La pelota entra a la medialuna del área, Oga, incómodo, abre los brazos para ‘tantear’ que no haya nadie cerca como para que lo interrumpa en la acción que ya había tomado: pegarle al arco. Pero mal perfilado y con una cancha en mal estado, el Mago no le llega a dar pleno, de todas maneras alcanza a impactar de manera defectuosa. La situación parecía esfumarse. Sin embargo apareció como una tromba Peinado, define de zurda, la redonda da en un palo va sobre la línea de gol hasta que ingresa. Era un gol a lo Gimnasia: sufrido, sin que nada saliera del todo bien. Al fin y al cabo era gol y eso era lo que importaba (el Lobo desde la fecha 2 que no empezaba ganando un partido de visitante).
Resultado a favor y dominio de las acciones hacían suponer que la racha se cortaba de una vez por todas y se sacaba de encima una mochila que se hace insoportable. Pero este Lobo tiene mandíbula de cristal, no tiene rebeldía ante la adversidad y está para el diván.
En el complemento, Villa Dálmine se paró 3-4-3 y a puro coraje se lo dio vuelta aprovechando los titubeos y los fantasmas del elenco mendocino, que le ofreció poca resistencia y que se desmoronó por completo tras el empate.
Mentalmente se quebró, no tenía ánimo y lo invadió el pánico. Se sabe endeble, se resquebraja en su voluntad y las piernas le pesan toneladas. Gimnasia hizo todo mal y entregó todas las facilidades posibles: pelota, campo de juego y los jugadores que mentalmente ya tenían la foto del final del encuentro.
El Mensana se quedó en la indecisión de ir a liquidarlo o resguardarse, pero no hizo ninguna de las dos. Ni fu ni fa. Así, como la campaña de Gimnasia en condición de visitante: un montón de nada.
El campanazo final le dio vida a la foto que le turba el presente al Mensana, esa imagen que se repite una y otra vez fuera del Parque. El Lobo ha perdido su salud mental. Lo futbolístico parece haber pasado a segundo plano.