Que la historia lo juzgue. Más allá de que sus aciertos y errores, Julio Grondona deja un hueco que será muy difícil de llenar. Si hay algo que no se puede negar fue su inteligencia y su capacidad para trascender más allá de las fronteras.
Alguna vez dijo: “De tecnología, nada, y tampoco tengo interés en aprender, es tarde para mí; las cuentas las hago a mano” y así manejaba las finanzas de la FIFA. Tampoco hablaba inglés, pero eso no le impidió ser referente a nivel mundial.
Era de esos dirigentes que ya no quedan. Pícaro, sabihondo, conocedor de hasta la última coma de los reglamentos. ¿Cómo olvidar con la celeridad que resolvió el doping de Maradona en el ‘94?
Muy diferente a los que se marean con el poder, nunca tuvo secretario que le atendiera el teléfono. “Si no quiero hablar te lo digo y listo”, decía a todos. Ya no habrá otro hombre capaz de darle tanto al fútbol argentino y me arriesgaría a decir que a ningún deporte. Libró muchas batallas a lo largo de su exagerada permanencia en el cargo, para mí su principal error, y obviamente que dejó varios heridos en esas luchas, pero el fútbol del Interior tiene que agradecerle que le diera un protagonismo que no tenía hasta su llegada.
Fue un adelantado en casi todos las aspectos. Le dejó a la AFA un predio que es modelo. Supo ver en el deporte el negocio que se venía y le abrió la puerta a la televisación. Se fue sin poder concretar su proyecto del canal propio.
Es verdad que no supo o no quiso luchar contra la violencia, pero también que nunca pudieron vincularlo con la corrupción.
Por eso insisto que para bien o mal, no habrá ninguno igual.