piedras, forjando los herrajes, trabajando la madera, el vidrio y el cristal.
Nos dejaron con esa construcción la lección de construir no solo para el presente sino para el futuro y nos señalaron que la fe en una creencia puede mover montañas.
La voluntad de reconstruirla es la señal que nuestra civilización afronta una prueba más de las tantas que tuvo que superar desde los lejanos tiempos de la guerras médicas.
Son nuestros valores los que lograron mejorar el mundo a lo largo de siglos y siempre que algunos pronosticaron la decadencia o el fin, lo pudimos superar.
Pero no sólo tenemos accidentes en iglesias. Todos estos años, a veces, sin alterar la indiferencia de nuestros pueblos, se incendian por intolerantes y fanáticos numerosas iglesias cristianas, o se asesina a quienes profesan esa fe. Solo en el año pasado más de cuatro mil cristianos han sido asesinados, otros heridos y presos presos. Entonces, así como se quiere reconstruir la Catedral de París, no debemos ser indiferentes ante estos nuevos mártires, pues mueren por ser un testimonio de nuestra cultura.