El viaje desde Mendoza es largo, hasta el aeropuerto Charles de Gaulle. Luego, una hora en tren hasta Gare du Nord. Ya en el departamento de mi hijo, que, accidentado, requirió nuestro cuidado, me tentó una apetitosa naranja española. Cuando fui a tirar las cáscaras, recibí la primera advertencia: "No, papá, eso va en la bolsa verde". Sin discutir, obedecí, pensando: "bah, bolsas de colores, caprichos de ingeniero". Pero, cuando salí al gran patio central del edificio, advertí diversos contenedores de distintos colores. Y, cuando me asomé a la calle, en la esquina vi también cuatro enormes contenedores, destinados a recibir distintos tipos de residuos, para facilitar el reciclado selectivo posterior. Un niño, de unos nueve o diez años, se acercó con dos bolsas y sin vacilar, ubicó cada una en lo que supongo era el contenedor adecuado. ¡Qué bien! Proceso de reciclado selectivo e integral antes que la basura nos tape.
Inmediatamente pensé en Mendoza, "la ciudad limpia" y la necesidad urgente de adoptar similares decisiones.
En setiembre de 2012 envié una comunicación a "Escribe el lector" sobre el tema y me prometí reiterarla. En eso estaba cuando, al entrecerrar los ojos, me surgió un ramalazo de "déja vu" como cada tanto nos ocurre. O sea, una sensación de haber visto lo mismo antes. Ello me llevó a mi lejana niñez, en un pequeño pueblo bonaerense, observando a varios caballos, sujetos por sus respectivos cabestros, al palenque frente al almacén principal. Pero ahora el espectáculo era muy distinto: en una isla en la vereda, seis automóviles, que parecían sujetos por una especie de manguera a sendos postes. ¡Eran automóviles eléctricos en proceso de recarga! Me acerqué para fotografiarlos y una joven y bella francesa, que ya había desvinculado el conector de uno de ellos, al advertir mi interés (en los automóviles, desde luego), después de un amable bon jour, abrió la puerta e ingresó en uno de ellos. Luego de un suave ronroneo (del automóvil) se incorporó al tránsito mañanero. ¿Quiénes serían los felices propietarios de esos automóviles, con estacionamiento reservado?
Quizás funcionarios públicos, pensé, con mi desconfianza provinciana. Luego mi hijo me aclaró que son automóviles, no contaminantes, que se alquilan. El procedimiento es sencillo. Luego de una inscripción por un año, con un costo de 10 euros por mes y una tarjeta de crédito, está habilitado el uso. Consultando una app del Smartphone, se entera en qué lugares hay un automóvil disponible. Al desenchufarlo del pilón, comienza a funcionar el cómputo del tiempo. Al aproximarse al destino, el teléfono le informa en qué lugares de estacionamiento hay conectores disponibles para dejar el automóvil y, al enchufarlo nuevamente, se interrumpe el tiempo de facturación. El costo: 5 euros cada media hora.
Todavía maravillado por esos dos descubrimientos innovadores, alcé mi vista y vi a lo lejos el imponente Sacre-Coeur.
Traté de imaginar, en distintas direcciones, museos que había visitado, desde luego el Louvre, el Centre Pompidou, Delacroix, Gustave Moreau, l´Orangerie, d´Orsay, Picasso, Rodin y varios que ahora quizás no recuerdo. Obras maestras que había admirado en anteriores visitas y que muchos argentinos, lamentablemente, nunca podrán ver.
Eso me había inducido a proponer en Mendoza un museo con reproducciones en tamaño natural de esculturas y cuadros famosos (Los Andes, Escribe el Lector, 2/10/2016).
Pensé en tantas atracciones portentosas que tiene esta ciudad: París maravillosa. Pero ¿saben qué? ¡Qué lindo es Mendoza! Ya tengo ganas de regresar.
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