El dedo volvió a ser el gran elector. Ninguna fuerza política dirimirá las candidaturas presidenciales en las urnas. El oficialismo porque no dio lugar o no pudo generar una alternativa interna. La oposición, el kirchnerismo, porque vio una posibilidad real de ganar que antes de la crisis financiera no existía.
La alternativa está hoy en otros seis espacios, los que encabezan Roberto Lavagna, José Luis Espert, Juan José Gómez Centurión, Nicolás del Caño, Manuela Castiñeira y Alejandro Biondini. Ninguno de estos, dicen las encuestas, tiene chances reales.
La configuración bipolar la hizo la espesura de la contienda: se elige, una vez más, entre dos modelos de país radicalmente distintos, partiendo de diferentes concepciones de la sociedad y su funcionamiento, casi sin posibilidades para el entendimiento sobre una política de Estado.
Ocurrió siempre. Cuando Mauricio Macri asumió le dio continuidad sólo a aquello que podía otorgarle cierto aire a la economía en medio de un plan de ajuste, como planes de precios y consumo. Más allá, hubo un barrido con el que el propio Gobierno dijo dar una vuelta de página, sacando al país del populismo.
Ahora, si cambia el Gobierno, la situación será la misma. La nueva gestión dará un nuevo golpe de timón, aunque con muchas limitantes, como las necesidades financieras y la imposibilidad de encender la emisión monetaria sin riesgos de ir a una hiperinflación.
Y para ello, los dos polos juegan a matar o morir. El macrismo fogonea la opción “república o autoritarismo”, como si los Fernández vayan a instaurar una dictadura. Y estos últimos alertan que el país, por este camino, va a una quiebra segura, a un nuevo 2001. Un peloteo que no hace más que generar expectativas negativas.
Al margen de las interpretaciones políticas de cada espacio, las urgencias serán las mismas sea quien fuere el presidente el 10 de diciembre: una inflación de 50 puntos, desempleo en dos dígitos, la pobreza rozando el 35% y vencimientos de deuda (entre capital e intereses) por 41.400 millones de dólares en 2020.
Y mirando al verano hay una nueva luz amarilla. El tipo de cambio real multilateral está ya en su nivel más bajo en diez meses. La inflación lo está erosionando a gran velocidad. Y si sigue así, la gran devaluación de 2018 dejará de ser un diferencial para el comercio exterior para ser sólo un pésimo recuerdo para los asalariados.
En este contexto los argentinos irán el 11 de agosto por primera vez a las urnas. Serán protagonistas de una gran encuesta nacional. Con las definiciones en los frentes, tan opuestos, todo se aceleró. En ambos polos, en tanto, ven a las primarias como una general y a la general como el balotaje.
Esto es lo que observa el mercado financiero, que siempre se adelanta. La política argentina hoy no tiene la capacidad de generar certidumbre ni expectativas positivas, en ninguna de sus variantes. Ni Fernández ni Pichetto aquietaron al dólar, lo hizo el campo incrementando la liquidación de la cosecha.
El kirchnerismo cuenta con un pasado intervencionista y de culto al gasto público sin respaldo. La estatización de los fondos de pensión y de empresas como YPF y Aerolíneas Argentinas, y sus modos, están en la primera línea de fuego del círculo rojo en tiempo de definiciones. Y no se lo van a perdonar.
En la otra vereda no hay espacio para aprobar la gestión del macrismo sin antes remarcar una lista de errores, mala práxis y políticas equivocadas o, por lo menos, a destiempo. Incluso más allá de un punto de partida con un déficit fiscal consolidado de once puntos del PBI.
Habrá que ver, entonces, qué pesa más en la mano de los electores a la hora de tomar el voto. Porque una vez más la contienda se definirá por la negativa y no por la positiva.