No hay giro a la derecha

Frente al crecimiento de Hillary Clinton por sobre Donald Trump, muchos comentaristas sugieren que la candidata debería inclinarse hacia la derecha. Para el autor, no debe hacerlo.

No hay giro a la derecha

Por Paul Krugman - Servicio de noticias  The New York Times © 2016

Todos los expertos nos dicen que no prestemos mucha atención a encuestas durante una o dos semanas más. De cualquier forma, todo parece indicar que Hillary Clinton tuviera un gran repunte desde su convención, empantanando el repunte de su oponente una semana antes.

Mejor aún, desde el punto de vista de los demócratas, el giro en las encuestas al parecer está haciendo lo impensado: sumergir a Donald Trump en una espiral de estupidez, en la cual su desagradable palabrería se torna incluso peor y más carente de sentido, conforme se van hundiendo sus perspectivas electorales.

Debido a esto, estamos viendo finalmente a algunos republicanos de prominencia no solo negándose a darle su aprobación a Trump sino declarando efectivamente su respaldo a Clinton. Entonces, ¿cómo debería ella responder?

La respuesta obvia, pudiera creerse, es que ella debería seguir haciendo lo que está haciendo: dándole énfasis a cuán poco apto es su rival para el cargo, permitiendo que sus aliados destaquen sus propias calificaciones y siguiendo con la promoción de una agenda de política de centro-izquierda de tendencia moderada que, en buena medida, es una continuación de la del presidente Barack Obama.

Sin embargo, al menos algunos comentaristas le están haciendo llamados para que haga algo muy diferente: dar un giro a la derecha, llevando la agenda demócrata hacia las preferencias de quienes huyen del barco republicano en hundimiento. La idea, supongo, es ofrecer la creación de una versión estadounidense de una gran coalición al estilo europeo de centro-izquierda y centro-derecha.

No creo que haya muchas perspectivas de que Clinton efectivamente haga eso. Pero, si por casualidad ella y aquellos a su alrededor se sienten tentados a seguir esta recomendación seriamente: no lo hagan.

Primero que nada, seamos claros con respecto a qué está siendo el enfoque de su postulación. Es un programa descaradamente progresista, pero difícilmente extremo. Estamos hablando sobre impuestos más altos para ingresos mayores, pero para nada tan altos como aquellos impuestos fueron para una generación después de la II Guerra Mundial; acrecentados programas sociales, pero nada cercano a los de estados asistencialistas de Europa; normatividad financiera más fuerte y más acción con respecto al cambio climático pero, ¿no son abrumadores los argumentos para ambos?

Y no, el programa no necesita ser más “pro-crecimiento”.

No existe evidencia alguna de que recortes fiscales para los ricos y desregulación radical, que es lo que quieren decir integrantes de la derecha cuando hablan de políticas en pro del crecimiento, funcionen efectivamente o que el reforzamiento de la red de seguridad cause daño alguno.

Bill Clinton presidió sobre un auge mayor que Ronald Reagan; los años de Obama han registrado mucha mayor creación de empleos de la iniciativa privada que la era de Bush, incluso antes de la caída, con el crecimiento de empleos acelerándose efectivamente después de que los impuestos subieron y el programa de salud Obamacare entró en vigor.

Es cierto que hay cosas que podríamos hacer para darle impulso a la economía estadounidense. Sin embargo, el aspecto de mayor importancia en esto sería aprovechar los costos muy bajos de préstamos del gobierno para acrecentar en gran medida la inversión pública; que es algo que los progresistas apoyan pero a lo cual se oponen los conservadores. Así que ya basta con la idea de que estar en el centro-izquierda significa, de alguna forma, oponerse al crecimiento.

Ahora, hablemos de la política

La ‘trumpificación’ del Partido Republicano (GOP) no salió de ninguna parte. Por el contrario, era el resultado natural de una cínica estrategia: largo tiempo atrás, los conservadores decidieron que emplearían el resentimiento racial para vender políticas económicas de la derecha a blancos de clase trabajadora, particularmente en el sur del país.

Esta estrategia generó muchas victorias electorales, pero siempre a riesgo de que el resentimiento racial saliera de control, dejando varados a los conservadores económicos cuyas ideas nunca tuvieron gran respaldo popular. Y eso es lo que acaba de pasar.

Así que, ahora, la estrategia que derechistas habían usado para vender políticas que no eran ni populares ni exitosas les ha estallado en la cara. ¿Y la respuesta demócrata debería ser la de adoptar algunas de esas políticas? ¿Cómo dice?

Además, no puedo sino notar un curioso patrón en las recomendaciones de algunos autoproclamados centristas. Cuando los republicanos estaban en ascenso, los centristas exhortaron a los demócratas a que se adaptaran moviéndose hacia la derecha. Ahora que los republicanos están en aprietos, con algunos sintiendo que no tienen más opción que votar por el Partido Demócrata, estos mismos centristas están exhortando a los demócratas a que se adapten haciéndose hacia la derecha. Es curioso cómo funciona eso.

De vuelta al tema principal: las grandes coaliciones a veces tienen un lugar en política, como una respuesta a crisis que no son culpa de ningún partido, amenazas externas a la seguridad nacional o un desastre económico. Sin embargo, eso no es lo que está ocurriendo aquí.

El trumpismo esencialmente es una creación del movimiento conservador de tiempos modernos, que recurrió a llamados codificados al prejuicio para lograr progreso político, descubriendo después que era incapaz de contener a un candidato que se saltaba los códigos.

Si algunos conservadores consideran que esto es demasiado y abandonan la fiesta, bien por ellos, y deberían ser bienvenidos en la coalición de los cuerdos. Pero, no pueden esperar concesiones estratégicas a cambio. Cuando el Dr. Frankenstein finalmente se da cuenta de que ha creado un monstruo, no obtiene una recompensa. Clinton y su partido deberían mantener el rumbo.

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