Parecía lo más lógico atribuir los 23 días consecutivos de lluvia que hubo en mayo, a la presencia de El Niño, que trajo mayor humedad a la provincia.
Sin embargo, Ricardo Villalba, director del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (CCT-Conicet), planteó que no es claro que éste haya sido el motivo, porque el fenómeno ya estaba perdiendo intensidad. En cambio, consideró que se puede hablar de una anomalía vinculada al cambio climático.
Villalba explicó que en los registros de precipitaciones que llevan en el CCT desde 1980, el mayo más lluvioso había sido, hasta 2016, el de 1984, cuando llovió 8 jornadas y 3 de ellas seguidas. Y mientras la media de precipitaciones para el mes es de 13 milímetros, este año se acumularon 79, seis veces más.
Pero el investigador duda de que el motivo de este notable incremento en la cantidad de agua que cayó se explique por la presencia de El Niño.
Es que su efecto se hizo notar con mayor fuerza en los meses de octubre, noviembre y diciembre, pero en mayo ya se estaba retirando. Sí se puede atribuir a su influencia las nevadas tardías en la primavera -octubre e incluso noviembre- del año pasado y las tempranas en abril y mayo.
Otra explicación para que haya habido 90% de los días de mayo lluviosos es que se produjo un bloqueo o anticiclón en la Patagonia, que impidió que la humedad proveniente de la Península Antártica ingresara en el sur del país y, por el contrario, lo hizo en la parte central (ver infografía). Villalba explicó que colegas suyos en El Bolsón (Río Negro) están preocupados porque no han tenido precipitaciones y esto podría considerarse una anomalía, producto del cambio climático.
¿Qué esperar?
Aunque en mayo haya sido más notoria la presencia constante del agua, entre diciembre y febrero también llovió mucho más: 75% por encima de la media. Y si bien El Niño es en parte responsable del incremento de las tormentas estivales, los escenarios de cambio climático para la región en general coinciden en predecir que habrá menos nieve en alta montaña y aumentarán las precipitaciones en el llano durante el verano.
Es decir, lo ocurrido este año podría ser cada vez más habitual y, de hecho, desde 2010 ha nevado poco pero ha llovido mucho, sobre todo en febrero. Villalba comentó que esto ha generado mucha preocupación en los productores, ya que la gran cantidad de días de lluvia y nublados favoreció la aparición de plagas que afectaron a muchos cultivos.
De ahí que el gran desafío sea buscar variedades más resistentes a la humedad, pero también ver de qué modo se adapta el modelo de gestión del agua, dependiente hasta ahora del escurrimiento de la Cordillera, a la disminución del caudal de los ríos por deshielo y el incremento de las lluvias en el llano.
De todos modos, Villalba aclara que históricamente se observa una gran variabilidad de un año a otro en las nevadas y, si bien la tendencia es a que disminuyan, también influirán los eventos El Niño (que las incrementa) y otro denominado Oscilación Decenal del Pacífico (PDO, que las modera).
Se trata de un fenómeno cuyos efectos se hacen sentir por un período de 10 años y se especula que la escasez de nevadas durante 5 desde 2010 -con la menor acumulación nívea registrada desde 1951- podría deberse a este PDO.
Del Niño a la Niña
Alrededor de unos 30 pronósticos globales indican que, ahora que se ha retirado El Niño y llegará La Niña. A diferencia del primero, que es producto del calentamiento del Océano Pacífico tropical, la segunda se genera por el enfriamiento del mismo. Sin embargo, mientras El Niño fue este año el más significativo del siglo XXI, La Niña parece que será bastante débil.
El director del Ianigla detalló que aunque este evento suele estar asociado a escasas nevadas, se espera que hayan algunas más en lo que queda del invierno. Pero no serán equivalentes a las de abril y mayo, ni tampoco es probable que se extiendan a setiembre u octubre.
Invierno más frío, primavera más cálida
Si bien la lluvia suele alterar bastante la vida cotidiana de los mendocinos, poco acostumbrados a ella, los números en el termómetro también tienen su impacto.
Diego Araneo, del Programa Regional de Meteorología del Ianigla (Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales), comentó que para julio se espera que las temperaturas sean normales o un poco inferiores a lo habitual y que disminuyan las nevadas y/o su frecuencia en alta montaña.
En cambio, para agosto, los modelos prevén que las condiciones de temperatura sean las esperables para la época del año, tanto en el llano como en alta montaña. Sin embargo, el inicio de la primavera estaría marcado por temperaturas superiores a lo normal, sobre todo en Alta Montaña, y la tendencia se acentuaría en octubre. Esto, debido a la influencia de La Niña, cuyos efectos se podrían sentir hasta el verano.
“En síntesis, para lo que queda del invierno esperamos temperaturas levemente inferiores a lo normal, normalizándose en agosto (los fríos serán los habituales de este mes).
Pero las condiciones frías se interrumpirán tempranamente hacia setiembre, dando lugar a temperaturas superiores a lo normal. Primero, en alta montaña, que luego irán afectando toda la región para dar una primavera más cálida de lo habitual sobre todo en octubre y noviembre”, detalló Araneo.