Tal vez no todos los que recorren y disfrutan a diario del Parque General Martín recuerden que el paseo es una creación de fines del siglo XIX, cuando por razones de salubridad de una ciudad maltratada por epidemias y enfermedades se resolvió gestar un pulmón verde de protección y también un espacio ciudadano de recreación y esparcimiento, a la altura de lo que ocurría en Europa y Estados Unidos.
Mucho tiempo ha transcurrido desde entonces y esta obra pública de gran trascendencia para los habitantes ha recibido ampliaciones, mejoras y también, lamentablemente, agresiones que han ido mellando su esplendor, aunque sin poder vencer sus magníficos servicios y su contribución al paisaje y la estructura urbana del Gran Mendoza.
Los actos agresivos de usuarios que no titubean en romper un árbol o sus ramas, el paso de grandes columnas de simpatizantes de los clubes de fútbol y del estadio Malvinas Argentinas, instalados en su jurisdicción, más el hecho de ser atravesado por importantes vías de comunicación hacia la ciudad o desde ésta en dirección a los barrios del oeste, son otras de las causas de la fragilidad de nuestra joya verde. Por otra parte, no siempre el mantenimiento y el riego de sus grandes prados y sectores forestados ha sido el mejor y más racional.
Las páginas de Los Andes han seguido periódicamente la vida del Parque, sumándose las voces de los lectores, siempre con el mismo objetivo: clamar por su cuidado, su apuntalamiento y puesta en valor. Puntos de vista como los ofrecidos por la doctora en Historia Rosa T. Guaycochea, son muy valiosos y deben ser tenidos en cuenta. La investigadora planteó que "los árboles sucumben no solo en las calles sino, notablemente, en las plazas y el parque San Martín". Y con respecto a este último, califica que "el deterioro avanza a grandes pasos".
Las nuevas autoridades de la Dirección de Recursos Naturales no Renovables, con la ingeniera agrónoma Mabel Chambouleyron a la cabeza, tienen un gran desafío por delante.
Alguna vez habrá que analizar si es posible que tantos festivales multitudinarios que se realizan dentro del paseo, con el deterioro de la cubierta verde y el estrés de los árboles por las luces y los ruidos de gran intensidad, pueden ser reducidos en su número, ya que estamos casi seguros que eliminarlos de ese ambiente será poco menos que imposible.
También habrá que pensar en alguna estrategia vial para limitar, dentro de lo posible, la circulación de automotores, aunque reconocemos desde el vamos que parece una idea de difícil aplicación por cómo se ha ido gestando la trama urbana.
Otro gran defensor del Parque, el ingeniero agrónomo Dardo Roberto Mur, sostiene que quisiera sentirse como los turistas que recorren el paseo en "bañaderas" tomando fotos y aplaudiendo entusiasmados los maravillosos y coloridos escenarios que descubren a su paso. Pero admite que cuando recorre cada semana el circuito alrededor del lago, es indecible el sentimiento de pena que le embarga al ver cómo ha sido prácticamente "olvidado" por las últimas administraciones responsables de su cuidado y mantenimiento.
Tal vez, y pese a los retrocesos que se observan en esta joya de la naturaleza, todavía se puedan esperar cambios y acciones, y poco a poco ir recuperando la calidad y la belleza del ancestral y querido jardín ciudadano. No todo se lo tenemos que achacar a los funcionarios, en grado sumo responsables por cierto, pero también los mendocinos podemos contribuir a cuidar el patrimonio forestal y las instalaciones.
Dejemos al Estado que recupere el verde, reponga árboles, limpie acequias, arregle bancos maltrechos y elimine los baches de las calles internas. Con eso se avanzará mucho. El resto tendrá que ser aportado por quienes se benefician y disfrutan de las grandes extensiones de sombra y fresco, pensando, sobre todo, en las jóvenes generaciones que querrán seguir disponiendo del maravilloso paisaje y sus complementos.