Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Desde que somos país los argentinos siempre hemos estado expuestos a las roturas. Rompimos con España en la época liminar y lo decimos expresamente en el himno:” Oid el ruido de rotas cadenas...”
Después nos encargamos de romper el país, desmembrándolo, y entonces se nos fue Uruguay, Paraguay, y gran parte de lo que hoy es Bolivia. Las roturas han sido grandes e institucionales. Más tarde rompimos con los pueblos originarios y de paso, con Paraguay también.
Si analizamos solamente a la Constitución Nacional, sus roturas han sido numerosas y mayúsculas, y varias veces, muchas, apoyadas por el mismo pueblo que debió evitar las roturas.
El verbo romper es bipolar, tiene su lado admirativo, que ocurre cuando lo usamos para catalogar a un jugador que juega muy bien al fútbol decimos “ese vaguito la rompe”. Por oposición cuando alguien nos molesta mucho le decimos “Dejá de romper la paciencia”, por no utilizar otro tipo de sustantivos más erógenos.
Las roturas nos atraen. No dudamos en comentamos con lujos de detalles, cuando el vecino rompió con su mujer, o cuando su vecino y su mujer rompieron toda la vajilla fina a bordo de una discusión. Los quiñes nos atraen. No nos gusta participar en ellos, pero cuando vemos uno producido agrandamos los ojos a ver qué se rompio.
En esta semanas muchos canales, y radios, y diarios, y sitios web, y otros menesteres comunicativos estuvieron pendientes de la rotura del glaciar de Calafatte: el choco mas admirado de Argentina: el perrito Moreno. Hubo canales que destinaron dos o tres cámaras fijas, permanentes, ubicadas en el mismo lugar esperando que el puente de hielo formado por el glaciar se rompiera. Hubo cientos de notas para cubrir el fenómeno. Un fenómeno que (lo medí seis veces) duró 22 segundos. Maravilloso.
Muchos promocionaron que es un espectáculo único en el mundo. No es cierto, hay muchísimos glaciares en este planeta y, entre esos muchísimos, hay muchísimos que forman puentes naturales. Ocurre que para ver ese espectáculo hay que llegar a los glaciares, cosa que no es para nada fácil, están muy altos los guachos y muy fríos, no se dignan a bajar. El que sí baja sin exigirle mucho tiempo a la contemplación es el perrito Moreno, entonces es cuando se hace atractivo de tal modo que se ha construído toda una comunidad, incluyendo hoteles sospechados, debido a su presencia siempre avanzante.
He tenido oportunidad de verlos de cerca, pero para eso tuve que armarme de altura para llegar arriba de Plaza de Mulas y ver el Horcones, o tuve que atravesar el Lago Mascardi para contemplar de cerca el Ventisquero Negro del Cerro Tronador, no es fácil. En cambio el perrito Moreno se ofrece ahí nomás a pocos pasos del confort y entonces cada cuatro años, aproximadamente, se arma el espectáculo de su rotura.
Me parecería del todo bien que, ya que nos acercamos a un glaciar, conociéramos un poco más de ellos, conociéramos que son los grandes reservorios de agua, no solo de nosotros, sino del planeta entero, conozcamos que están achicándose, que el de Upsala por ejemplo está muriéndose de calor; conozcamos que, si se trata de rotura, estamos rompiendo el equilibrio de la naturaleza y esos ríos sólidos de vida amplia pueden transformarse en pequeños arroyos sólidos de vida escasa; conozcamos que se nos va la vida en eso.
Sería bueno aparte de la admiración que causa un glaciar que se rompe, que sintiéramos algo de pena porque muchos están desapareciendo.