Nicolás tenía 25 años. Era abogado. Está muerto. Francisco tenía 21 años. Estudiaba ingeniería. Está muerto. Andrés tenía 23 años. Era chef y quería ser DJ. Está muerto. Martín tenía 22 años. Era cadete de un estudio contable. Está muerto. Ricardo tenía 20 años. Estudiaba diseño. Está muerto.
Hay cinco familias sin alma. Hay cinco familias que tienen un agujero negro en el corazón y que jamás volverán a sentir la misma alegría de vivir. Hay cinco familias destruidas.
Hay que decirlo con todas las letras: no hay droga buena. Hay que decirlo de la manera más descarnada posible: no hay droga buena porque no hay muerte buena. Y la droga mata. Todas las drogas matan. Más temprano o más tarde. Algunas matan en forma fulminante y otras lo hacen por goteo: primero te esclavizan, te hacen adicto, te dominan hasta que finalmente, cuando menos lo esperas, te clavan un puñal por la espalda.
No solamente la droga mata. En general, en la mayoría de los casos mata a pibes. Es un crimen a la vista de todos que liquida a los jóvenes. Sólo en el hospital Fernández murieron 82 muchachos y muchachas durante 2014.
Es que la droga les quema la cabeza. Los convence de que el veneno criminal tiene algún tipo de efecto positivo. Nadie les pone una pistola en la sien para que la consuman. Por su propia decisión coquetean con el suicidio. Juegan a la ruleta rusa porque pierden la capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo.
Es hora de dejar de mirar para otro lado y hacer como que nada de esto ocurre. Todos los chicos y casi todos los padres saben que en las fiestas electrónicas se consume tanta droga como música. Que las drogas de diseño, la falopa sintética, corre como el agua que necesitan para no morirse de hipertermia o de deshidratación. Por eso es hora de decir basta. Primero el Estado, que tiene que jugar de verdad dos papeles clave.
Primero la educación, la prevención. ¿Hace cuánto que usted no ve ni escucha una campaña de interés público que diga que la droga mata? ¿Hace cuánto que los docentes no son capacitados para transmitir un mensaje sano que extirpe ese cáncer de nuestros hijos? Eso es responsabilidad ineludible del Estado. Pero también tiene que tener la capacidad de controlar y de castigar a los que venden y comercian con la muerte de los argentinos más adolescentes.
Vamos a decirlo con todas las letras: los que organizan esas fiestas son criminales. Si en un lugar donde hay más de 10 mil personas te ofrecen drogas de todo tipo y color cada tres pasos, eso quiere decir que el que juntó a toda esa gente y la metió en un galpón para exprimirla y sacarle toda la plata posible es un criminal. Porque no solamente venden o fomentan o toleran que les vendan drogas a chicos que promedian los 21 o 22 años.
También se aprovechan de la sed que les producen y les venden agua carísima y un agua que no se comercializa en el mercado llamada Block, que nadie sabe qué carajo tiene adentro. Los tipos ponen la música, ponen la droga que te sube la temperatura y te venden el agua que necesitás con desesperación. Un negocio nefasto. Un negocio macabro.
Por eso el fiscal Federico Delgado pidió la detención de Adrián Conci de la empresa Del Producciones, una de las organizaciones de ese infierno. El fiscal pensó igual que todos: “era imposible no asociar eso con Cromañón”. Era el túnel del tiempo, como se llama en castellano esa presunta celebración. Nadie puede sorprenderse.
Todo el mundo sabe que en las fiestas electrónicas pasa eso. Hasta la palabra fiesta queda vacía de contenido y se transforma en farsa. Son velorios electrónicos disfrazados con sonrisas y saltitos falsos producidos por un producto químico que se mete en el cuerpo. No es alegría original producida por la seducción, la creatividad, el humor, las ganas de vivir, el sexo o la música. Es una alegría ficticia, artificial, de diseño. Que nadie crea que la felicidad está dentro de una pastilla.
Pero también es cierto que con el Estado solo no alcanza. Que se tienen que comprometer los medios de comunicación, los padres y los propios pibes. Hay periodistas, locutores, radios y programas que alimentan esa falsa creencia de que falopearse es cool. De que si no te fumas un porro o te das un saque de merca, sos un boludo, un careta que no sabe lo que es bueno. Ese verso ya no se lo puede creer nadie.
Solo basta mirar a los rockeros que salieron y a los que no lograron salir. Los que se limpiaron tuvieron que apelar a un esfuerzo monumental para sacarse de encima esa telaraña de mierda que los atrapa y les come la cabeza. Y tienen que estar atentos siempre para no caer de nuevo en el vicio, que es un tobogán que los lleva debajo de la tierra.
Y los que nunca terminan de salir tienen una vida de mierda. Seamos sinceros. ¿Alguien se siente feliz cuando lo ve a Charly García en silla de ruedas? ¿Alguien se cree que un genio de la música como Charly es feliz ahora con las neuronas empastadas, casi sin poder articular palabra? ¿Eso quieren los padres para sus hijos? ¿Ese es el estado en el que quieren quedar los pibes?
¿Alguien puede creer que Diego Maradona es feliz? Tiene millones y millones de dólares. Es querido por media humanidad. Y sin embargo tiene la vida destruida, peleado a muerte con sus hijas, y la madre de sus hijas. Maradona casi no puede hablar. No tiene la motricidad suficiente para ordenar palabras con cierta lucidez.
Perdón por traer a Charly y a Diego como ejemplos, pero son los más evidentes. Es el espejo en el que deberían mirarse los jóvenes para no cometer el mismo tipo de suicidio.
El que consume droga no es piola ni inteligente. Es un enfermo que se lastima todos los días de su vida. Y no hay excusa que valga. Algunos se autoengañan pensando que toman y salen. Es un día o solo los fines de semana. O toco y me voy. En general, según la experiencia de los médicos, la verdad es que salir cuesta un esfuerzo monumental que muchos no pueden hacer. Es una trampa que se tienden a sí mismos los chicos que creen que si toman buena droga van a tener buena diversión. Que el problema es la mezcla o la mala droga, la que no tiene calidad suficiente.
Mentira. No hay droga buena porque la droga mata y no hay muerte buena. Y mucho menos muerte joven. Los pibes murieron intoxicados, vomitando, con convulsiones, edemas pulmonares y paros respiratorios, tirados en la pista de baile, sin que nadie les diera bola porque hasta el sentimiento solidario te lo arrebatan.
Es muy triste y muy autodestructivo necesitar de la química para ser feliz o divertirse. La vida por suerte está llena de maravillas, de sentimientos y sensaciones que salen de nuestro corazón, de nuestro cerebro. Los padres y los hijos deben hablar este tema de la manera más descarnada. No para acusarse mutuamente de nada. Para defender la vida de los hijos, que es lo más valioso que tienen ellos y sus padres.
Y que nadie lo dude: no hay droga buena porque no hay muerte buena.