No fue un juego de niños turbulentos - Por Omar Gais

Hace medio siglo la multitud rompió el silencio del consentimiento y cuestionó la servidumbre voluntaria.

No fue un juego de niños turbulentos - Por Omar Gais
No fue un juego de niños turbulentos - Por Omar Gais

La extraordinaria movilización de fraternidad abierta que tuvo en vilo a Francia durante semanas en los meses de mayo y junio de 1968, sacudió la conformidad de una sociedad condescendiente con el orden establecido.

La revuelta estudiantil primero, la convergencia después con las manifestaciones de obreros industriales, sindicatos, la Confederación General del Trabajo, y hasta el Partido Comunista Francés más tarde, expresaron el rechazo de una parte de esa sociedad a tal orden.

¿Por qué insurrección?: por un lado las condiciones de trabajo y la distribución injusta de riqueza en medio del intenso crecimiento económico de los "30 gloriosos": unos se fatigan, otros recogen el fruto de esa fatiga; milenario. Por otro, la marca de fábrica de la revuelta, la "crítica artista": reivindicaciones de otro orden venidas del arte, de la bohemia, de la contracultura y no exclusivamente de la crítica social marxista o anarquista. Emancipación, libertades personales, rechazo de una vida vacía de sentido, de la pompa sacerdotal del poder gaullista, autorrealización, derechos, apertura, movilidad.

El Mayo Francés no fue un juego de niños turbulentos pronto desbordado por los acontecimientos. Las facultades ocupadas, las fábricas en huelga, los trenes detenidos, el país paralizado y exaltado a la vez, hacían que "Prohibido prohibir" o pedir "lo imposible" en nombre del realismo no sonara precisamente como un juego infantil.

Las multitudinarias reuniones en el gran patio de la Sorbona o en el teatro Odeón, pero también en una terrase del Barrio Latino fueron escenarios donde todos, cualquiera, tenía derecho a la palabra. Las sentadas y las clases públicas para discutir los modos de la educación, el sentido y las formas del trabajo, la distribución de los bienes, el ejercicio del poder, que convocaban a los muchos durante horas, efectivizaron de hecho por semanas la democracia: omnis potestas a populo (el poder de las personas).

Se trató del gesto exorbitante de reclamar lo que siempre se declama en ocasión de conmemoración patriótica festiva: que en la cuenta entren los que no cuentan. Se trató de exigir que cada uno tuviese un poco de control sobre su vida: "Contempla tu trabajo: la nada y la tortura forman parte de él".

¿Puesta en cuestión de la autoridad sin más? Se rechazaba radicalmente cierta forma de poder/autoridad. Una manera jerárquico-pomposa de ejercicio que dejaba a los gobernados sin la posibilidad de levantar el velo de la situación, sin la percepción escandalosa de que el orden existente no cae del cielo como la lluvia sino que es hecho por nosotros.

Que las paredes de París -pero también de México, Alemania, Argentina, Suiza, España, Uruguay, Checoslovaquia e Italia- pidieran "En los exámenes responda con preguntas"; que desnudaran que "Gracias a los exámenes y a los profesores el arribismo comienza a los seis años", no cuestiona la educación o la autoridad tout court, sino un sistema que no educa para la autonomía, para la libertad, para los fines que se evocan en ocasión solemne. "No se encarnicen con los edificios, nuestro objetivo son las instituciones". Que no sean sólo reproducción de lo que hay y fabricación de conformidad.

En mayo del '68 la multitud rompió el silencio del consentimiento, cuestionó "la servidumbre voluntaria". Abrió el santuario del poder y levantó el velo que cubre todo lo que se puede decir, todo lo que se puede creer, del derecho de los gobernados y de la sujeción de los gobernantes. Menos Maquiavelo que el rechazo festivo de la pompa y los ropajes sacerdotales de los usurpadores que están arriba.

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