No, no son corruptos

Hoy es el primer día de los próximos 200 años de eso que llamamos entre todos Patria. Y nos merecemos intentar una modificación profunda para empezar a ver las cosas de otra manera. Sabiendo que no es imposible despegar ciertos aspectos podridos de nuestr

No, no son corruptos

Por Leo Rearte - Editor de sección Estilo y suplemento Cultura

1. Sabés qué, estos tipos que desfilan por Comodoro Py no son corruptos. En serio, parece otra cosa pero... no, no son corruptos. Cuando terminés de leer esta especie de columna, vas a coincidir... 

Sí, tenés razón, se robaron hasta los escones de las monjas, su hijaputez se pesa en bolsos, y dan tanto asco que incluso hasta el rating de la tv cae cuando se habla de ellos a la hora de la cena. Pero no son, etimológicamente hablando, corruptos.

Porque este término remite, según los mataburros, a la "acción de romper". Se refiere, conceptualmente, al hecho de quebrar algo. ¿Qué cosa en concreto? Corrupción es hacer añicos pactos pre-existentes, matar la confianza, cortar los lazos democráticos.

Es destrozar un contrato en el que nosotros les damos a los políticos la plenipotencia de ejercer su cargo con el objetivo de que ofrezcan un resultado concreto y una metodología lindante con la ética y la decencia.

Pues bien, estos señores despreciables, estos funcionarios de cuarta, son todo lo que vos quieras, les caben camionadas de insultos, se han descubierto adjetivo calificativos nuevos para describirlos. Pero no son corruptos. Porque no rompieron nada.

Ya estaba todo roto cuando llegaron.

2. Hablemos de ese supuesto contrato pre-existente entre los polituchos revoleadores de bolsos y la masa votante. No existió nunca. No hubo confianza ni antes ni después.

En todo caso, tras la cadena de crisis que nos tocó vivir, el pacto tácito, el mandato no verbalizado, podría sintetizarse como: "roben pero hagan". Sí, un “ya que no se fueron todos como venimos pidiendo, le entrego, como sociedad que soy, este país que nos viene quedando... y soluciónelo como pueda, señor funcionario”.

Pero no nos mintamos a nosotros mismos. No juguemos a que le exigimos decencia a nuestros dirigentes. Si hubiese sido así, cada vez que se les descubrió alguna mentira en su discurso debieran haber renunciado por la sola presión de la opinión pública. Y Argentina, todos lo sabemos, es el paraíso del "y si les hubiera dicho qué iba a hacer no me hubiesen votado".

Si realmente hubiera pre-existido un contrato basado en permitirles realizar su “expertise” bajo ciertas normas de decencia, vos, tu vecino y yo se hubiesen escandalizado al notar cómo los señores que ejercen la función pública se convirtieron en moradores de mansiones, “herederos” seriales de fortuna y en manejadores de autos de lujo. Y no pasó. No pasa. Nada que los obligue a rendir cuentas, a renunciar.

Nadie se siente ni se sintió verdaderamente llamado al escándalo cuando tipos que tenían sólo el sueldo del Estado se compraban un hotel o formaban parte de corporaciones internacionales. Vivían como sultanes del Topkapi, cuando antes del bono de sueldo del Estado no tenían ni para dejar la casa de los viejos.

Puede que hayamos descubierto los bolsones y los Rolex con destino de bóveda de convento en los últimos 10 minutos.

Puede que el video de los señores contando guita en la Rosadita sea tan fresco como los mismos tipos que cuentan los euros. Pero sus patrimonios se conocían. Las fotos de sus mansiones son públicas. Y la frase "Qué bien la hizo" es más argentina que el dulce de leche. Más argentina que remar en dulce de leche.

3. Estamos tan podridos de hablar de corrupción, como de la violencia en el fútbol, como de la desorganización de AFA, como del dólar... Pero hay que hacerlo.

Hoy es el primer día de los próximos 200 años de eso que llamamos entre todos Patria. Y nos merecemos intentar una modificación profunda, sabiendo que no es imposible despegar ciertos aspectos podridos de nuestra vida en sociedad que parecen (sólo parecen) tatuados a fuego.

El sociólogo Michel Foucault ya avisó a mediados del siglo pasado que el poder es una retícula, un entramado que late en las sociedades. Que el poder no se derrama hacia abajo, como aparenta.

Que los ciudadanos tienen más poder que los líderes, para decirlo mal y pronto. Parece una frase de publicidad de cerveza en épocas de mundiales, pero es cierto: se pueden cambiar, de base, ciertos andamiajes, costumbres y creencias.

Te doy un ejemplo chiquitito. ¿Viste que al día de hoy ya nadie fuma en espacios públicos? Es una verdadera toma de conciencia colectiva, que se construyó para desterrar una manera de vivir que nos estaba matando.

Otro: hoy no se puede ver con la misma  ingenuidad de no hace tanto un sketch de, por caso, “Rompeportones” donde la mujer es tan sólo una o dos partes generosas del cuerpo que mueve los labios. La percepción del rol de la mujer, en muchos casos, ha cambiado.

Porque las comunidades, como el planeta, parece que no se mueven. Pero sí: hacen rotaciones, traslaciones y revoluciones. Sólo hay que tener paciencia.

Y, en el primer día de los próximos 200 años de la Argentina, somos muchos los que queremos creer que la generación que viene será mejor que la nuestra. Que caerán en la cuenta -de verdad- que la honestidad es un valor que no se debe negociar.

Y que entre todos, se pueden volver a escribir ciertos pactos, retomar contratos y protegerlos (protegernos) para que nadie más los rompa. Para que nadie más nos rompa.

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