El miércoles, cuando Gerardo Martino decía en conferencia de prensa que “en el partido con Ecuador me había generado otra expectativa la gente”, las arcas de la AFA recaudaban una cifra récord de pesos para un partido de Selección. Desde ese momento y hasta el final del partido, con un diluvio en el medio, la gente respondió al marco que genera un clásico sudamericano como es el Argentina-Brasil.
En la cancha, ya en la noche del viernes, ese público que no se amedrentó por la lluvia del jueves y por la postergación del encuentro, dio un primer veredicto. Ovacionó a Javier Mascherano cuando la voz del estadio anunció su nombre. Mimó a Ramiro Funes Mori, ídolo de la casa, y reconoció a Gonzalo Higuaín, tan criticado después de esos increíbles goles fallados en las finales del Mundial y de la Copa América.
Con el comienzo del partido, respondió como debía hacerlo para empujar a un equipo que no tiene a su estrella, Lionel Messi. La misma a la que le faltan Sergio Agüero y Carlos Tevez, hombres por los que varios fanáticos pagarían una entrada.
La gente se acordó de Brasil. "Tomala vos, dámela a mí, el que no salta es de Brasil", cantó antes del inicio. Y se entusiasmó. Se acordó de los siete goles que Alemania le hizo en Belo Horizonte y no dejó en paz a Neymar. Un silbido por cada pelota que tocara el jugador del Barcelona.
El punto más alto llegó con el gol de Ezequiel Lavezzi y se entusiasmó con la jugada de Banega en el comienzo del segundo tiempo que pudo haber significado el 2-0. Pero cambió después del sorpresivo empate. Comenzó a exigir con "movete Argentina movete" y hasta cambió los elogios de la previa por algún que otro silbido para Higuaín cuando se fue remplazado.